Eliza
Cuando llegué a la oficina, lo primero que noté fue la ausencia de Jonathan. Su escritorio estaba vacío, la silla perfectamente colocada bajo la mesa, como si nadie hubiera estado allí en días. Me detuve un instante en la entrada, sintiendo cómo una inquietud se instalaba en mi pecho.
¿Dónde estaba?
El silencio en el espacio no hacía más que amplificar la falta de su presencia. Saqué mi teléfono del bolso y revisé mis mensajes por enésima vez desde anoche.
Nada.
Ninguna llamada, ningún texto. La pantalla vacía me devolvió un reflejo de mi rostro, cansado y tenso.
Suspiré, guardando el teléfono y tratando de ahogar la preocupación que me comenzaba a consumir. No podía pensar en eso ahora.
Me dirigí a mi escritorio con pasos pesados, dejando mi bolso en la silla y encendiendo e
