De mis casillas.

521 Words
Me había puesto en mi lugar y lo primero que me llegó a la cabeza es que lo merecía. No sé por qué pensé de esa manera, si yo jamás me he arrepentido de algo. Si una mujer me hubiera domado de esa manera, ya la hubiera desaparecido. Jamás permito que me alcen la voz, jamás permito que me toquen o me traten de esa manera, porque con Scarlett permitía eso, si yo era el hombre, su esposo y dueño de ella. El trayecto fue incómodo y la atmósfera pesada. Ella tenía un semblante molesto, con la mirada al frente, y yo, en mi asiento, mirando a lo que fuera menos a ella. ¿Qué me pasaba? Si ella debería agachar la cabeza, no yo. Pero no podía pronunciar ni una sola palabra; ni siquiera me di cuenta de cuándo llegamos por estar sumergido en mis pensamientos, y el sonido de la puerta siendo azotada me sacó de ellos.—Señor, ya llegamos. La señora ya bajó.- La voz baja y temerosa de mi chófer me hizo recordar que él fue el que presenció todo, excepto la bofetada que me dio Scarlett.- Ni una palabra de lo que escuchaste o viste... Si no, te juro que tu lengua desaparecerá. - Le di una última mirada a mi chófer, el cual agachó la cabeza, y bajé rápido del auto. Busqué de un lado a otro a dónde se había ido mientras caminaba con rapidez dentro de la mansión. Al verla subir por las escaleras, fui tras de ella. - ¡SCARLETT! ¡Baja en este momento! - Aún no me quedó claro todo esto. No aprendí la lección después de todo; tenía orgullo y una mujer no me la iba a arrebatar, pero parecía que ni me escuchó porque ella siguió su camino.- Maldita mujer terca y caprichosa... Me la vas a pagar. - Tuve que subir yo para ir detrás de ella, y eso era algo que jamás en mi vida hice: ir tras de una mujer cuando eran ellas las que iban detrás de mí. El sonido de la puerta abriéndose y cerrándose con fuerza, y de paso con llave, me cabreó tanto que subí rápidamente las escaleras. Al llegar a la puerta de la habitación y comprobar que efectivamente estaba con llave, golpeé con fuerza. - ¡Abre la maldita puerta, Scarlett! Aún no hemos terminado. - ¡Con toda la chingada! Lárgate, que no quiero verte ni escucharte. Sí, que tenía coraje para responderme de esa manera, y eso es lo que más me encantaba. Tenía esa actitud que ninguna otra mujer tenía; no rogaba ni lloraba, al contrario, era fuerte y firme. Pero yo tampoco rogaba ni hablaba dos veces. Si no me abría, yo lo haría a mi modo. Tuve que tumbar a patadas la puerta; la hice añicos a mi paso. Entré a la habitación con la respiración pesada y los ojos inyectados de sangre. - ¡Maldita puta! ¿Sí que me haces sacarme de mis casillas? Ni se movió de la cama; estaba tranquila, limándose las uñas como si no hubiera pasado nada.
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