—Parece que de verdad no tienes intención de dejar rastro de ti en esta casa —reclamó Martha viendo que apenas quedaba el espacio para ella en el carro. —Te quejaste de que vine y ahora quieres que deje por que regresar —respondió la joven un tanto molesta por la actitud de su madre—. No hay quien te entienda. —A ti es a quien no puedo entender —dijo la mujer mayor—. Eres tan extremista y tan respondona que te desconozco. Pareces otra persona. —No parezco otra persona, madre, La cosa es que no me conociste nunca, en realidad. Soy como soy ahora porque me cansé de aparentar ser la chica perfectamente infeliz que cargabas contigo a todos lados y presumiste como la hija perfecta que siempre odié pretender ser. Martha miró a su hija con sorpresa. El tono amargo, que tampoco le conocía, y

