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732 Words
Íbamos de camino a ¿la casa del crimen? No sé, tendré que pensar otro nombre mejor para la base de operaciones. Cuando una furgoneta nos empezó a hacer señas con los intermitentes. Ya he mencionado que no sé nada de automóviles, pero parecía Mate, el mejor amigo de rayo McQueen. —Oh no.— murmuró Dante poniendo los ojos en blanco y dejándose caer sobre el asiento pesadamente.— Los putos nazis. Por cómo reaccionó tenía pinta de ser bastante mala suerte habernos topado con los gorilas arios. —¿Qué ocurre?—pregunté aterrada al ver cómo parábamos a un lado de la carretera. Pensé que quizá fuera el momento perfecto para salir huyendo, pero solo viendo esa furgoneta apostaría a que también tenían armas y un banyo ahí dentro; me pegarían un tiro y estaría igualmente atrapada además de con una bala alojada en el culo. Una vez había descartado la idea de huir decidí hacer caso a Dante, depositando toda mi confianza en él. —Odio a los putos nazis, por suerte, tu tío no tiene negocios con ellos.— un hombre de más de dos metros con alrededor de 150 kilos de peso, con la cabeza rapada y vestido como un G.I.Joe; se bajó de la furgoneta y se dirigió a nuestro coche.—Vamos a intentar mantener la paz.—claro, los nazis son muy de mantener la paz, lo sabe todo el mundo, que se lo pregunten a Ana Frank. —Buenas noches, Dante y... ¿quién es la señorita?— ni siquiera le estaba escuchando en condiciones, estaba demasiado concentrada en la esvástica tatuada en su frente, como si hubiese salido de Reservoir Dogs. ¿Qué clase de psicópata haría algo así con su propia cara? Así de primeras, se me ocurre Charles Manson, pero seguro que hay muchos más. —Es solo una puta, nada de lo que preocuparte.— tragué saliva, pero pensaba darle una patada en la espinilla por llamarme puta, en cualquier momento en el que no me temblasen las piernas. Seguro que se le podría haber ocurrido cualquier otra excusa, pero sé que disfrutó poder llamarme puta sin consecuencias. —No parece una puta.—¿gracias? Me habría olvidado mi uniforme de puta en casa.— Ven conmigo, te pagaré bien.— aunque la cara de Dante se mantuviera impertérrita, sabía que también tenía miedo, aunque no tanto como yo. Había pocas cosas claras en mi vida, pero una de ellas es que no me quería acostar con un fascista nauseabundo por mucho que me pagase solo para sostener una mentira. —Soy judía.— mentí como una puta, pero si eso me salvaba de probar el colchón de ese tipo lo volvería a hacer sin pensarlo. Me daba escalofríos solo verle ahí parado, no hablemos de cómo reaccionaría si la cosa pasara a mayores, lo mejor que podría pasar sería que me desmayara. —Zorra judía.— se separó de la ventanilla del coche y escupió en el suelo. Bueno, él tampoco era mi tipo.—Asegúrate de ponerte condón esta furcia te puede pegar de todo.— abrí la boca para contestar, pero Dante se adelantó. Iba a optar por un clásico "Tu madre." Simple pero efectivo, con clase y sin uso de tacos. —Adiós.— dijo antes de arrancar. Le fulminé con la mirada, aunque lo cierto es que me había salvado. El resto del viaje lo pasamos en silencio, aún estaba asimilando lo ocurrido, no todos los días te haces pasar por la prostituta judía de Dante. Cuando vi el edificio amorfo, supe que habíamos llegado, ningún otro arquitecto diseñaría algo así de horrible. Ya lo había visto más de una vez, pero no dejaba de asombrarme, era el monstruo de Frankenstein de los edificios, una puerta por aquí, otra ventana por allá, el garaje en medio, otra pared sin sentido aquí y ¡listo! Ni Calatrava. —Tengo que ir a aparcar,—en la primera planta por supuesto, muy práctico.— tu tío te espera en el sótano.— asentí y abrí la puerta del coche. —Hasta luego, Lucas.— susurré en su oído antes de besar su mejilla y salir del coche. No le hacía mucha gracia que le llamase por su nombre real, pero tenía un chiste que hacer y además me había llamado puta hacía unos instantes.
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