Estoy que no respiro. Las palabras de mi hermana me golpean como un puñetazo en el estómago: “Estoy en un restaurante chino con Mauricio y con Ivanna. Estamos comiendo y bebiendo. Ella se irá mañana. Dormirá con Mauricio y después se irá a la casa de sus padres. Lejos. Muy lejos. Donde jamás la verás.”
Se me congela la sangre.
¿Dormir con Mauricio?
No, no, no. Eso no lo voy a permitir.
—¿Dónde? —le gruño por el teléfono, apretando los dientes.
—No es asunto tuyo. Ella es mi amiga —me lanza mi hermana con esa voz de hielo que tiene cuando decide aplastarme.
—¡Dime dónde! —insisto, con la garganta ardiendo.
—¿Para qué? ¿Para que la humilles otra vez? ¿Para que vuelvas a tratarla como basura? ¡No! —me corta.
Cierro los ojos, respiro fuerte, pero no logro calmarme. Estoy hirviendo por
