La Respuesta A La Carta De Las Montañas
La habitación asignada a Viktor en el ala diplomática del palacio estaba sumida en un silencio absoluto. Las sombras de la noche se colaban por la ventana sin cortinas, proyectando las filigranas del hierro forjado sobre el suelo como una telaraña antigua. El fuego en la chimenea ardía con lentitud, apenas un par de brasas vivas bajo la capa de ceniza. No lo avivó. No sentía frío.
Había vomitado toda la comida humana.
La sangre de reserva que Markel había preparado con tanto cuidado - una mezcla de sangre humana, hierbas estabilizadoras y una pizca de su propio linaje para engañar al cuerpo- no había permanecido más de unas horas en su estómago. Ahora, con el torso apoyado en el borde del lavamanos y la camisa empapada en sudor frío, Viktor se mantenía en pie por pura obstinación. Dolorido. Exhausto. Sólido como una estatua quebrada.
Un golpe seco en la puerta lo sacó de su trance.
- ¿Sí?
- Mensaje para Su Excelencia. - dijo una voz del otro lado.
Cuando abrió, recibió un sobre sellado con cera negra. El emblema le heló la sangre: un lobo sobre una montaña nevada y una edelweiss. El escudo de la Casa Vodrak. Una tercera carta. Su abuelo estaba perdiendo la paciencia y él ya no podría seguir evitándolo.
No lo abrió de inmediato. Solo lo sostuvo unos segundos entre sus dedos, como si contuviera veneno, o peor aún: una orden. Luego, con un suspiro que parecía sacado del fondo de su alma, lo rompió con la daga que llevaba oculta en la bota.
El papel era grueso, perfumado con ciprés y ceniza. La caligrafía era angulosa, severa. Exactamente como la recordaba. Otra advertencia.
Con un suspiro, sacó papel y tinta y redactó la respuesta.
Carta de Respuesta al Duque Tharion Vodrak
Desde la Embajada Imperial de Austria en Londres,
Palacio de Lancaster,
26 de octubre de 1846
A Su Excelencia,
Tharion Vodrak,
Duque de Helmwacht,
Señor de los Valles de Sombra y Custodio del Linaje Antiguo
Abuelo,
Recibí su carta.
No me sorprende que sus redes hayan interceptado el registro antes que mi informe formal. Reconozco que debí haberlo comunicado primero, pero no me disculparé. No cuando lo que protegía era más valioso que cualquier protocolo.
Ella no es humana.
No en el sentido que usted teme.
Y usted lo sabe.
Usted la escogió, ¿no es cierto?
Usted supo lo que era, lo que podría llegar a ser.
La sangre que corre por las venas de mi consorte lleva el eco del mismo susurro que usted escuchó en las montañas cuando encontró a mi abuela.
Vetraje Krvi.
Sangre del Viento.
La reconocí en cuanto su alma rozó la mía.
No fue por impulso. No fue por capricho.
Fue el llamado de algo que usted mismo nos enseñó a temer y respetar por igual.
Isabella porta la sangre. Su resonancia no deja lugar a duda.
Y eso la convierte en la pieza más peligrosa… o más sagrada… que este linaje haya visto en generaciones.
No está lista aún para lo que vendrá.
Tampoco para usted.
Pero estará.
Partiremos de Londres en una semana. Mi equipo y yo nos dirigiremos a Viena por la ruta norte.
Llegaremos al ducado en dos semanas.
Entonces, podrá verla.
Podrá oler su sangre.
Y podrá entender por qué estoy dispuesto a enfrentar al mundo si es necesario… para protegerla.
Hasta entonces, no la nombre frente a otros.
No permita que las montañas susurren su nombre antes de que la niebla la abrace por completo.
Con respeto,
Viktor Alaric Vodrak
Duque Heredero de Helmwacht
Delegado de la Corona Austríaca.
Villa Escondida, Afueras de Londres - Anochecer
El sonido de los cascos sobre el empedrado cortó la calma de la villa como un presagio. Markel se incorporó de golpe desde la silla junto al ventanal, donde había pasado horas con una taza de té ya frío entre las manos. No esperó confirmación. Salió corriendo al exterior, el abrigo ondeando tras él, los pies hundiéndose en la tierra húmeda.
El carruaje se detuvo con un chirrido metálico. Markel abrió la portezuela.
- ¡Señor! - llamó y su voz tembló al ver el rostro de Viktor.
El duque apenas se sostenía. Pálido, los ojos hundidos, las venas marcadas en las sienes. El abrigo elegante estaba empapado por la lluvia y su respiración era tan superficial que por un instante Markel pensó que no llegaría a tiempo.
- Markel… - susurró Viktor antes de desplomarse sobre él.
- ¡Maldición! - gruñó el sirviente, atrapando el peso del vampiro con dificultad - Vamos, vamos…
Desde la escalera, Isabella observaba. Había bajado descalza, envuelta en una bata raída, los ojos agrandados por el desconcierto. Verlo así - derrotado, agotado, casi irreconocible - le robó el aliento.
- ¿Qué ocurre? - preguntó, acercándose con una mezcla de temor y urgencia.
- Ayúdame. - jadeó Markel, sin mirarla - No puedo subirlo solo.
Entre ambos, lo arrastraron hasta la habitación del segundo piso. Lo recostaron sobre la cama y mientras Markel corría a cerrar las cortinas y avivar el fuego, Isabella se quedó sentada al borde del colchón. Su respiración era irregular. No comprendía. O tal vez sí… y no quería.
- ¿Está enfermo?
Markel soltó un suspiro tenso. Su frente estaba perlada de sudor, pero no por el esfuerzo.
- No. - respondió en voz baja - Está hambriento. Y agotado. No ha bebido nada desde hace semanas.
Isabella frunció el ceño. Recordó el temblor en las manos de Viktor cuando la tocó por última vez, el vacío en sus ojos cuando partió.
- ¿Por qué? - preguntó.
Markel tragó saliva. No debía decírselo. Pero había llegado el punto en que el silencio era una forma de crueldad.
- Porque usted… - comenzó, con cuidado - usted es su única fuente desde que la convirtió. Su sangre lo sostiene. Es lo único que su cuerpo acepta ahora. Lo demás… lo rechaza.
Isabella sintió que el mundo se inclinaba levemente.
- ¿Y por qué no me lo dijo? ¿Por qué no…?
- Porque lo último que él quería era presionarla. - la interrumpió Markel, con voz ronca - Usted ha estado frágil, retraída, deprimida. El señor Viktor… no quiso hacer de su cuerpo una carga más.
Isabella bajó la mirada. No había sabido. No había visto. O quizá no quiso ver. Viktor había estado muriendo en silencio por no herirla más de lo que ya lo había hecho.
- No es su culpa, mi señora. - añadió Markel, como si pudiera leer sus pensamientos - Pero ahora lo necesita. O no resistirá mucho más.
Viktor gimió débilmente en sueños, apenas un murmullo desgarrado.
Isabella lo miró y algo se rompió dentro de ella. Todo el miedo, el resentimiento, la confusión… se mezclaron con otra emoción más dolorosa: la culpa. Se inclinó hacia él, acariciando su mejilla con dedos temblorosos. Estaba frío. Frío de una forma que solo entendía ahora.
- ¿Qué tengo que hacer? - susurró.
Markel bajó la cabeza.
- Lo que esté dispuesta a ofrecer. - respondió con honestidad - Nada más. Pero también… nada menos.
Isabella miró a Víktor con el corazón apretado. Debía tomar una decisión.