Con el paso de los días iba aumentando mi rabia y el loco deseo por verla y tocarla se hacía igual de fuerte, pero mi orgullo me impedía romper esa puerta y tomarla como un cavernícola ¿por qué debería rogarle? Yo era un guerrero griego y podía tener a quien quisiera así eso hice. Busqué mujeres para aliviar la frustración, pero no funcionó porque ninguna mujer se sonrojaba como lo hacia ella, a ninguna mujer se le nublaban los ojos por el placer como le pasaba a ella, no había mujer con un cuerpo tan suave como lo tenía ella, nadie tenía el cabello tan n***o o los ojos tan hermosos o esa boca tan roja que todos se podrían morir por probar, no había nadie como ella.
Ese hecho me enfurecía más, no podía quitar a esa ninfa de mi mente, incluso su olor se quedó grabado en mi memoria, ¿en vez de ninfa era acaso una bruja? Llegué a pensar que me había lanzado una especia de hechizo para que mi pene no se parara con nadie más que con ella, era absurdo, lo sabía, pero mi deseo y frustración nublaba mi razonamiento. Ni siquiera las palabras de Zeus me tranquilizaron así que como no podía pelear, ni tampoco follar, me centré en el trabajo administrativo.
Me mataba no tenerla conmigo y muchas veces parecía un acosador que la espiaba, pero era la única manera de calmarme. La veía a lo lejos, ya sea dando vueltas en el jardín, sentada leyendo un libro, en la biblioteca pensando qué libro llevarse, se veía jodidamente hermosa, pero sabía que algo no andaba bien. No tenía esa luz que la rodeaba, esa alegría característica de ella y todo fue desde ese maldito chiste de compromiso. Mi ninfa se fue convirtiendo en una planta que estaba marchitándose día con día y yo no sabía qué hacer para remediar eso porque nunca en mi vida tuve que lidiar con esas situaciones.