Relaciones
Drage y Kean cruzaron el umbral del salón de descanso y Drage se detuvo unos instantes, asombrado por la suntuosa belleza del lugar. Las paredes estaban decoradas con intrincados mosaicos de tonos cálidos que parecían cambiar de color bajo la luz suave que emanaba de lámparas de cristal colgantes. El piso era de mármol blanco con vetas doradas y al centro, un amplio diván cubierto con cojines de tonos verdes y dorados invitaba al descanso. Alrededor de la estancia se encontraban esculpidas figuras de dragones y criaturas mitológicas que parecían cobrar vida entre la decoración.
Al fondo de la sala, una gran ventana arqueada daba vista al océano y a las montañas circundantes, creando un ambiente de paz y majestad. En una esquina, Thalias y los demás ya lucían aseados y vestidos con túnicas nuevas que parecían adecuadas a su rango y al clima fresco de la montaña.
Pero lo que capturó la atención de Drage fue la presencia de una joven de unos veintidós años que conversaba animadamente con Altheas. Ella tenía una sonrisa radiante y gesticulaba con entusiasmo, mientras el anciano la escuchaba con paciencia y una leve sonrisa en los labios. La joven era de una belleza peculiar: su piel era clara, con un tono suave que se ajustaba con su cabello rubio y rizado que caía en cascadas alrededor de su rostro vistiendo un hermoso vestido que hacía juego con las ropas de Kean. Sus ojos, de un verde profundo, brillaban con la vitalidad de alguien que parecía siempre al borde de la aventura. Su risa, fresca y musical, llenaba la sala de una calidez inusual en un entorno tan majestuoso.
- ¿Quién es ella? -preguntó Drage en un susurro, curioso, mientras sus ojos no se apartaban de la joven que compartía su alegría tan abiertamente con Altheas.
Kean sonrió con orgullo y, casi en un murmullo de complicidad, le respondió:
- Es Émer, mi compañera. Tiene el corazón tan grande como el mundo mismo - Drage notó el brillo en los ojos de Kean al hablar de ella y no pudo evitar sentir cierta curiosidad y algo de sorpresa.
Drage observó la naturalidad y la calidez con la que Émer se desenvolvía entre los demás, como si la formalidad y las tensiones de los clanes y los humanos no existieran en su mundo. Sin embargo, lo que más lo intrigó fue ver la amistad evidente entre ella y Altheas, quienes hablaban como viejos amigos.
- ¿Conoce a Altheas? - preguntó Drage, con el ceño fruncido.
- Desde hace casi ochenta años - respondió Kean, divertido ante la sorpresa de Drage - Émer llegó al imperio cuando apenas era una niña. Era hija de comerciantes nómadas y el consejero Altheas la acogió y la guio al notar la marca en su cuerpo. Ella ha sido una amiga fiel y una consejera astuta, siempre curiosa por aprender y apoyar.
- ¿También nació con tu marca? - preguntó curioso.
- Si...En cuanto la vio, Altheas avisó al consejo de sobrenaturales. Creí que me volvería loco cuando la vi por primera vez. Ya estaba asustado por encontrar a mi compañera, fue peor cuando la conocí...
- ¿Por qué? - le preguntó Drage con ansiedad. No le gustaba perder el control, menos por una humana.
Kean miró a Drage con una expresión que parecía viajar a un lugar lejano en su memoria, uno donde el tiempo no tenía la dureza ni la frialdad de la realidad. Su rostro se suavizó y sus ojos dorados, normalmente llenos de energía y fuerza, parecieron hundirse en la calidez de un recuerdo especial.
- La vi por primera vez cuando tenía diez años y yo me veía casi igual que ahora - comenzó, su voz baja y profunda - No era más que una niña de grandes ojos y espíritu rebelde, descalza en el mercado. Estaba ayudando a sus padres, cargando más de lo que su pequeño cuerpo podía soportar, pero nunca se quejaba. Tenía esa sonrisa obstinada y decidida... y, en el momento en que mis ojos se cruzaron con los suyos, sentí un tirón en el pecho, como si un hilo invisible nos uniera de golpe.
Kean se detuvo, atrapado en la intensidad de sus palabras y Drage observó cómo los sentimientos emergían con fuerza en su expresión, como olas golpeando la costa, en cada palabra que pronunciaba.
- Fue extraño, casi doloroso, Drage - continuó Kean, llevándose la mano al pecho, donde su propia marca brillaba tenue bajo su ropa - En ese momento, sentí que la reconocía de algún lugar... un espacio en mi alma que no sabía que existía hasta entonces. Era mi compañera. Lo supe al instante, aunque ella era solo una niña. Era un vínculo tan inesperado y poderoso que casi me derrumbó.
Drage lo miró con incredulidad. Sabía que los vínculos de compañerismo eran fuertes, pero escuchar la intensidad y devoción en la voz de su hermano lo hacía sentir algo indescriptible. Era como si Kean hablara de un amor que trascendía el tiempo, un amor que ni siquiera el propio Drage, con sus casi mil años de vida, había podido comprender plenamente.
- ¿Cómo lo sobrellevaste? - preguntó Drage en un susurro, atrapado en la historia.
Kean esbozó una sonrisa suave y triste, pero había amor en sus ojos.
- No quería asustarla comportándome como un pervertido, pero independiente de eso, cuando la ves, la escama quema y todo tu cuerpo parece encenderse sólo porque ella te mira por lo que me quedé desde la distancia. No podía presentarme como su compañero hasta que fuera mayor, pero la cuidé, Drage. Velé por ella en silencio durante años. La veía crecer, aprender, caer y levantarse. Me mantuve lejos cuando fue necesario, porque era su vida y debía vivirla a su manera, sin la presión de nuestra conexión. Pero siempre estuve allí, en las sombras, asegurándome de que estuviera a salvo. Su felicidad se convirtió en mi propia razón para existir.
La voz de Kean tembló y Drage vio cómo su hermano cerraba los ojos un instante, como si reviviera cada momento de espera y cada emoción reprimida que había albergado.
- Cómo sus padres eran comerciantes, me encargué de ayudarlos y así poder acercarme a ella, me convertí en un tío, un amigo, un tutor, todo lo que ella necesitara a medida que crecía. Le dije que era un dragón y traté de que conociera nuestro mundo lentamente.