El martes amaneció con esa luz que miente: parece tranquila, pero te deja un nudo en el estómago. Me hice la promesa solemne de sobrevivir a Historia sin fundir un fluorescente y pedaleé al insti como si eso fuera una armadura. Aiko me interceptó en la entrada con su radar de amiga. —¿Dormiste? —Lo justo para no morder a nadie —dije, y no añadí “anoche había un coche vigilando mi casa”. Las dos primeras clases pasaron en modo automático. Copié fechas, fingí interés por una revolución que no era la mía y respiré lento cuando el tubo del techo titiló. No hoy, pensé. No hoy. En el cambio de hora, una sombra se colocó a mi lado sin ruido. Kyleigh. —Detrás del gimnasio —murmuró. No pregunté. La seguí por el pasillo trasero hasta ese rincón donde el eco se vuelve pequeño. Se metió las man

