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Vendida al jefe de la mafia

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Blurb

Una noche bastó para cambiarlo todo. Selene, rota por años de maltrato, creía que la muerte de su esposo sería su única redención.

Pero no imaginó que él la había apostado como si fuera un objeto más. Ahora, pertenece a Kael Draven, el hombre que todos temen. Un mafioso con el alma marcada por el poder… y los ojos puestos solo en ella. Él no la forza. No la toca.

Solo observa. Espera. Y mientras Selene intenta escapar de un infierno, empieza a entender que hay cárceles más seductoras que el miedo.

Porque a veces, lo que te destruye… también te reconstruye. Se ama con el alma rota.

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La última apuesta
⚠️ Advertencia Esta historia no es un cuento de hadas. Contiene escenas de alto voltaje, deseo sin filtros y relaciones donde el poder, la pasión y el peligro se entrelazan hasta borrar los límites. Aquí no hay héroes perfectos ni amores inocentes. Hay cuerpos que se buscan, almas que se destruyen y decisiones que queman. Los protagonistas son intensos, posesivos y profundamente humanos: amarán, mentirán, dominarán… y caerán. Si buscas una historia suave, este no es tu lugar. Si, en cambio, te atreves a entrar en un mundo de lujuria, obsesión y sentimientos tan reales que duelen, entonces bienvenido. Esta no es una historia para leer con calma. Es una historia para sentir hasta el final. Selene  El frío de la madrugada se colaba por las rendijas de la ventana rota de mi habitación, calando mis huesos, pero ni siquiera eso podía compararse con el dolor que recorría mi brazo derecho. Cada movimiento era una punzada ardiente, un recordatorio de que Marek había vuelto a perder el control la noche anterior. A estas alturas, su violencia ya no me sorprendía. Lo que me sorprendía era seguir viva, después de tanto maltrato. Yo ya no lloraba. Ya no lo hacía. No desde que entendí que las lágrimas no lo conmovían. Me senté con dificultad en el borde del colchón que usaba como cama. La peor habitación de la casa, donde me encerraba todas las noches, por temor a que huyera, pero ni siquiera a eso podía aspirar porque no tenía a dónde huir. No había sábanas limpias, no había almohadas… ni calor. Solo el olor a sudor, cigarro y sangre seca. Intenté incorporarme con la mano izquierda, pero un espasmo me hizo detenerme. Mi brazo estaba vendado de forma improvisada con una camiseta vieja. No sabía si estaba roto, dislocado o simplemente muerto. Pero el dolor era tan agudo que apenas podía respirar sin sentir que me atravesaban cuchillas desde el hombro hasta la muñeca. La prenda rodeaba mi extremidad como una burla. El golpe me había lanzado contra la mesa la noche anterior, y el crujido que escuché aún resonaba en mi memoria. Arrastré los pies hasta el rincón donde había habilitado una cocina y una nevera. Un rincón sucio, lleno de cucarachas y botellas vacías. Abrí la nevera. Vacía. Una cebolla marchita. Un frasco con moho en la tapa. Y media botella con un líquido amarillento que solía ser agua. Cerré de golpe. Mi estómago rugió, pero no le hice caso. En lugar de eso, busqué en el bolsillo de mi abrigo y encontré una pastilla blanca. La última. Ni siquiera recordaba de qué era. Analgésico, probablemente. Me la tragué con agua del grifo, intentando no vomitar. Y entonces, escuché los gritos. —¡SELENE! La voz de Marek me recorrió la columna como una corriente eléctrica. Me asomé por la ventana rota, sin atreverme a respirar. Ahí estaba, subiendo las escaleras de la entrada como un loco, la sonrisa más macabra que le había visto en semanas. —¡Lo arreglé! —gritó como si hubiera ganado la lotería—. ¡Todo está solucionado, mi amor! Un par de minutos después, lo sentí abrir la puerta de una patada y lanzó una botella contra la pared. Retrocedí, viendo esa sonrisa; no era buena señal. Nunca lo era. Las veces que Marek parecía feliz, alguien terminaba sangrando. Casi siempre, yo. —¡TENÍAS RAZÓN! ¡Tenías razón cuando dijiste que no podía mantenerte! ¡Soy un desastre! ¡Pero ya no importa! ¡Lo solucioné, Selene, o estoy a punto de hacerlo! Sacó un fajo de papeles arrugados del bolsillo. Tragué saliva. No me moví. —¿Qué hiciste? —murmuré, sintiendo el miedo treparme por la garganta. —¡Lo aposté todo! ¡Todo! Pero esta vez voy a ganar. —¿Qué... qué apostaste? —La casa. Todo, menos las de mis padres, porque no me lo permitirían —dijo con una tranquilidad que me heló la sangre—. Fue un gran trato, cariño. Lo firmé hace un rato y esta noche me enfrentaré con Kael Draven para recuperar eso y más. ¿Sabes quién es él? No respondí. Claro que sabía. Cualquiera con dos dedos de frente sabía quién era Kael Draven. Dueño del Crimson Club. Jefe de algo más grande que solo casinos. Un hombre al que todos temían, y con razón, era el jefe de la mafia. Un hombre despiadado y cruel, se decía que le sacaba el corazón a sus enemigos y se los comía sin siquiera cocinarlos. —No... —balbuceé—. No hiciste eso. Dime que no lo hiciste. —¡No seas dramática! —gruñó—. Si gano es lo mejor que nos podría, pasar, tendremos dinero, poder, arreglaremos esta casa, te daré todo lo que me pidas. —¡No debiste apostar la casa! —grité con la voz rota—. ¿Acaso estás loco? Si pierdes, ¿Qué vamos a hacer? ¿Dónde iremos? ¡Eres un inconsciente…! El impacto del golpe ardió en mi rostro antes de que pudiera terminar la frase. Caí al suelo, aturdida, el sabor metálico de la sangre inundando mi boca. —¡Cállate! —rugió Marek, sus ojos inyectados en sangre. —¡Tú no entiendes nada! Esta es nuestra oportunidad de salir de esta miseria. —¡No viviríamos en la miseria, si no te empeñaras en apostar todo! —Grité sin poder contenerme—, lo único que te falta es apostarme a mí —espeté, encogiéndome en mí misma cuando él levantó la mano de nuevo, pero la detuvo antes de impactar de nuevo en mi cuerpo. Me arrastré hacia atrás, intentando poner distancia entre nosotros. El pánico me invadía mientras procesaba lo que acababa de decirme. Había apostado nuestra única posesión, nuestro único refugio, contra el hombre más peligroso de la ciudad. —Por favor —supliqué, las lágrimas corriendo por mis mejillas. —Cancela la apuesta. Aún estamos a tiempo. Marek soltó una carcajada amarga. —¿Cancelarla? ¿Y enfrentarme a la ira de Draven? Prefiero morir. Se acercó tambaleándose, el olor a alcohol emanando de su aliento. Tomó mi barbilla con brusquedad, obligándome a mirarlo. —Escúchame bien, Selene. Esta noche cambiarán nuestras vidas. Cuando gane, seremos ricos. Y si pierdo... —Sus ojos se oscurecieron. —Bueno, siempre nos quedará el plan B. Un escalofrío recorrió mi espalda. Conocía ese tono, esa mirada. Era la misma que tenía cada vez que hablaba de su "salida de emergencia". Un revólver escondido en el ático, esperando el día en que todo se derrumbara definitivamente. —Lo mejor será que no discutas. Ya está hecho y mejor será que no me des ideas, mujer, porque puedo terminar apostándote —pronunció con burla y con esas palabras se giró para salir, con la arrogancia de quien cree que aún controla algo. Pero no regresó. ***** Las sirenas sonaron al amanecer. No me sorprenden. El teléfono fijo de la casa, que apenas funcionaba, empezó a sonar. “¿Señora Selene Kadar?”, pregunta una voz desconocida al otro lado de la línea”. —Si soy yo, ¿pasa algo? “Lamentamos informarle que su esposo sufrió un accidente. Iba solo. El impacto fue fatal. Está muerto”. Cuelgo. No sé si reír, llorar o desmayarme. Marek está muerto. Y yo… estoy libre, pensé que eso era todo. Que con Marek muerto, por fin, podría respirar y rehacer mi vida. No sabía cuán equivocada estaba. Horas después, aparecieron los padres de Marek tocando a mi puerta. Parecían derrotados, vestidos de luto, con los ojos hinchados. Al verlo, me acerqué a ellos. —Lo siento mucho yo… —Pero antes de que pudiera hablar, su madre me cortó. —No venimos a ver cómo estás, ni socializar, necesitamos que nos acompañes a arreglar unos asuntos de Marek —dijo su madre, sin siquiera mirarme a los ojos. Quise decir que no. Que no era mi problema. Pero algo en su tono, o tal vez mi instinto, me obligó a seguirlos. El coche de los padres de Marek olía a perfume caro y menta, un contraste brutal con el moho y la sangre seca de mi hogar. O de lo que había sido mi hogar. Ahora, con Marek muerto, ni siquiera eso me pertenecía. —¿Dónde vamos? —pregunté, mirando por la ventana mientras la ciudad se desdibujaba en luces borrosas. El padre de Marek apretó el volante hasta blanquear los nudillos. —Al Crimson Club —dijo, y esa palabra cayó como un ladrillo sobre mi pecho. Kael Draven. El nombre resonó en mi mente como una campana fúnebre. Marek había apostado la casa. Marek había perdido. Y ahora, su deuda, nuestra deuda, caía sobre mí. Cuando llegamos, las puertas del Crimson Club se abrieron como fauces. El portero, un hombre de complexión imponente, nos escoltó por pasillos de mármol y terciopelo rojo. El aroma a tabaco caro y whisky se mezclaba con algo más oscuro, más amenazante. Llegamos a una puerta de madera labrada. El padre de Marek tocó con mano temblorosa. —Adelante —resonó una voz profunda desde el interior. Al entrar, lo primero que vi fueron sus ojos. Azules como el hielo, fríos y calculadores. Kael Draven se reclinaba en un sillón de cuero, un cigarro entre sus dedos enjoyados. Su traje n***o impecable contrastaba con la palidez de su piel. —Ah, la viuda —dijo, sus labios curvándose en una sonrisa que no llegó a sus ojos. —Y los padres del difunto. Qué reunión tan conmovedora.

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