Los vidrios de la habitación estaban empañados, sus respiraciones agitadas y la cabecera de la cama estaba a punto de iniciar a chocar contra la pared y hacer que los que se encontraran afuera escucharan aún más lo que ellos estaban haciendo. Ninguno de los dos era silencioso y muchos menos les importaba si los guardias que estaban afuera escuchaban como disfrutaban del choque de sus pieles. Montserrat estaba boca arriba con las piernas sobre las de Alexei mientras que él estaba un poco de lado penetrándola con fuerza ayudándose con sus manos para atraerla hacia él en cada envestida, ambos estaban sudorosos y gimiendo por el placer que aquella posición le estaba dando a los dos. Tenían encerrados más de una hora y nadie se había atrevido a decir que los niños habían estado llorando por h

