No estaba tan satisfecho, pero lo suficiente por el momento para matar mis ganas. Solté un suspiro y pasé mi mano por mi cabello antes de salir de ella y bajarme de la cama con una sonrisa. - No estuvo mal... Por el momento, ya puedes cambiarte, cariño... -
Empecé a cambiarme con normalidad; no tenía prisa alguna, el viejo podía esperar. Sus movimientos en la cama eran lentos y su cara expresaba muecas de dolor hasta que se sentó en la cabecera de la cama. - Preferiría bañarme y quitarme esta desagradable sensación y tu asqueroso olor. -
No me sentía ofendido; al contrario, me causaba gracia sus ofensas. Al terminar de cambiarme y acomodarme bien la camisa, di unos pasos hasta ella y me incliné para susurrarle. - Yo que tú... No lo haría, aun no me siento satisfecho y, en cuanto vuelva, seguiremos. -
-Pobre imbécil... No soy una maldita prostituta-. Sus palabras eran de repudio y molestia. En un acto suyo, puso su pie en mi abdomen y me empujó con fuerza, lo que me hizo retroceder varios pasos. Me sorprendía su valentía y eso me irritaba al ver que aún me desafiaba.
Apreté los puños y la miré directamente a los ojos; hasta mi sonrisa se esfumó. Ningún trato mío la hacía doblegarse. No quería llegar a la violencia de golpearla, pero no me daba otra opción. Lentamente caminé hacia ella nuevamente, con una mirada amenazante y voz firme. -Se te olvida que el que manda aquí soy yo... SOY TU DUEÑO, SCARLETT... TU MALDITO DUEÑO...-
No se inmutaba ante mi amenaza y mi voz. Se levantó de la cama, con un brazo sujetando la sábana que cubría su cuerpo, y se puso frente a mí sin miedo, con mirada desafiante, y eso me enfurecía. -¿Qué?... ¿Me vas a pegar? Vamos, hazlo, maldito cobarde... Solo así te sientes hombre, ¿verdad?-
Una mueca de desagrado se formó en mi rostro; la adrenalina recorría mis venas con ganas de partirle la cara, pero a la vez me fascinaba; tenía ese toque que ninguna otra mujer tenía. - ¿Por qué mierda te soporto?.... Ya te hubiera descuartizado y tirado al maldito pantano infestado de cocodrilos.. -
La tomé del brazo con fuerza y la aventé a la cama. Suficiente tenía con ese vejestorio y el nivel de paciencia estaba por los suelos. Salí de la habitación azotando la puerta detrás de mí. Caminé como loco a mi oficina, bajando las escaleras como un rayo. Esta vez, si ese viejo salía con sus estupideces, le iba a gritar y colgar.
A lado de la puerta estaba Alonso. Al verme, abrió la puerta de mi despacho y, al entrar, cerró detrás de él, poniéndose en un rincón de la habitación, pero no tan lejos de la puerta. Estaba un poco confundido, así que lo miré con extrañeza.
—Órdenes de su padre, señor... —dijo sin rodeos. Miré al escritorio con la computadora abierta y luego a él; me valía un bledo qué estuviera escuchando ese maldito viejo.
—Se te olvida que el señor de esta casa soy yo. Al único que debes obedecer es a mí... Yo soy el que paga tu salario, Alonso—.
No me miró, evitó mi mirada. Aunque quisiera mantenerse firme, por dentro estaba asustado; tenía un leve sudor. —Lo sé, señor... Pero solo estoy aquí por cualquier... inconveniente—
Dije con sarcasmo evidente en mis palabras, y a Elizabeth no le gustó para nada; empezó a hacer su drama, derramando lágrimas. A lo que puse los ojos en blanco, escuchando sus quejas con mi padre, el cual estaba sentado en la cama, al menos ya sin el respirador conectado, sin dejar de verme. - Algo... ¿Que tengas que decir al respecto... hijo? -
Me irritaba su voz, no lo soportaba, pero me daba felicidad verlo apenas poder articular una oración. Ojalá y se ahogara con su propia saliva y se muriera de una vez. Encogí los hombros e hice una mueca de confusión. - No sé de qué hablas... Sé claro -
Frunció el ceño y su mirada se volvió penetrante. Yo se la devolví de igual manera, pero con una sonrisa en mis labios. - Sabes... de qué hablo... Tu hermana ya... me informó... de lo que... le hiciste pasar... enfrente de la junta... la familia. -
Mientras el viejo hablaba, yo jugaba con una pluma, evitando ponerle atención, y eso le irritó.
—¿Ves, papá? Ni siquiera te tiene respeto, igual que esa mujerzuela que tomó como su mujer...—. Solo de escuchar que metió a Scarlett en esto, la fulminé con la mirada.
—No te atrevas a volver a llamarla de esa manera. Si para esto me llamaron, será mejor que se termine esta conversación...—. El único que podía tratar de esa manera era yo y nadie más; bastante autocontrol tenía como para no matarla, sin importar que era de mi sangre.
Me levanté de golpe de mi asiento y tomé la decisión de cancelar esa estúpida fiesta de presentación; mi mujer no iría a ningún lado. Los planes para este fin de semana se cancelan... No iremos, no es necesario que el mundo sepa de mi matrimonio.
La carcajada ronca de mi padre me hizo detenerme en el momento de colgar. ¿Qué era lo que le causaba gracia a ese viejo? -Demian... Espera, aún no hemos terminado de hablar.
Respiré hondo y medité al respecto, si seguir escuchándolo o no. Pero al escucharlo decirle a Elizabeth que saliera, aunque ella se negaba y empezaba a reprocharle, volví a sentarme con gusto solo por verla enfurecerse con ese viejo, quien la sacó a los minutos. -Bien... ¿Qué es lo que quieres hablar... conmigo?-
-Jamás volverás a llamarme padre... ¿Verdad?-. ¿A qué venía esa pregunta? No era mi padre, jamás lo fue; lo odio con todo mi ser. El título de padre le quedaba grande.
-Eso es de lo que querías hablar conmigo?... ¿De paternidad...?-. Me aburrían sus estúpidas palabras sin sentido; no sé a qué quería llegar con eso.
-No, hijo... Sé lo que... pasó en esa... reunión... Yo sé todo... Y sé que... lo que tu hermana... no tiene nada... que ver con lo... sucedido... Al contrario... estoy más interesado... en tu mujer.-