Todos se ríen otra vez, incluso yo, aunque por dentro me duele un poco. Porque lo que dice Mila… tiene razón. Ivanna, mi hermana, sí era calculadora, callada solo cuando convenía. Yo, en cambio, soy todo lo contrario: un desastre a tiempo completo. Y en ese momento, Mauricio entra en escena con su tono conciliador: —Yo quiero conocer a la Ivanna de hoy —dice, mirándome directo a los ojos—. Aunque… también me gustaría que regresara la Ivanna del pasado. —¡Suficiente! —lo interrumpo, levantando la mano como si pusiera un alto en un debate presidencial—. ¡El museo regresa a su vitrina! No más comparaciones, gracias. Que descansen en paz las dos Ivannas, ¿sí? La mesa estalla en risas, hasta la mesera que venía acercándose sonríe sin entender de qué diablos nos reímos. —Bueno —digo, acomod

