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Héroe, Traidora, Hija (De Coronas Y Gloria—Libro 6)

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“Morgan Rice ha concebido lo que promete ser otra brillante serie, que nos sumerge en una fantasía de valor, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan ha conseguido de nuevo producir un fuerte conjunto de personajes que hará que los aclamemos a cada página… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores a los que les gusta la fantasía bien escrita”.

--Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (sobre el Despertar de los dragones)

HÉROE, TRAIDORA, HIJA es el libro#6 en la serie de fantasía épica DE CORONAS Y GLORIA de la autora #1 en ventas Morgan Rice, que empieza con ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #1)

Ceres, una hermosa chica pobre de 17 años de la ciudad del Imperio de Delos, despierta y se encuentra sin poder. Envenenada con el botellín del hechicero y prisionera de Estefanía, la vida de Ceres llega a un punto bajo, pues recibe un trato cruel que no puede detener.

Thanos, tras matar a su hermano Lucio, se embarca hacia Delos, para salvar a Ceres y salvar su tierra. Pero la flota de Felldust ya ha salido a la mar y, con todo el poder del mundo echándosele encima, puede que sea demasiado tarde para salvar todo lo que le importa. El resultado es una batalla épica, que puede decidir el destino de delos para siempre.

HÉROE, TRAIDORA, HIJA narra la historia épica del amor trágico, la venganza, la traición, la ambición y el destino. Llena de personajes inolvidables y acción vibrante, nos transporta a un mundo que nunca olvidaremos y hace que nos volvamos a enamorar de la fantasía.

Un libro de fantasía lleno de acción que seguro que satisfará a los admiradores de las anteriores novelas de Morgan Rice, junto con los admiradores de obras como El ciclo del legado de Christopher Paolini… Los admiradores de la Ficción para jóvenes adultos devorarán este último trabajo de Rice y pedirán más”.

--The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones)

¡Pronto se publicará el libro#7 en DE CORONAS Y GLORIA!

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CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO UNO Akila estaba colgado de la jarcia de su barco y veía cómo se acercaba la muerte. Esto lo aterrorizaba. Nunca había sido de los que creen en señales y en augurios, pero había algunos que no podía ignorar. De una forma u otra, Akila siempre había sido un hombre de lucha, pero aún así, nunca había visto una flota como la que se estaba aproximando ahora. Esta hacía que la flota que el Imperio había mandado a Haylon pareciera una serie de barquitos de papel que unos niños hicieran flotar en un estanque. Hacía que lo que tenía Akila pareciera menos que aquello. —Son demasiados— dijo uno de los marineros que estaba cerca de él en la jarcia. Akila no contestó, pues en aquel momento no tenía una respuesta. Pero tendría que pensar en una. Una que no dejara entrever la pesada certeza que le apretaba en el pecho. Por su mente ya corrían las cosas que se tenían que hacer y empezó a descender. Tendrían que levantar la cadena del puerto. Tendrían que llevar escuadras a las catapultas de los muelles. Tendrían que dispersarse, pues lanzarse de cabeza al ataque con una flota de aquel tamaño sería un s******o. Tendrían que ser los lobos que dan caza a los grandes yaks y correr como un rayo, dando un mordisco aquí y otro allí, hasta agotarlos. Akila sonrió ante aquel pensamiento. Casi lo estaba planeando como si pudieran hacerlo. ¿Quién lo hubiera tomado a él por un optimista? —Son muchos —dijo uno de los marineros al pasar por su lado. Akila escuchó las mismas palabras de otros mientras descendía de nuevo a cubierta. Para cuando llegó a la cubierta de mando, había por lo menos una docena de rebeldes, todos esperándolo con cara de preocupación. —No podemos luchar contra ellos —dijo uno. —Sería como si ni estuviéramos allí —lo respaldó otro. —Nos matarán a todos. Tenemos que escapar. Akila los escuchaba. Incluso comprendía lo que querían hacer. Escapar tenía sentido. Escapar mientras todavía pudieran. Formar una fila de convoy con sus barcos a lo largo de la costa, hasta que pudieran escapar y dirigirse a Haylon. Incluso una parte de él deseaba hacerlo. Quizás incluso estarían a salvo si consiguieran llegar a Haylon. En Felldust verían las fuerzas que tenían, las defensas de su puerto y serían cautelosos antes de ir tras ellos. Al menos durante un tiempo. —Amigos —gritó, lo suficientemente alto para que pudieran oírlo todos los que estaban en el barco—. Ya veis la amenaza que nos espera y, sí, oigo a los hombres que quieren escapar. Extendió las manos para silenciar el murmullo que hubo a continuación. —Lo sé. Os oigo. He navegado con vosotros y no sois unos cobardes. No hay un hombre que pudiera decir que lo sois. Pero si escapaban ahora, los llamarían cobardes. Akila lo sabía. Culparían a los guerreros de Haylon, a pesar de todo lo que habían hecho. Sin embargo, él no quería decirlo. No quería obligar a sus hombres a hacerlo. —Yo también quiero escapar. Hemos hecho nuestra parte. Hemos derrotado al Imperio. Nos hemos ganado el derecho de volver a casa, en lugar de quedarnos aquí muriendo por las causas de otros. Aquello era evidente. Al fin y al cabo, solo habían ido allí después de que Thanos se lo suplicara. Hizo una señal de negación con la cabeza. —Pero no lo haré. No huiré cuando eso signifique abandonar a la gente que confía en mí. No huiré cuando nos han dicho lo que sucederá con la gente de Delos. No huiré, porque ¿quiénes son ellos para decirme que huya? Señaló con el dedo a la flota que iba avanzando y, a continuación, lo convirtió en el gesto más grosero que se le ocurrió en aquel momento. Al menos, aquello hizo reír a sus hombres. Bien, ahora mismo necesitaban todas las risas posibles. —Lo cierto es que el mal es la causa de todos. ¡Si un hombre me dice que me arrodille o muera, le doy un puñetazo en la cara!” —Aquello les hizo reír más todavía—. Y no lo hago porque me haya amenazado. ¡Lo hago porque la clase de hombre que va diciendo a la gente que se arrodille necesita un puñetazo! Aquello provocó otra ovación. Al parecer, Akila había acertado. Hizo un gesto hacia el lugar donde había un barco centinela, amarrado junto a su buque insignia. —Allí abajo hay uno de los nuestros —dijo Akila—. Se lo llevaron a él y a su tripulación. Lo azotaron con el látigo hasta que la sangre le salía a borbotones. Lo azotaron en la rueda y le sacaron los ojos. Akila esperó un instante hasta que captaron aquel horror. —Lo hicieron porque pensaban que nos asustaría —dijo Akila—. Lo hicieron porque pensaban que escaparíamos más rápido. Yo digo que si un hombre hace daño de esta manera a uno de mis hermanos, ¡esto hace que me den ganas de liquidarlo como al perro que es! Aquello provocó otra ovación. —Pero no os lo ordenaré —dijo Akila—. Queréis ir a casa… bueno, nadie puede decir que no os lo hayáis ganado. Y cuando vengan por vosotros, quizás quedará alguien para ayudar—. Encogió los hombros a propósito. —Yo me quedaré. Si es necesario, me quedaré solo. Me quedaré en los muelles, y que vengan los de su ejército de uno en uno para que los liquide. Entonces miró a su alrededor, miró fijamente a los hombres que conocía, a los hermanos de Haylon y a los esclavos liberados, a reclutas transformados en luchadores por la libertad y a hombres que probablemente habían empezado como poco más que degolladores. Sabía que si pedía a estos hombres que lucharan con él, la mayoría de ellos probablemente moriría. Seguramente nunca volvería a ver las cascadas que se precipitaban a través de las colinas de Haylon. Probablemente moriría sin ni siquiera saber si lo que hizo fue suficiente para salvar a Delos o no. Una parte de él deseaba no haber conocido nunca a Thanos, o no haber sido arrastrado hasta esta rebelión más grande. Aún así, tomó aire. —¿Estaré solo, chicos? —preguntó—. ¿Tendré que abrirme camino entre ellos a puñetazos hasta el imbécil con la cabeza más pedregosa yo solo? El rugido de “¡No!” resonó a través del agua. Esperaba que la flota enemiga lo oyera. Esperaba que lo oyeran y que estuvieran aterrorizados. Los dioses sabían que él lo estaba. —Bien entonces, chicos —vociferó Akila—, poneos a vuestros remos. ¡Tenemos una batalla que ganar! Entonces vio que corrían hacia ellos y no pudo sentirse más orgulloso. Empezó a pensar, a dar órdenes. Había mensajes que enviar de vuelta al castillo, defensas que debían prepararse. Akila ya podía escuchar el ruido de las campanas sonando en la ciudad a modo de aviso. —¡Vosotros dos, subid las banderas de señal! ¡Scirrem, quiero barcas pequeñas y brea para los barcos de fuego en la boca del puerto! ¿Estoy hablando solo? —Es muy posible —le respondió gritando el marinero—. Dicen que los locos lo hacen. Pero ya lo haré yo. —¿Te das cuenta de que en un ejército de verdad te darían una paliza? —respondió bruscamente Akila, aunque sonriendo mientras lo hacía. Esta era la parte más rara cuando se está a punto de entrar en batalla. Ahora estaban muy cerca de una posible muerte y era el momento en el que Akila se sentía más vivo. —Bueno, Akila —dijo el marinero—. Sabes que nunca han dejado entrar a los de nuestra calaña en un ejército de verdad. Entonces Akila rio, y no solo porque aquello era probablemente cierto. ¿Cuántos generales podían decir que no solo tenían el respeto de sus hombres, sino verdadera camaradería? ¿Cuántos podían pedir a sus tropas que se lanzaran al peligro, no por lealtad, o miedo, o disciplina, sino porque se lo pedían ellos? Akila sentía que podía estar orgulloso de aquella parte, por lo menos. El marinero salió pitando y a él le quedaban más órdenes que dar. —Una vez esté despejado, tendremos que levantar la cadena del puerto —dijo. A uno de los marineros jóvenes que estaban cerca de él aquello pareció preocuparle. Akila podía ver el miedo que allí había, a pesar de sus discursos. Pero era normal. —Si levantamos la cadena, ¿no significa eso que no podemos retirarnos hacia el puerto? —preguntó el chico. Akila asintió. —Sí, pero ¿de qué serviría retirarse a una ciudad que está abierta al mar? Si fracasamos allí, ¿crees que la ciudad será un lugar seguro para esconderse? Vio que el chico pensaba en ello, con toda seguridad, intentando adivinar dónde estaría más a salvo. O eso, o deseando no haberse unido nunca. —Si quieres, puedes ser uno de los que ayudan a levantar las cadenas —le ofreció Akila—. Después dirígete a las catapultas. Necesitaremos gente buena para dispararlas. El chico negó con la cabeza. —Me quedaré. No escaparé de ellos. —¿Debo imaginar que te apetece hacerte cargo de la flota para que yo pueda escapar? —preguntó Akila. Aquello provocó la risa del muchacho mientras se dirigía hacia sus tareas, y la risa siempre era mejor que el miedo. ¿Qué más había que hacer? Siempre había algo más, siempre algo a lo que ir a continuación. Siempre estaban aquellos que decían que la guerra era esperar, pero Akila había descubierto que la espera siempre encerraba mil cosas más pequeñas. La preparación era la madre del éxito, y Akila no iba a perder por falta de esfuerzo. —No —dijo entre dientes mientras comprobaba las cuerdas de su buque insignia—. De esos e encargará el hecho de que ellos tienen cinco veces más barcos. La única esperanza era a****r y avanzar. Atraerlos hacia los barcos de fuego. Aplastarlos contra la cadena. Usar la velocidad de sus propios barcos para cargarse lo que pudieran. Aún así, eso podría no ser suficiente. Akila nunca había visto una fuerza de ese tamaño. Dudaba que alguien lo hubiera hecho. La flota que mandaron a Haylon había sido diseñada para el castigo y la destrucción. El ejército rebelde había sido la unión de, al menos, tres grandes fuerzas. Esto era más grande. No se trataba tanto de un ejército como de un país entero en movimiento. Aquello era conquista y más que conquista. Felldust había visto una oportunidad y, ahora, iba a tomar todo lo que tenía el Imperio. A no ser que los detengamos, pensó Akila. Quizás no sería su flota quien los detendría. Quizás lo mejor que podían esperar sería frenar y debilitar al ejército invasor, quizás esto sería suficiente. Si pudieran ganar tiempo para Ceres, ella podría encontrar una manera de ganar contra lo que quedase. Akila la había visto hacer cosas más impresionantes con aquellos poderes suyos. Tal vez se enfrentaría ella al ejército de Felldust entero y les ahorraría el problema. Lo más seguro era que Akila moriría aquí. Si esto pudiera salvar a Delos, ¿valdría la pena? Esa no era la cuestión. Si esto pudiera salvar a la gente de allí y a la de Haylon, ¿lo haría? Sí, aquello lo valía todo para Akila. Los hombres así no se detenían con lo que tenían. Caerían sobre Haylon tan pronto como hubieran terminado aquí. Si su sacrificio mantuviera a los granjeros de la isla a salvo, Akila lo haría hasta mil veces más. Echó un vistazo al agua, hacia donde la flota avanzaba y bajó la voz. —Estás en deuda conmigo por esto, Thanos —dijo, de la misma manera que el príncipe estaba en deuda con él por venir a Delos y por no liquidarlo en Haylon. Probablemente su vida hubiera sido mucho más simple si lo hubiera hecho. Viendo la flota que se acercaba, Akila sospechaba que también podría ser más larga. —¡Ahora sí! —exclamó—. ¡A vuestros sitios, chicos! ¡Tenemos una batalla que ganar!

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