Damián caminó hacia su edificio con pasos que no eran suyos, como si alguien más moviera sus piernas. El aire de la ciudad, siempre gris, ahora le oprimía el pecho como una losa. Cada luz, cada rostro, cada sonido parecía conspirar contra él. No era solo el miedo a salir, era el miedo a lo que encontraba al volver: recuerdos que no eran suyos, imágenes que no podía explicar, una identidad que se deshacía como arena entre los dedos. El cuadro de la galería no había sido arte. Había sido un espejo. Y en él, no vio a un pintor, sino a un rey con las manos llenas de sangre, de victoria, de poder. Alessandro Valkon. No un héroe caído, sino un tirano que había arrasado reinos por ambición, que había quemado ciudades para sentarse en un trono que nunca debió tener. Y lo peor no era que lo reconoc

