**ALAI** Y ese instante bastó para que mi corazón se soltara del todo. Me incliné, apenas. Solo lo suficiente para sentir el calor que emanaba su cuerpo, el roce invisible de su aliento acariciando mi piel. Mis labios se entreabrieron sin darme cuenta. Estaba cayendo. Lo sabía. Y no podía —o no quería— detenerme. —No hagas esto —susurré, casi sin voz. —¿Qué estoy haciendo? —Tú… —empecé, pero la frase se deshizo en mi garganta, porque en ese preciso momento, su frente se apoyó contra la mía con una delicadeza que no esperaba. Como si me estuviera pidiendo algo sin palabras. Como si necesitara, anclarse a mí para no derrumbarse. Y el mundo entero se quedó en silencio. Por un segundo, solo un segundo… me sentí a salvo. Como si todo lo que me había traído hasta aquí —el dolor, la rabia, e

