Leoni
En el interior de la lujosa tienda de campaña, Leoni aguardaba con una mezcla de agotamiento y resignación. El fino tejido de las paredes dejaba pasar la luz de las antorchas exteriores, proyectando tenues sombras que creaban un ambiente entre misterioso y opresivo. La tienda estaba adornada con ricos tapices bordados en tonos profundos de rojo y dorado, un intento de reflejar la opulencia de una corte en medio de la austeridad del campamento militar. Las alfombras mullidas bajo sus pies y el lecho de plumas en el centro de la tienda apenas suavizaban el duro recordatorio de su situación: una princesa en calidad de rehén, alejada de su tierra natal.
La entrada de la tienda se abrió de golpe y el general Sax, imponente con su armadura aún cubierta de polvo del viaje, avanzó hacia ella. Su expresión era severa, y sus ojos, fríos y calculadores, se fijaron en la princesa.
- Princesa, prepárate. Mañana llegaremos a la capital - anunció, sin rastro de emoción.
La joven alzó la barbilla, enfrentando su mirada sin dejar ver la inquietud que se arremolinaba en su interior. Después de tres meses de arduo viaje, sin contacto alguno con su familia ni aliados, había aprendido a sobrevivir, a ocultar cualquier signo de vulnerabilidad.
- Espero que tu rey valore este esfuerzo, general - respondió con voz firme, aunque en su interior la incertidumbre la corroía.
El general del reino Sax esbozó una leve sonrisa, sin humor alguno.
- El rey sabrá qué hacer contigo, princesa. A ti te corresponde obedecer. - Sus palabras fueron firmes, casi una sentencia.
La princesa Leoni lo miró con la frente en alto, su expresión cargada de dignidad a pesar del cansancio acumulado.
- Recuerde, general, que acepté convertirme en rehén para salvar a mi pueblo. - dijo en voz baja, cada palabra impregnada de firmeza - No soy una esclava del reino de Sax.
El general Sax, quien hasta ese momento había mostrado una expresión neutral, entrecerró los ojos, y en un parpadeo, su rostro se ensombreció de furia. Avanzó hacia ella en un par de zancadas, y antes de que pudiera retroceder, él le sujetó el brazo con una fuerza intimidante. El contacto era helado y opresivo, como si con ese gesto quisiera recordarle el peso de su situación.
- ¿Esclava? - murmuró, con una sonrisa desdeñosa - Tú serás lo que el rey decida que seas, princesa. Y obedecerás cada palabra que él pronuncie, si realmente deseas que ese imperio destartalado de Alcea siga en pie y no sea reducido a cenizas.
Los dedos del general se apretaron un poco más sobre su brazo, casi dolorosamente y Leoni sintió una chispa de indignación recorrerle el cuerpo. Aun así, se mantuvo firme, sin apartar la mirada.
- Me amenazaron con destruir Alcea antes y, sin embargo, aquí estoy. Mi pueblo resiste, es fuerte. Si el rey Sax se cree tan poderoso, dígale que destruirme no le servirá de nada.
El general soltó una risa seca y se inclinó para mirarla directo a los ojos, su voz un susurro cargado de veneno.
- Tu pueblo solo resiste porque tú estás aquí, Leoni. Mientras sigas respirando, ellos sabrán que deben acatar cada orden de nuestro rey. Y mientras lo hagan, seguirán en pie. Pero basta con una orden… una sola… para que Alcea sea aplastada como una hormiga. ¿Quieres ponerlos en peligro, princesa?
Leoni tragó saliva, pero no apartó la mirada. Sabía que sus palabras no eran una amenaza vacía; el rey de Sax controlaba su destino y el de su tierra.
El general la soltó, empujándola con desprecio hacia el centro de la tienda.
- Recuerda bien esto, Princesa. En cuanto pises el suelo de la capital, no tendrás elección. Así que guarda tus palabras de heroína y prepárate para servir al rey y tras hacer una leve inclinación de cabeza, se retiró, dejándola nuevamente sola.
Leoni respiró profundo, tratando de calmar el torbellino en su mente. Sabía que su llegada a la capital marcaría el inicio de algo incierto.
Al mismo tiempo, en el palacio del dragón dorado, el ambiente estaba en calma hasta que, de repente, Drage se estremeció, sintiendo una punzada aguda en su brazo. Un ardor inesperado comenzó a recorrer su cuerpo, como si alguien estuviera apretando su carne hasta el hueso. Su rostro, normalmente imperturbable, se contrajo en un gesto de dolor, y una exhalación forzada escapó de sus labios.
Kean, quien estaba junto a él en el salón de descanso, giró rápidamente hacia su hermano, alarmado al ver cómo Drage se inclinaba hacia adelante, jadeando.
- ¿Qué sucede? - preguntó, su voz cargada de preocupación mientras sujetaba a Drage por los hombros para ayudarlo a mantenerse en pie.
Pero Drage apenas podía responder. Cada punto de dolor, cada sensación de opresión y amenaza que envolvía su cuerpo, lo arrastraba más y más hacia un abismo oscuro de desesperación y rabia contenida. Fue entonces cuando comprendió, con una claridad abrumadora, que el sufrimiento no era suyo. Era de ella.
- Es... la princesa. - logró murmurar con los ojos desorbitados al alzar mirando a su hermano Kean - Puedo sentir... cómo la sujetan... como si estuvieran presionando cada fibra de su ser.
Kean retrocedió ligeramente, impactado, mientras el resto de los presentes en la sala se acercaba, sorprendidos y preocupados por lo que veían.
- ¿Cómo es posible? - murmuró Altheas, observando a Drage, incrédulo - Ella está lejos... aún no has completado el vínculo. Ni siquiera se conocen...
Drage, con el rostro contorsionado, apenas pudo sacudir la cabeza en señal de negación. Cada momento que pasaba se hacía más doloroso, más invasivo. Podía sentir la furia y la indignación de la princesa, mezcladas con un miedo que ella no se permitía mostrar. Era como si, en ese instante, su propia existencia estuviera ligada a cada dolor y emoción de Leoni.
Kean se volvió hacia Émer, quien lo miraba con preocupación reflejada en sus ojos y luego observó a su hermano, quien seguía sin poder recuperar el aliento.
- Hermano... esta conexión es más profunda de lo que jamás imaginamos. - dijo Kean, con voz temblorosa - Ella es tu compañera y ni siquiera la distancia puede romper ese vínculo.
Drage respiró profundamente y al hacerlo, el dolor comenzó a disiparse, aunque el eco de la experiencia aún lo invadía. Levantó la vista hacia el grupo, en especial hacia Thalias y Altheas, sus ojos llenos de determinación.
- No voy a dejar que nadie la toque otra vez. - declaró, su voz apenas un susurro, pero cargada de una fuerza latente - Si alguien más se atreve, será como si estuvieran enfrentándose a mí mismo.
Altheas asintió con solemnidad, consciente de lo que esto significaba. Sabía que el lazo entre un dragón y su compañera era sagrado, algo que ningún humano ni ser mágico osaría violar sin enfrentar consecuencias, pero no era conocido.
- Entonces, debemos actuar pronto, hermano. - respondió Kean, sus palabras firmes mientras posaba una mano en el hombro de Drage - Ya no queda tiempo para esperar.
- La única forma de poder sentirla así sin consumar el vínculo es porque...No puede ser...Ella tiene mi escama...
Los presentes se quedaron helados observándolo incrédulos.