En ese momento, Colton intervino, poniéndose entre ambos y con un leve gesto de cabeza, tratando de calmar al rey.
- Majestad, recuerde que Alcea aún nos observa. La princesa está aquí como muestra de paz. Es importante conservar cierta… apariencia de decoro - dijo Colton con tono cauteloso, inclinándose con deferencia.
El rey resopló, dando un paso atrás, pero no quitó los ojos de Leoni. Con una última mirada cargada de amenaza, regresó a su trono y la corte dejó escapar un suspiro de alivio al ver que el rey retomaba su compostura, aunque la furia seguía marcando su expresión.
Leoni se giró ligeramente, sin dejar de mantener la cabeza alta, y observó el salón mientras los murmullos continuaban, esta vez llenos de especulación. Se sabía objeto de comentarios y desprecios, pero no cedería ante el espectáculo que esperaban de ella.
El rey dejó caer su pesado cuerpo sobre el trono y, sin mirar a Leoni, agitó una mano como si su presencia le irritara profundamente.
- Llévensela - ordenó con un tono cargado de desdén - Quiero que sea vestida apropiadamente a la usanza de Sax. Que lleve nuestras ropas, nuestras insignias y nuestro estandarte. Ella no es princesa del imperio aquí, solo una prenda de paz - La mirada del rey se endureció y su tono se volvió aún más cruel - Además, quiero que esté custodiada día y noche. Ni un solo momento sin vigilancia.
Los guardias, de pie a ambos lados del salón, intercambiaron miradas cautelosas. Uno de ellos, aparentemente el capitán de la guardia dio un paso adelante y asintió sin cuestionar la orden.
- Como ordene, majestad.
- Ah, pero eso no es todo - continuó el rey, levantando un dedo con malicia - No se le proveerá de alimento ni agua hasta que yo lo considere adecuado. Su habitación deberá permanecer fría y austera. Nada de fuego, ni siquiera para iluminar o calentar el lugar. Y el agua para su baño… que sea tan fría como el hielo. Es la prenda de un enemigo, no un huésped de honor.
Un murmullo de asombro recorrió la sala. Incluso en una corte acostumbrada a las extravagancias del rey, tal orden parecía excesiva y algunos rostros mostraron una mezcla de incomodidad y desconcierto. Sin embargo, nadie se atrevió a protestar o cuestionar el mandato real.
Leoni permaneció inmóvil, absorbiendo cada palabra con una calma que parecía desmentir el horror de lo que acababa de escuchar. No dejaría que el rey, ni nadie en esa sala, viera en ella un atisbo de miedo o debilidad. Su silencio, en lugar de aplacar la furia del rey, solo la avivó. Él esperaba, sin duda, una súplica o al menos una expresión de terror; pero su fría compostura parecía irritarlo aún más.
- ¿Acaso no tienes nada que decir, princesa de Alcea? - preguntó el rey con una sonrisa burlona - O tal vez debería decir, ¿Peón de Alcea?
Leoni sostuvo su mirada, sin parpadear, y respondió con voz clara y firme.
- Mi pueblo me envió aquí con la certeza de que la paz valía más que mi comodidad, majestad. Nada que haga me apartará de mi deber. Puede hacer cuanto desee, pero no cambiará lo que soy.
La burla en el rostro del rey se transformó en una mueca de desprecio, y su sonrisa se desvaneció. Sin embargo, hizo un gesto para que los guardias cumplieran con su orden sin más dilación.
- Entonces, serás tratada acorde a lo que dices - replicó con frialdad - Llévensela, y asegúrense de que cada una de mis instrucciones sea cumplida al pie de la letra.
Dos guardias la tomaron de los brazos, aunque con un toque algo menos brusco de lo que el rey había esperado. Leoni no se resistió y avanzó sin titubear, su mirada fija en el frente mientras abandonaba el salón. El silencio absoluto del lugar, que alguna vez habría acogido risas y bullicio, la rodeó como una niebla, acentuando la frialdad que comenzaba a impregnarse en su piel.
La condujeron a través de largos pasillos hasta una sección aislada del ala este del castillo, lejos de las habitaciones nobles y de cualquier tipo de confort. La puerta de la estancia que le habían asignado rechinó al abrirse, y Leoni vislumbró la habitación que sería su “residencia” en Sax. Era pequeña y oscura, con una ventana alta y estrecha que apenas permitía la entrada de la luz. No había brasero, ni tapices para mitigar el frío. Solo una cama de madera austera con mantas raídas y una jarra de agua en el rincón, la cual evidentemente había sido llenada de antemano con agua fría.
Los guardias la dejaron dentro y cerraron la puerta detrás de ellos. Ella escuchó cómo giraba la llave en la cerradura y el sonido del metal cuando una gruesa barra fue asegurada desde el exterior. Estaba completamente sola.
Leoni respiró hondo y dejó que sus ojos recorrieran el espacio. El frío era notable, pero no permitiría que esto la debilitara. Se acercó a la cama y tocó las mantas ásperas, sintiendo el ligero temblor de sus manos debido a la baja temperatura. No había fuego para calentar la estancia, ni alimento para fortalecerla, pero recordó las palabras de su tutor, Altheas y se aferró a ellas como una armadura invisible: La fortaleza de un líder no se mide en comodidades, sino en resistencia.
Pasaron las horas y la oscuridad cayó sobre el palacio. El frío se hizo más intenso y Leoni, aún sin la comida que le habían negado, permaneció en silencio, envuelta en las mantas raídas y sentada en el borde de la cama, sosteniendo su dignidad como si fuera un escudo. Sabía que la corte de Sax esperaría verla doblegarse, pero no les daría ese gusto.
Esa noche, cuando el primer rayo de luz iluminó débilmente su ventana al amanecer, supo que había sobrevivido la primera prueba.