CAESAR
Ese debía ser un día de regocijo, un día de algarabía, finalmente los dioses despertaron. Cuando fui a dormir mi dios se presentó en forma de sueño, al principio no reconocí bien al dios, pero luego mi mente voló, no se trataba de cualquier deidad, era la deidad más importante, a quien le rezaba, a quien le daba ofrendas en quien creía y le dedicaba cada batalla y cada triunfo, el gran dios Zeus.
------------------------------------------------------
"Despierta, humano..."
Fruncí el ceño, ¿quién estaba interrumpiendo mi sueño?
"Caesar, hijo de Timoleón de Atenas, comandante del ejército norte, espada del imperio, ejecutor de la gran Grecia, yo te llamo"
Mis ojos se abrieron de inmediato, había pasado mucho tiempo desde que alguien me llamó de esa manera. Una parte de mi ser sintió nostalgia, nostalgia por los títulos que había logrado gracias a mucho trabajo duro, el sudor, sangre y lágrimas derramadas para llegar a donde había llegado, sin conexiones, sin padrinos, solo mi determinación y yo. Una parte extrañaba esos momentos, el olor a sudor, el olor a una buena batalla, extrañé a mis compañeros, los que daban la cabeza por mí, aquellos que no dudaban en sacrificarse por un bien mayor. Extrañé a mi familia, mi padre, estricto, pero cada vez que me miraba había un orgullo enorme por mí, mi madre, la suave de esa relación, la que me brindaba los abrazos de consuelo, los besos con amor, una comida caliente y una sonrisa cálida cada vez que regresaba de una misión. Mis padres eran el perfecto ejemplo de un matrimonio político sin amor, pero respetuoso, mi padre nunca le fue infiel a mi madre y siempre la respetó y le daba su lugar, de él aprendí a cómo tratar a una mujer, que la lealtad a tu pareja era importante y que darle su lugar en el hogar lo era aún más. Y mi hermana, mi pequeña hermana, era un botón en plena floración, delicada como una rosa, pero con la determinación propia de un guerrero. Después de mi supuesta muerte, tuve que observar a lo lejos mi propio funeral, las lágrimas de mi madre y hermana, el rostro derrotado de mi padre, el dolor en mi pecho era enorme porque dejaba a mi familia, pero era por un bien mayor y estaba seguro que si mi padre supiera mi misión estaría enormemente orgulloso de mi, así que, con el corazón pesado, dejé ir lo más preciado que tenía. No fue fácil, hubo momentos en los que los observaba de lejos, vi cómo crecía mi hermana para convertirse en una hermosa mujer madura, estuve en su casamiento, vi cómo mis padres envejecían con el tiempo, el primer hijo de mi hermana, luego vino el segundo, la muerte de mi padre, la muerte de mi madre, la vejez de mi hermana pequeña y finalmente su muerte, siempre estuve ahí, sufriendo por ellos, velando por ellos, pero al final solo quedé yo. La inmortalidad no se siente al inicio, se piensa en las miles de cosas que se pueden hacer al ser inmortal, pero cuando pierdes a alguien importante, alguien que de verdad amas... la historia cambia, porque ellos se van, pero uno es el que se queda con los recuerdos y eso duele. Las primeras décadas fueron un sufrimiento, siempre recordando, anhelando cosas que no podía tener, yo siempre quise una familia propia, quise una esposa y por supuesto que deseaba hijos, deseaba ser el esposo y padre que aprendí a ser del mío, pero solo obtuve soledad, sangre y una guerra silenciosa. A veces me arrepentía de la decisión que tomé ¿qué habría pasado si no aceptaba? ¿hubiese muerto o podría haber la mínima posibilidad de sobrevivir? De todas maneras, la decisión ya estaba tomada y con el tiempo logré manejar mis emociones turbulentas, logré encontrar el control de mis sentimientos y me centré en planear, en crear estrategias y en entrenar junto a mis hermanos, pude estar en control, centrarme en mi misión sin anhelar cosas que no podría tener nunca y así lo acepté.
"¿Ya terminaste de lamentarte? ¿ya podemos hablar?"
Mis ojos se enfocaron, buscando el origen de esa voz y a lo lejos pude observar a un hombre sentado en ¿eso era un trono dorado? Ese hombre tenía apoyado un codo sobre el apoyabrazos y la mano servía de soporte para sostener su quijada, el cabello blanco atado a una cola, la barba bien recortada, y esos ojos dorados como el oro fundido que mostraban aburrimiento, el mismo aburrimiento que su cuerpo también expresaba. Estaba vestido con una túnica, la tela cubría parcialmente su pecho cubriendo uno de sus hombros. Me sorprendí un poco porque si bien esa túnica se podía poner como prenda exterior, antes debía ponerse alguna otra prenda y aquel hombre lo estaba llevando puesto sin nada más, se veían perfectamente sus bíceps bien formados y parte de sus abdominales, aunque yo también tenía un cuerpo que era producto de un trabajo duro de ejercicios, ese cuerpo tenía algo que me hacía admirarlo, parecía un cuerpo que un humano nunca podría tener, parecía un cuerpo casi... divino. Aunque la pose del desconocido estaba relajada y hasta un tanto aburrida, el aura que desprendía era muy fuerte, por un momento pensé que estaba frente a un monarca, uno que solo con mirar a sus súbditos hacía que temblaran, sabía bien que esa posición relajada no debía subestimarse, tenía el presentimiento que, si se dejaba engañar, me podría ir mal, "nunca debes subestimar a un hombre que se sienta como si no le importara que lo ataquen por sorpresa" pensé. Por primera vez en su vida sintió un atisbo de recelo y temor.
Una sonrisa ladeada apareció en los labios de ese hombre, parecía que su mirada decía que estaba complacido ¿por qué tenía la sensación que me leía la mente?