El funeral había sido doloroso y triste, mucho, y aún así el sepelio fue mucho peor. Dejar a su padre atrás para dejar el cementerio había sido lo más difícil que habían hecho todos en la vida. Los acompañantes de la familia se fueron uno a uno, todos, hasta que, al final, solo quedaron cinco personas en el lugar: Martha, Ramiro, Sandra, Ángela y Carlo, pues tres de ellos no se querían ir de ese lugar, no solos, querían llevarse con ellos a Manuel, pero no podían hacerlo. —Anda, mamá —pidió Ángela sintiendo la fría tarde caerles encima, sin saber si lo opaco que se veía el cielo era por todo lo que había llorado o por que estaba ya oscureciendo—. Anda, vamos a casa. —¿A qué? —preguntó Martha desolada—. Si sabes que no hay nadie en ese lugar esperándome, ¿no? Los ojos de Ángela se lle

