**ALAI** Lo hacía con esa naturalidad que solo poseen las mujeres que ya han conquistado su lugar, que han aprendido a sostener la mirada en el espejo de la oficina y a caminar con la elegancia de quien sabe que el poder está en la confianza, en la certeza de su espacio. Movía las manos mientras hablaba, tocaba cosas, recorría el espacio como si cada rincón, cada objeto, le perteneciera. El pasillo, las palabras, incluso el aire que respiraba, parecían estar a su merced. Y por un instante, me sentí yo la visitante, la que sobra en ese escenario, la que ocupa una pausa, un silencio que se vuelve casi un acto de resistencia. La que, desde la distancia, se convierte en espectadora de un relato que no es suyo, de una historia que no fue escrita para ella. La escena no requería palabras para

