Dos. "Los hermanos Clark"

2118 Words
WILLIAM CLARK Mi obsesión: los autos. Me encantaba derrochar grandes cantidades de dinero en autos, amaba tener diversas marcas y estilos de esos grandiosos vehículos, en los cuales solía recorrer gran parte del estado de Utah en cada uno de mis días libres. Tuve mi primer auto a los dieciocho años, un hermoso Audi deportivo color naranja que aún conservaba en mi cochera, el cual había sido un regalo de mis padres; ahora, casi a mis veinticinco años, tenía ocho autos de diversos estilos y colores. Era beneficioso que mi madre fuese dueña de una enorme y reconocida agencia de modelaje en Francia, además de ser una exitosa diseñadora y como si fuera poco, ser la heredera de una cadena de restaurantes a lo largo de Europa; por otra parte, mi padre tenía su propia empresa de tecnología en Las Bahamas, por lo que desde siempre fui un niño consentido al cual llenaban de regalos costosos, entre ellos, la mitad de los autos que ahora conservaba como si fuesen un tesoro. Mi hermana mayor y yo, siempre fuimos sobreprotegidos por nuestros padres, no nos daban la libertad que queríamos porque en todo, ellos veían peligro. Shio, cansada de no poder hacer lo que quería, se había revelado en una ocasión al punto que a sus diecinueve años decidió irse a vivir a su país natal: Japón. Cosa que no le duró ni un año completo porque echó de menos los cuidados y chineos de mamá, al punto que regresó a París con el “rabo entre las piernas”. Pasó mucho tiempo para que yo terminara de burlarme de ella por su cobardía. Años después, cuando terminé la escuela de derecho, la decisión de salir del país fue mía, decidí Utah como destino por sus hermosas montañas nevadas para esquiar, además de los diversos sitios que poseía para escalar y por la tranquilidad que aquel lugar transmitía. Ejercí como abogado un par de años, antes de enamorarme perdidamente de la autoridad que veía en los jueces al dirigir una audiencia o un juicio, así que decidí presentar el examen y ¡eme aquí! Estaba a poco de cumplir de cumplir un año de dirigir juicios y audiencias. Vivía en un condominio muy seguro, donde todas las casas que habían dentro de él eran grandes y lujosas. Probablemente me hubiese conformado con vivir en un edificio, pero, por insistencias a mi madre, al final tuve que aceptar vivir de esta manera. Sintonicé las noticias en la radio del auto, mientras me dedicaba a conducir con lentitud hacia mi casa. Acomodé mis gafas de sol en mi nariz y me dediqué a escuchar. “El cuerpo de Jeremy Lee, hijo del senador Lee, fue encontrado atado del techo de una vieja y abandonada fábrica, con sus órganos sexuales mutilados. La única sospechosa de tal atroz homicidio se presentó a la comisaría, confesando su crimen; ahora se encuentra bajo las órdenes de las leyes de Utah” Hice una mueca al imaginar aquel horrendo crimen; ¿Qué pudo llevar a una mujer hacer tal cosa para después entregarse? Suponía que alguna buena razón debió de tener, pues alguien no le cortaba el pene a un hombre así como así. Ya tendría tiempo para averiguar lo que había sucedido. Me detuve frente a la entrada del residencial y saludé al guarda con la mano. El sujeto sonrió, mientras señalaba con la barbilla mi Porsche 911 color blanco. —Esa nave siempre será mi favorita, señor Clark. Asentí en su dirección. —Recuérdame dejarte conducirlo cuando tengas un tiempo libre, David. Su mirada se iluminó, mientras que en sus labios se ensanchaba una sonrisa mucho más grande que la que tenía. —¿Lo dice en serio? —Por supuesto, ¿Por qué no? —dije, mientras comenzaba a pasar los enormes portones. —¡Siempre será mi favorito arrogante millonario, señor! —exclamó, a la vez que yo me echaba a reír y me alejaba del portón. David era un buen tipo, cada vez que le decía que lo dejaría conducir uno de mis autos, cuando él mencionaba que era su favorito, terminaba diciéndome que era su millonario preferido. Al principio me molestaba, pues no me gustaba pensar en mí como una persona arrogante, que se creía más que los demás, de hecho, me gustaba hablar con muchísimas personas, y si podía ayudarlas, para mí era mucho mejor. Cuando aparqué el auto, me dirigí hacia la puerta de mi casa con la misma tranquilidad con la que siempre solía hacerlo, cargaba en una mano, una caja de pizza de pepperoni, mientras que en la otra llevaba la llave lista para abrir; esa noche sería de películas, cervezas y mucha pizza, en eso se basaban mis noches favoritas. Pero, al meter la llave en el cerrojo, me di cuenta de que no estaba solo, la puerta se encontraba abierta e incluso pude escuchar unos pequeños pasos provenir desde el interior. Un frío recorrió mi columna vertebral al ni siquiera tener idea quién pudo haberse atrevido a irrumpir en mi casa, o mejor aún, como habían sido capaces de traspasar toda la seguridad del residencial. No me gustaban las armas, mantenía una en el auto por precaución, no había tenido la necesidad de siquiera sacarla de ahí, pero ahora, lo que atiné hacer fue a devolverme para sacarla de la guantera. Cuando la tuve en mis manos, caminé a paso vacilante hacia la puerta otra vez, dudando en si era buena idea ir a buscar algún m*****o de los de seguridad, los cuales justo ahora ni siquiera asomaban la cabeza por alguno de los costados. Empujé la puerta y caminé despacio, viendo hacia todos los costados, coloqué la pizza sobre el sofá y después me detuve, al sentir un agradable olor que provenía de la cocina. Ese lugar se utilizaba muy pocas veces, pues solía ser tan inútil en la cocina, que siempre solía comer fuera de casa. Por lo que, si ahora se estaba utilizando, solo significaba una sola cosa. —Shio, ¿Estás en casa? —pregunté, mientras dejaba salir lentamente la respiración. Segundos después, mi hermana mayor asomó la cabeza por la puerta de la cocina, sosteniendo un cucharón en una mano, mientras que en el otro mantenía un cuchillo, viéndose tan jovial como siempre. Aún me preguntaba qué era eso que tenían las personas del medio oriente que siempre parecían ser tan jóvenes, al punto que, a pesar de ser casi cinco años menor que ella, parecía ser una niña comparada a mí. —Hola hermanito —saludó, antes de dirigir su mirada hacia mi arma—, ¿Qué carajos haces con una pistola en la mano? Puse los ojos en blanco. —¿Te parece poco llegar a un sitio donde sueles vives solo y encontrar la puerta abierta? —No seas exagerado, si bien sabes que la única persona capaz de evitar toda esa gran cantidad de seguridad que tienen aquí es tu hermana mayor; ya deberías de estar acostumbrado, Will. —¿Qué carajos haces aquí después de todo? —¿Qué no puedo visitar a mi hermanito menor? Levanté una ceja en su dirección y sonreí con sarcasmo. Sabía a la perfección a qué se debían cada una de sus visitas sorpresas, Shio solía viajar mucho, su vida se basaba en conocer sitios hermosos alrededor del mundo, para después pasar largas temporadas al lado de mamá y papá. Pero, a pesar de su obsesión por los viajes, Estados Unidos era uno de sus sitios menos queridos, por lo que, cada vez que la encontraba en mi casa, sabía que la única razón era porque mamá la enviaba a pasarle información sobre mi forma de vida. —Está bien, está bien. Tú ganas —aceptó, poniendo los ojos en blanco—, mamá me pidió que viniera a ver cómo estabas, ya que te resistes en ir a París a visitarlos —Dile que me estoy muriendo de comer tanta pizza —musité, mientras me sentaba al lado de la caja de pizza y la abría para comenzar a comer. —¡No, William Clark! —mi hermana se abalanzó hacia mí con la única intensión de quitarme la caja de pizza, pero había sido más rápido que ella al levantarme y alejarme aún con la caja en la mano—, ¡No vine a preparar sushi en vano! ¡O te comes el maldito sushi, o le digo a mamá que tú deseas que venga a pasar una larga temporada contigo! —la linda japonesa me señalaba con su dedo índice, completamente encolerizada al verme comer la pizza tranquilamente. —¿Cuándo entenderán que dejé de ser un niñato hace mucho tiempo? —pregunté, antes de dar otro mordisco a la pizza con el único objetivo de hacerla enojar, pues sabía que al final iría a comerme su deliciosa comida gustosamente—, dile a mamá que estoy bien, pronto sacaré tiempo para ir a verlos; además, hablo con ella hasta tres veces a la semana, por lo que veo, a ese par solo les hace falta colocar cámaras en mi casa para mantenerme completamente vigilado.  Shio desvió la mirada hacia la puerta, frunció los labios, conteniendo de pronto un ataque de risa, lo que me dejó perplejo al suponer lo peor. —¡Oh maldita sea! —exclamé, mientras dejaba la caja de pizza en la mesa de centro—, ¡Shio! ¡Más te vale que me digas ahora mismo dónde están las estúpidas cámaras! Comencé a caminar hacia ella, señalándola con mi dedo índice mientras que ella se partía de la risa, comenzando a correr para que no la alcanzara. —¡Habla con mamá! ¡Ella es la que está loca! ¡A mí no me culpes! En cuanto la alcancé, la levanté para cargarla como un saco de papas y después tirarla sobre el sofá. Shio no dejaba de reír, pidiendo que la dejara en paz, prometiendo que llamaría a mamá ahora mismo.  Cinco minutos después, mamá se encontraba al teléfono, renegando con Shio por no haber guardado su secreto. Yo me encontraba al lado de Shio, escuchando la forma en que mamá se estresaba por no poder controlar por completo a sus hijos. Amaba a aquella mujer, pero odiaba que fuese el tipo de persona que quería tener el control sobre todos. Ni siquiera entendía como papá era capaz de soportarla. —¡Mamá! Te amo —le dije, aguantando las ganas de reír—, pero déjame decirte que estás loca, deja de una vez por todas tratar de controlarme; o terminaré por irme a un estado desconocido, del cual no te hablaré. Ella dejó escapar lentamente la respiración. —Solo quiero que estés bien, Will. Ni siquiera soy yo la que controla la dichosa cámara, y ni siquiera está dentro de tu casa —hizo una pausa—, ese trabajo tuyo es muy peligroso y moriría si alguien toma represalias contra ti. Fruncí el ceño, mirando a Shio. —¿Quién controla la cámara, madre? —Quédate tranquilo. Solo necesitas saber que tienes la intimidad que tanto querías. —¡Mamá, te lo advierto! —El guardaespaldas que contraté, Will. ¿De acuerdo? Ahora, no hagas nada estúpido, solo quiero tener la certeza de que estás bien. Ahora déjame dormir, buenas noches —terminó diciendo para después terminar la llamada. Cerré los ojos e inhalé y exhalé lentamente, tratando de calmar la rabia que provocaba el control de mi madre sobre mi vida. La amaba, ella era una grandiosa mujer la cual había pasado por mucho para ahora ser la persona que era; pero yo, solo deseaba llevar mi vida a como deseaba, sin necesidad de que alguien más la controlara. —Ahora tú, me vas diciendo de una vez dónde está la maldita cámara, o a mi casa no vuelves a entrar —le advertí a mi hermana, dedicándole una molesta mirada. Sabía que mi trabajo era peligroso, había recibido algunas amenazas alguna vez, pero eso no significaba que no pudiese cuidarme solo. ¡Carajo! Tenía casi veinticinco años, estaba lejos de ser un niño. —Está bien, pero será mañana. Ahora tengo muchas ganas de descansar —musitó ella, fingiendo soltar un largo bostezo para después caminar hacia las escaleras—, el sushi está servido, adoraría saber que disfrutas lo que tu hermana mayor te prepara —terminó diciendo, para después lanzarme un beso y así terminar de desaparecer por las escaleras. Gruñí, tirándome de espaldas al sofá. Ser parte de la familia Clark y Simons era tanto una bendición como un reto, donde solo las personas valientes podíamos superar. 
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