Prefacio.
Mi límite.
POV. Dominick Black
Me encuentro como siempre lo hago en estas sesiones, estoy en medio de la habitación esperando por ella, de rodillas, con las manos descansando en mis muslos, aunque sé que no durarán mucho tiempo allí porque a ella le gusta esposarme de otra forma, mantengo mirada gacha, es así como le agrada y le gusta verme, en una posición de sumisión que le otorga todo el control y el poder, tal como le encanta. Le fascina sentirse todopoderosa, mientras somete mi cuerpo a su voluntad, sintiéndose cada vez más superior a mí, y es que precisamente de eso se trata este juego, aunque…
«No se te está permitido pensar más allá Dominick, contrólate» me recuerdo a mí mismo, sabiendo que estoy llegando al límite con esta situación, es algo que llegué a mencionar y hemos hablado, pero ella no me ha dejado expresar lo que siento.
Me obligo a ser paciente y esperarla en la posición indicada, es nuestro acuerdo, así lo hemos establecido desde el principio, a pesar de que la paciencia empieza a escasear en todo esto, ya que no es uno de mis fuertes, y por más que ella haya intentado enseñarme, he sido malo para aprenderlo.
Me renuevo un poco, ya que siento el cuello entumecido y aunque quisiera quejarme por su retraso y por mantenerme aquí tanto tiempo, sé bien que no debo hacerlo, ella puede hacer conmigo lo que se le antoje, incluso dejarme esperando en esta posición el tiempo que se le pegue la gana mientras ella me observa a través del espejo falso que está frente a mí, así como sé que de seguro lo hace en este momento.
Esa espinita en mi cabeza vuelve a molestar, ese pensamiento que trato de ahuyentar aparece de nuevo, sin embargo, es mi deber desechar cualquier cosa que pase por mi mente que pueda afectar a mi señora en cualquier sentido, no me es permitido hacer, decir o pensar nada que no le agrade, y sé que este tema no es de su agrado, sin embargo, es precisamente ese poder que ejerce sobre mí el que me hace tener estos pensamientos tan persistentes.
Me atrevo a levantar la vista para recorrer la habitación y me doy cuenta de que hoy ha encendido las luces rojas, y por experiencia sé que esa no es una buena señal, tomo una bocanada de aire con fuerza y trago saliva buscando un poco de comodidad en medio de este momento, este juego de cambio de luces dentro de la habitación se me ha hecho interesante, desde el primer instante en el que lo practicó conmigo, además de darme la oportunidad de descifrar el estado de ánimo con el que viene de manera más sencilla, me permite saber un poco sus planes y su actuar para conmigo. Aunque en este caso se me hizo bastante evidente, también por su tardanza, que esto no presagia nada bueno.
De pronto las luces rojas comienzan a atenuarse, apagándose progresivamente hasta que la habitación queda sumida casi en completa oscuridad, trago saliva de nuevo y me apuro a bajar la vista al suelo cuando oigo el repicar de sus tacones en el piso de manera, que resuenan por toda la habitación con claridad, los oigo aproximándose hacia donde me encuentro.
El sonido de mi respiración es lo único que acompaña el ruido seco y claro de sus pisadas, la expectativa me vence y me lleno de ansiedad por saber lo que hará, mi virilidad empieza a palpitar a medida que el ritmo de mi corazón se acelera y me provoca una erección tan dura que por un instante pienso que las bolas me van a explotar con tan solo sentirla cerca de mí.
«¿Cómo es posible que a pesar de que ha pasado más de un año, este maldito juego me siga excitando de esta forma?».
El hecho de no poder levantar la mirada para verla acercarse, hace que me excite aún más si es que eso es posible, la polla me duele y clama entrar en ella, sin embargo, mantengo mi postura sumisa y silenciosa, esperando poder escuchar su voz y descubrir qué es lo que tiene preparado para este esta sesión. Sus pasos se detienen finalmente y el aroma de su fragancia me golpea con fuerza provocando que un ligero estremecimiento me recorra la espina dorsal, quiero levantar la mirada, pero ella no lo ha ordenado y no quiero empeorar su humor haciendo algo sin que ella lo ordene.
«No puedes joderlo Dominick, no cuando necesitas que ella te ayude a liberar tus demonios, aunque quiera otra cosa, por ahora debes resistir».
Camina en torno a mí, rodeándome al tiempo que emite un extraño sonido con su lengua, no sé si está analizando la situación o simplemente juega con mis emociones, pero sé que me está volviendo loco el deseo de ya poder mirarla, así sea con el rabillo del ojo, es que las ganas de hacer lo contrario se me hacen incontenibles, pero de nuevo respiro profundo y me reprendo antes de cometer cualquier error que me haga pagar un precio bastante alto que no estoy seguro de poder pagar.
«¿Por qué intento engañarme? Pagaría cualquier precio por… ¡Basta!» peleo conmigo mismo.
De nuevo siento que se aleja y se acerca a la cómoda de dónde saca los instrumentos que ha de utilizar hoy, estoy de espalda hacia ella por lo que no tengo posibilidad de espiar, sin embargo, el ruido que hacen algunos objetos al moverlos me hace suponer cuales son los que está tomando. Una vara, pinzas… contengo un resoplido y aguanto la respiración, la cual voy soltando poco a poco para que no lo note, porque sé que cualquier cosa puede salir de esos cajones, no tengo miedo, pero no estoy de ánimo para soportar su sadismo.
Estoy sumido en mis pensamientos y sin que me dé cuenta se para frente a mí y sin necesidad de que pronuncie ni una sola palabra me inclino hacia adelante y besos sus pies, admirando la sensualidad de sus piernas en el recorrido.
«Por más sensual que me parezca, ya este gesto no se siente igual que antes, ya no me llena de satisfacción rendirle pleitesía» pienso en mi interior y creo que ya es momento de aceptarlo, ya no puedo negarlo más.
Ver la textura del cuero dividido en varias cintas, me hace conocedor del instrumento de tortura que ha de utilizar y me imagino como seria ser yo quien sostenga el lado contrario del látigo, poder tener a alguien a mis pies, y que su único deseo sea agradarme, poder teñir su piel de rosa a medida que descargo sobre su cuerpo el poder que ahora ella ejerce sobre mí.
Mi respiración se hace más pesada y forzada a medida que los latidos de mi corazón se aceleran de manera errática, me cuesta creer que todavía pueda sentir alguna palpitación en mi masculinidad cuando la posición en la que me encuentro ha sido invariable, la habitación continua sumida en la oscuridad y mi erección se hace más dolorosa a cada segundo que pasa, ansío tomarla de la cintura y entrar en su estrecho y apretado coño, sentir como me succiona hacia adentro cuando las convulsiones de su vientre exploten en torno a mi falo y me haga dueño de sus gritos al tiempo que el placer producido por el orgasmo le atraviesa partiéndola en dos, necesito hacerlo, ansío la liberación que puedo conseguir y que ella nunca me niega.
De solo imaginarlo siento que mi excitación incrementa a grandes rasgos si es que eso es posible. El silencio es interrumpido por el silbido que produce el látigo al blandirse con precisión, lo escucho antes de sentirlo.
El impacto del látigo sobre mi espalda, hace que arquee mi espalda, sin perder la postura que indica mi protocolo, al tiempo que aprieto los dientes, el placer me recorre la espina dorsal y ella lo sabe. Pero la rabia por haber iniciado de esta forma, con un castigo sin explicación previa me carcome por dentro.
—¿Quién soy para ti? —demanda, con su tono de voz demuestra molestia, una que no entiendo y que no está justificada y la cual me llena de rabia en este momento— ¿Quién soy para ti? — repite la demanda de forma autoritaria, logrando que mi excitación sobrepase la ira, siento como mi falo se agita en medio de mis piernas suplicando por una oportunidad para al fin liberarse.
Es contradictorio pensar en cuanto me empieza a desagradar esta situación, cuando mi cuerpo muestra las señales claras de cuánto lo está disfrutando, cuando las reacciones naturales se hacen presentes, pero estoy consciente de que ser solo un sumiso ya no es suficiente para mí, no cuando quiero ser yo quién de las órdenes.
—Mi ama, mi dueña y mi señora —resoplo sin levantar la mirada hacia ella.
El corazón me bombea con más fuerza cada vez más y mi instinto me grita que ya tome la postura que tanto deseo y le enseñe cuanto he deseado ser yo el que esté en su lugar, mientras ella suplica por más.
—¿Y tú qué eres Dominick? —susurra peligrosamente al tiempo que se agacha hasta mi altura y quiero mirarla, pero no me ha dado permiso y eso me jode porque ya me cansé de este papel, yo quiero saber lo que se siente tener el poder y el control absoluto de todo.
Se pone de pie y siento el látigo en mi espalda una vez más, con más fuerza, pero esta vez, a diferencia de hace un minuto, evito arquearme, aunque mantengo mi sumisión ante ella.
—No repito dos veces y lo sabes —señala con voz dura y rabiosa, antes de volver a descargar el látigo sobre mi cuerpo hasta que al fin las palabras salen de mi boca.
—Soy su esclavo, su objeto y su propiedad! —trago grueso al terminar de hablar, sabiendo que no está complacida la hice esperar por una respuesta, una respuesta que no quería darle porque me cansé de seguir, sé que merezco un castigo, sin embargo, esta vez no estoy dispuesto a pagar el precio.
—Así me gusta, recuerda tu lugar, eres mi puto perro de la calle y así te voy a tratar —se ufana.
Ya no lo puedo soportar más, mi cuerpo me lo pide a gritos, levanto la mirada por primera vez, sin que ella me haya dado el permiso para hacerlo, al darse cuenta intenta de nuevo descargar el látigo sobre mí pero lo detengo, sujetando su mano antes de incorporarme por completo rebasando su estatura.
―Es mi turno de tomar el mango del látigo ―declaro.
En su mirada hay confusión, la cual no dura más que unos segundos. Siento que suelta el látigo dejándolo en mi mano, pero la conozco, sé que esto no termina aquí.
Siento la bofetada que me cruza la cara, y respiro profundo para calmarme y mantener mi posición.
—¿Quién carajos te crees para hablarme de esa forma y levantarte sin mi permiso? —no alza la voz, pero el tono que utiliza puede hacer estremecer a cualquiera, hace un año lo hacía conmigo, pero desde hace unas semanas para acá, ya no causa lo mismo en mí.
—Basta —respondo.
—Tú no puedes decidir eso, no tienes límites, nunca los quisiste y por ende ni siquiera una palabra de seguridad tienes, recuerda quién eres y porqué estás aquí, así que vuelve a tu lugar, suplica tu perdón y recibe tu castigo —me enfrenta.
—Tienes razón Camile —la llamo por su nombre— no tengo ningún límite cuando de dolor o de tortura se trata, pero puedo decidir cuando esto se acaba y eso es ahora.
—No seas iluso Dominick —se burla.
—Deseo mi libertad —las tres palabras salen de mi boca y son como un choque eléctrico para ella.
—No digas tonterías de las que después puedas arrepentirte —arquea su ceja.
Sonrío.
—Estoy seguro de que no voy a hacerlo.
Da dos pasos hacia atrás, poniendo un poco de distancia entre nosotros.
—No sabes lo que dices, vendrás después arrastrandote, pidiéndome que te tome de vuelta y no lo haré, sabes perfectamente que quién se va lejos de mí, no vuelve —sé que es sincera, pero me hierve la sangre que ella más que nadie debe saber perfectamente cómo me siento.
—Fuiste una excelente tutora, pero ha llegado mi momento y esto debe acabar— me sincero.
—No.
Su negación me sorprende, nunca pensé que fuese una persona tan intransigente.
—No puedes negarme mi libertad Camile —me quejo.
—No te he dado permiso de llamarme por mi nombre —habla entre dientes.
—Me importa una mierda, eres una buena tutora, siempre lo has sido, pero he aprendido lo suficiente, dijiste que esto duraría hasta que yo lo decidiera y ha llegado el momento, lo que te estoy pidiendo es mera formalidad.
Ella me mira de arriba abajo, y pasa su lengua por el labio superior.
—No puedo perder a mi juguete favorito sin disfrutar antes, si quieres ser libre debes dejarme hacer contigo lo que se me plazca una última vez.
En su mirada puedo ver que no está jugando, y no puedo creer que ella realmente no entienda cómo me siento.
Me doy media vuelta y la ignoro, necesito salir de aquí y buscar mi ropa, poner distancia entre nosotros porque este acuerdo ya no es el mismo que teníamos, ella cruzó mi único límite, y ese es el abuso de poder.
—Dominick, si sales por esa puerta no podrás regresar, yo no soy cómo las niñas con las que acostumbras a salir, no voy a ir detrás de ti.
Detengo mi mano en el pomo de la puerta, no porque dude, sino porque me sorprende el hecho de que nunca terminas de conocer a una persona, aún cuando te muestra la peor parte de sí mismo.
Volteo y la miro a los ojos.
—Ante tí ya no tienes al mismo niño que sonsacaste, ahora, quien toma las riendas del juego, seré yo.