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845 Words
Tormenta se apoyaba en mi regazo mientras Sombra se movía inquieta, sabían que algo no iba bien en aquel viaje. —¿Por qué no has matado a los putos animales?—se me hizo un nudo en la garganta al oír las palabras del gigante al que solo había conseguido ver de espaldas. —Me gustan los perros.— no sabía cuánto fiarme del cariño que le podía tener a las mascotas alguien que había asesinado a mi compañero de clase, decidí confiar en él un intervalo entre cero y menos infinito. —¿Y qué vas a hacer con la dueña?— claramente estaban hablando de mí, pero me faltó valor para meterme en la conversación. —¿Qué crees que querrá hacer Dante con una estrella como Apolonia?—se giró desde el asiento del copiloto para clavar sus ojos en mí.—¿Vas a decirme tu nombre real? —Amy.—al menos quería que mi nombre apareciese en las noticias y ellos se sintieran culpables, no hay demasiadas Amys viviendo por aquí así que sin duda se trataría de mí. —Mucho más bonito que "Apolonia".—el coche frenó tras media hora de viaje. El chico me abrió la puerta, hice que Tormenta y Sombra bajasen y después las seguí. Él fue a quitarme las correas pero le detuve. —No les gusta obedecer a otros.—quizá no debí haberle prevenido, hubiera sido mejor si las perras le hubiesen atacado y así habríamos tenido tiempo para huir. —Está bien... pero procurad comportaros delante del jefe.—cruzamos el portal donde nos saludó un hombre mayor con bigote que estaba regando una planta, supuse que era el conserje. Entramos en un ascensor que decía tener capacidad para doce personas, (lo cual me pareció un tanto excesivo) y llegamos hasta la novena planta, había una única puerta junto a las escaleras que ya solo servían para bajar. En el techo había una bóveda de cristal que permitía ver la oscuridad plena de la noche. El arquitecto de este edificio se había dedicado a meter caprichos sin sentido por acá y por allá.—Dante, estamos aquí. Se oyeron unos pasos y la puerta se abrió. El tal Dante llevaba puestos unos jeans azules con una camisa blanca y una americana negra. Era la persona que te viene a la mente al pensar en un artista de éxito, como un espíritu soñador encerrado en un traje y contando billetes. En sus ojos verdes tenía esa expresión de sorpresa constante, como si todo le maravillara. Y sus labios estaban rígidos tratando de evitar una sonrisa. Quizá donde más se apreciaba lo extravagante de su personalidad era en su pelo azul. —Apolonia...—me recorrió de arriba a abajo con la mirada.—Lujuria... deberías estar en el segundo círculo del infierno, para que tu alma fuese agitada sin descanso. Supuse que estaba haciendo referencia a "La divina comedia" de Dante Alighieri, el otro chico parecía acostumbrado a ello. —En realidad se llaman Amy, Sombra y Tormenta.—indicó él, haciendo que quedase impresionada. Ni siquiera había confundido a mis perras después de tan solo unos minutos en el coche. Quizá había memorizado el color de los collares o había visto la manchita blanca en la cola de Tormenta.—Sé escuchar. —Para eso te pago.—Dante hizo una seña para que yo pasase y cerró la entrada a su empleado.—Han preparado comida y agua para ellas. Para nosotros, he pensado que a esta hora lo ideal sería algo de vino, espero que no te importe que haya tomado unas copas más que tú...— dejó de hablar al darse cuenta de que no dejaba que las perras probasen bocado a pesar de la especial insistencia de Sombra.—Te garantizo que no hay nada envenenado en esos cuencos, pero no pienso catar la comida para perros.—miró fijamente la mano con la que sostenía las correas.— Suéltalas. Solté las correas y únicamente murmuré «NO», aquello fue suficiente para que ambas se quedasen sentadas junto a mí. —Impresionante...— parecía alucinado ante la obediencia de mis perras, que seguían mirando los platos sin parar de salivar.—Cataré el vino.— sirvió dos copas y dió un trago de una de ellas. Permanecí impasible, tenía mucha sed, pero lo que menos necesitaba aquella noche era ingerir más alcohol.—Vaya, sí que eres terca. —¿Cuándo podré marcharme?— comenzaba a temer que esto fuese una especie de tortura. —Querida, estás en el noveno círculo del infierno, Judeca, estás atrapada con los traidores para toda la eternidad.—rió tomando el resto de la copa, para empezar con la que había servido para mí. —Siempre puedo trepar a Satanás para llegar al purgatorio.—ya que se empeñaba en seguir usando la poesía de Dante para comunicarnos, decidí hacer lo mismo. —¿Crees que yo soy Satanás?— comenzó a reír. Me temía lo peor, tomé la copa.
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