Al poco tiempo, pasamos toda la tarde entre conversaciones y el aperitivo de café con pan, tal como solíamos hacer de niños. La única diferencia era que estábamos todos juntos, y el escenario no era la casa familiar, si no un frío hospital. Pero en medio de esa falsa normalidad, de esa añoranza por el hogar, mi madre María, con una voz apenas audible que solo yo pude captar en la cercanía, susurro algo que me helo la sangre. Qué si, la había dicho antes, nunca la había escuchado: "La caja... El la tiene... la caja de los recuerdos." Y con esas palabras, el hospital dejo de ser un sitio de cura, para convertirse en el epicentro de un misterio personal.
Mientras tanto, Una hora más tarde, acostamos a mi madre María, le dimos la cena y cepillamos su cabello con la plancha, tomo suficiente agua y luego se rindió en el sueño. Después de un tiempo, yo también me dispuse a descansar, muy cerca de su cuerpo. Buscando el calor y la protección que me negaba la noche. No fue hasta que de repente las luces se encendieron y el ruido del carrito de la enfermera con los tratamientos me despertó, Esta vez, solo pasó por los pacientes más antiguos, los compañeros de mi madre María, que eran 3 y con ella completaban un total de 4. La enfermera nos informó de algo que nos llenó de esperanza: les habían mandado un purgante y si todo salía bien, podrían ir a casas. Nunca sabes lo fuertes que eres, hasta que ser fuerte es tu única opción, pensé. Pero esa esperanza se convertiría rápidamente en una pesadilla.
Una vez que, ¡Y para qué fue eso! la situación se puso difícil. Hacia las once, un olor feo y fuerte comenzó a emanar por toda la habitación. Gracias a dios empezó con el paciente de a lado, y como eran dos fue fácil revisarla y cambiarla, presencie todo el proceso, despertada por el mal olor. Poco tiempo después, me toco a mí. Aunque lo hice torpemente y sin ayuda, logre cambiar a mi madre María por primera vez, ya que siempre se cambiaba el pañal solo por orina en la mañana. Pero lo peor estaba por venir.
de un momento a otro, lo más traumático fue que sucedió otra vez, como a la 12:30. Y a partir de ahí ¡cada media hora! Tuve que hacerlo sola, me cansaba cada vez más. Ya no podía dormir. Así me la pase haciendo eso la mitad de la noche. Lo peor es que todos ponían los ojos en mí, sola sin saber cómo pude aguantar, aun no me explico las quejas de como lo hacían me atormentaban. Fue algo tormentoso. Pesado y difícil cambiar el pañal de una persona adulta, bajo la atenta y molesta mirada de los demás. La situación estaba al límite, esperando una chispa para explotar.
No fue hasta que, gracias a dios se hicieron la 5:00 a.m. y mi hermana Dela llego como caída del cielo. Me socorrió y me vio agotada. Lo primero que hice fue explicarle la situación, de una manera dura porque no me aguante y le comente la critica malintencionada del señor a lado, ¡estando el ahí mismo! lo que sucedió a continuación fue una explosión.
Simultáneamente, tan pronto le Conte a Dela, el señor del a lado, oyéndome, se volvió un conflicto. Dijo que tenía familiares allí y se fue hablar con ellos para que nos sacara de la habitación. Para que fue eso, mi hermana Dela dijo que me calmara. Levantamos a mi madre María, la llevamos al baño, hicimos todo lo necesario y la sacamos ya lista. Le dimos el desayuno mientras Dela fue hablar con su cuñada que le envió el mensaje. Cuando mi hermana Dela regreso, el señor ya había vuelto, con una cara hacia mí como con ganas de matarme. Dela, regañándome por todo el asunto y con cara molesta, me dejo sin palabras. Aguanté todo el regaño sin chistar. Mientras el señor sonreía y me miraba. No entendía la situación. ¿Qué había pasado en su conversación con sus familiares? ¿Y porque Dela, en lugar de defenderme, me reprendía frente a mi agresor?
Poco tiempo después, al rato llego un doctor algo mayor, de una forma en que ninguno había entrado, nos miró a todos. Se dirigió al señor del lado, hablo con él y le preguntó quién era la chica. El señor me señalo a mí. El doctor me miro un rato, luego a mi hermana Dela y mi madre María, y después a él. Le dijo algo en el oído y salieron de la habitación. La tensión era palpable. Dela bajo su enojo, me pasó la vianda y me dijo que me pusiera a comer, que seguro fue un momento de alta de tensión. con asombro empecé a comer, mientras los demás familiares comentaban: " ¡Ay mundo, van a sacar a la señora de la habitación!". Yo pensaba lo mismo. Y de repente 4 doctores llegaron y se dirigieron a nosotras, dejándonos a todos sorprendidos.
En tercer lugar, los 4 doctores preguntaron a mi hermana Dela que había pasado, y ella les explicó. Luego me miraron a mí. Después, se acercaron y nos dijeron, muy bajo, que nos quedáramos tranquilas, que ese señor siempre causaba conflictos. Y entonces, la revelación: "Sabemos que son familiares de la anestesista". Esas palabras, susurradas en el caos, cambiaron por completo la dinámica. De repente, ya no éramos dos mujeres vulnerables, sino teníamos un poder oculto, una conexión que nos protegía. El hospital, antes un lugar de temor se transformaba en un tablero de ajedrez donde las influencias jugaban un papel crucial, y nosotras, sin saberlo, éramos piezas importantes.
Por último, así paso lo que yo no entendía de la situación, Los doctores se fueron, y Dela me saco al pasillo. Por fin, me explicó que el señor de a lado siempre armaba esos conflictos, que ya casi no le prestaban atención y que, además, él también tenía una "palanca" ahí. Me advirtió que no armara más problemas. La revelación de que el hospital era un campo de batalla de influencias me hizo ver la situación de otra forma, pero la conversación estaba lejos de terminar.
Más adelante, mientras Dela me explicaba, el señor de a lado, a lo lejos conversaba con el doctor familiar, y nos miró. Yo también lo miré. Luego, me disculpé con mi hermana Dela, admitiendo que no había pensado bien antes de actuar y que el cansancio me estaba pasando factura. Le aseguré que no quería causar problema ni a ella, ni a su cuñada. Pero fue en medio de esa disculpa, cuando confesé lo agotada que estaba, que Dela tomó una decisión radical.
Tan pronto, Dela miró con una mezcla de cansancio y determinación y soltó un ultimátum: "De ahora en adelante, yo agarraré los turnos de la noche. Te vas y te vas de una vez". Sus palabras no eran una petición, sino una orden. Me estaba revelando la carga más pesada, pero al mismo tiempo, me estaba apartando del foco del misterio. ¿Qué temía Dela que yo descubriera en la oscuridad de la noche, y porque mi presencia en la madrugada se había vuelto un riesgo que ella ya no estaba dispuesta a correr? La respuesta, sin duda, se ocultaba en las sombras que solo la noche podía revelar.
En resumen, volví a entrar en la habitación, recogí mis cosas, me despedí de mi madre María y me dirigí al pasillo. Mientras caminaba, pude mirar un cubículo donde estaban dos doctores. Ellos me miraron, y yo los mire de vuelta, pasando enseguida. Alcance a escuchar un fragmento de su conversación: "Pobre muchacha, va bastante cansada". Luego me sonreí, por