CAPÍTULO 3

2020 Words
La cena había sido agradable, había terminado tarde y mal para ella, porque su madre la puso pinta y colorada cuando la vio entrar en la casa luego de escaparse de la despedida de solteros, pero estaba bien, porque gracias a eso ahora entendía el por qué luego de aquel horrible encuentro él había desaparecido por dos semanas. No era que no la quisiera ver, eran negocios fuera de la ciudad lo que lo habían alejado de ella, y saber eso le quitaba un tremendo mal recuerdo de la cabeza. Incluso sintió que de pronto no era tan malo recordar su primera vida, porque su corazón sentía un peso menos ahora que él le había informado de esa salida. Las cosas con ellos habían empezado mal, porque literalmente habían sido relacionados por un acuerdo de negocios, como si no vivieran en pleno siglo veintiuno, como si ella fuera una simple mercancía y el otro la comprara porque le servía; por esa razón no le costó suponer que el otro solo la veía como algo útil y no como alguien que mereciera amarse. Y era por esa simple razón que ella había evitado encontrarse con él antes del matrimonio, porque pensaba que le interesaba poco al hombre y, siendo completamente sincera, ella tampoco estaba feliz con eso. Pero todo fueron malos entendidos que se habían dado por la falta de comunicación, y, sabiéndolo, no lo permitiría esta vez. Para iniciar, ahora que habían podido hablar un poco, y que habían obtenido el número celular del otro, las cosas ya eran enteramente diferentes. Ángela recordaba plenamente como Carlo le había señalado que ella no era como la había imaginado tras haberla visto de lejos, y eso era bueno. Su única meta era ser ella misma, aunque aún no descubriera lo que eso significaba exactamente. Es decir, hasta antes de volver, o de comenzar a soñar, su único objeto había sido hacer lo que se esperaba de ella, y era justo eso lo único que no deseaba hacer ahora. Sí, quería ser una buena esposa, pero para su marido, no para la sociedad, así que cuidaría más lo que ocurriera dentro de casa que lo que se hiciera frente al resto del mundo. Además, ahora que hablaba con él, podía expresarse al respecto de sus propios deseos, esos que había ocultado de todo el mundo y por los cuales se había arrepentido profundamente toda la vida. No quería equivocarse de nuevo, no quería hacer las cosas mal otra vez, solo quería cambiarlo todo y lograr ser feliz, aunque tampoco supiera como se hacía eso. Lo descubriría en el camino, era por eso por lo que había apostado y, si tampoco lograba la felicidad esta vez, pues al menos no se arrepentiría de nuevo al punto de haber odiado cada decisión que había tomado. Todas esas cosas pensaba tras abrir los ojos a una nueva mañana, luego de una aburridísima despedida de solteros, una gran charla con su futuro compañero de vida y tremenda regañada de parte de su madre, y que terminaron con ella algo arrepentida de haberse escapado, pues jamás había visto a la señora Martha tan enojada con ella. Era lógico, ella nunca le había llevado la contra, y jamás se había atrevido a hacer nada que la otra no indicara, así que la había sacado de sus casillas, y era algo que le reclamaría, seguro, toda la vida. Ángela conocía bien a su madre, pero su madre no la conocía bien a ella, así que la que sufriría daños nerviosos era la más vieja de su casa, literalmente. Ángela se levantó de la cama, lavó su cara e hizo su rutina de belleza mañanera y se vistió para bajar a desayunar con su familia. Todos estaban ahí, aunque sus dos hermanos mayores tenían su propia casa y familia, por motivo de la celebración pasada, todos habían pasado la noche en esa enorme casa en que ahora solo vivían sus dos padres y ella. —Buenos días —saludó Ángela entrando al comedor donde casi todos estaban ya, solo faltaban una de sus cuñadas y sus dos sobrinos. —Buenos días, cielo —saludó Manuel, padre de la chica recibiendo un beso en la mejilla de parte de su hija más pequeña. —Buenos días, madre —repitió la joven, pues ella era la única que no le había respondido el saludo la primera vez que lo hizo. Pero ignorarla no fue lo único que la mujer hizo, también detuvo la cara de la joven para que no la besara y, sin decir nada, indicó con la mano que se sentara frente a ella. Ángela rodó los ojos. No podía creer que su madre fuera tan infantil. Es decir, no es como que sus hermanos mayores jamás hubieran hecho una grosería de ese tipo, y no la recordaba haciendo tanto drama. —Te nos saliste del huacal —dramatizó Manuel hijo cuando la chica se sentó a su lado—, y pensar que eras tan buena chica. ¿Qué te pasó? ¿De dónde aprendiste tan malas maneras? —De ti —respondió la chica a quien molestaba el mayor de los tres hermanos—, y de Ramiro, por supuesto. Ni modo que de quien más. Manuel hijo hizo una mueca de sorpresa e indignación y llevó su mano al pecho para darle más intensidad a la escena que se montaba, y Rodrigo escupió el agua que había intentado tragar pero que no pudo pasar por la risa que le dio la respuesta de su hermana. —Ah, qué desagradable —se quejó Martha reprendiendo a su segundo hijo primero, luego habló para los otros dos—, dejen sus tonterías, quiero desayunar en paz. Pero paz no era lo que habría para ella, lo supieron todos cuando escucharon a Ana, la esposa de Manuel, gritando a sus dos pequeños diablos porque andaban sin camisa por toda la casa y no le permitían alcanzarlos para vestirlos. » ¿Cómo educaste a esos monstruos? —preguntó la matriarca de la casa a su hijo mayor, pero sin darle oportunidad de responder—. Anda, ve a ayudarla, no podemos seguir esperando para desayunar. Manuel hijo se levantó de la mesa ignorando los insultos explícitos e implícitos en la queja de su madre. Él los estaba educando para ser libres y vivir como niños de su edad, muy contrario a la estricta educación que recordaba haber tenido de su madre y que rompió en la adolescencia que no lo soportó más. Con Ramiro las cosas no habían sido diferentes, la única que siempre había acatado sus órdenes sin rechistar había sido Ángela, por eso les parecía inconcebible lo que la joven había hecho la noche anterior. Se estaba poniendo rebelde, y a los dos jóvenes no les disgustaba para nada, al contrario, les hacía feliz que la chica hubiera abierto sus ojos y pensara por sí misma pues, al fin y al cabo, era su vida la que vivía. Al final, el desayuno no fue para nada armonioso, eran demasiadas personas como para disfrutar una comida en paz, pues, además de que eran muchos, también estaba el hecho de que poco se reunían a solas, así que había mucho de qué hablar. Martha decidió no molestarse demasiado con eso y el patriarca de la familia disfrutó de ese desayuno con todo y gritos incluidos. A él siempre le habían parecido excesivas las maneras de su esposa, pero la amaba sobre manera, y no parecía estarles haciendo daño a sus hijos, así que la dejó a cargo de la educación de esos tres críos que amaba con todo su corazón. Y, aunque no le gustaba del todo su forma de educar, decidió que estaba bien cuando el par de chicos de su casa, al pasar la pubertad, comenzaron a defenderse incluso de ella, sin faltarle al respeto y siendo lo que ella siempre había buscado: dos hombres de bien. Con su hija las cosas se habían tardado, incluso pensó que ella no se revelaría contra ellos. Su treta de casarla con un desconocido por negocios fue un intento de empujarla a tomar decisiones por su cuenta, pero las cosas le habían salido mal, pues su esposa estaba encantada con la idea y Ángela no dijo que no jamás. Pero, luego de verla al lado de ese joven, y con su escapada de la noche anterior, además de que al fin parecía que había un cambio en ella, comenzaba a pensar que no debía sentirse tan mal por haber propiciado aquel encuentro. «¿Qué tal te fue anoche? —decía un mensaje de parte de Carlo para Ángela—. Tu mamá tenía cara de querer comerte.» Ángela sonrió, también había sentido esas ganas de acabar con ella de parte de su progenitora cuando Carlo la había dejado en la puerta de su casa la noche anterior. «Pues dijo muchas cosas —respondió la joven—, pero intenté no escuchar nada. Además, sigue enojada. Me hace la ley del hielo. Lo bueno es que conozco los horarios de comida de mi casa, porque ni para mandarme a bajar me habla.» El montón de menajes por frases terminó con un montón de caritas sonriendo. Carlo sonrió. No recordaba la última vez que había recibido un mensaje con emoticones, pero los estaba disfrutando bastante. «A mí me da gusto que las cosas no fueran tan malas —respondió el hombre que estaba a punto de bajar del auto donde era transportado hasta donde debía llegar—; y ahora que te sé viva te dejo por hoy. Que tengas un lindo día.» «Lindo día para ti también.» respondió la joven y le mandó una calcamonía de un perro, conejo u oso, Carlo no sabía lo que era, diciendo adiós. Eso había resultado más fácil de lo que había pensado. El mensaje lo había mandado tarde porque no se decidía a cómo empezar, pero luego de pulsar enviar la primera vez todo fue fácil. Esperaba que así fueran siempre las conversaciones con ella: llenas de ese nerviosismo bonito, fáciles y disfrutables. —¿Por qué te ríes con el teléfono? —preguntó Manuel a su hija tras verla en la sala haciendo justo eso—. ¿A quién le escribes? —Es Carlo —respondió la chica—. Pero ahora va a trabajar, así que parece que es todo lo que obtendré de él por hoy. —Cielo —habló el hombre en serio intrigado—. ¿De verdad estás bien casándote con él? —¿A qué viene la pregunta justo ahora? No creo yo que haya marcha atrás. —Sí la hay —aseguró el hombre—. Cielo, en realidad no hay nada irremediable en la vida además de la muerte, siempre podremos hacer otra cosa si cambias de opinión, así que, si decides que no estás bien casándote con él, voy a apoyarte. —Papá, ¿qué estás diciendo? Fuiste tú quien originó esto. Ángela estaba confundida. No entendía la postura de su padre. —Ya te lo dije, cariño. Siempre podemos hacer otra cosa si cambiamos de opinión. Creo que no fue bueno intentar negociar de esa manera, no eres algo que quiero entregar a cambio de unas monedas. Fue una broma que se me fue de las manos, y me arrepiento demasiado de haber hecho ojos ciegos a lo que pasó después de abrir la boca. Así que, te repito, si estás mal con esto, podemos cambiarlo. —Y entonces mamá nos mataría —aseguró Ángela imaginando esa posibilidad. —Bueno, me gustaría que no pasara, pero en tu vida tú debes tener la última palabra, y decidir por tu cuenta lo que quieres para ti. Así que, no importa si yo pierdo un negocio, o dos, siempre y cuando tú seas feliz yo estaré completamente bien. Ángela le miró confundida. La opción que le presentaba su padre era una en la que nunca había pensado, pero siempre había estado ahí y también era una buena manera de cambiar las cosas... ¿acaso debería considerarla? 
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