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1426 Words
Protegiendo a Isabella Ashcombe Hall - Habitación de Isabella Lady Honoria entró con paso firme, pero su respiración temblaba apenas al cruzar el umbral. La puerta de la habitación crujió suavemente al cerrarse detrás de ella, como si la misma casa compartiera su desconcierto. El cuarto de Isabella estaba... demasiado quieto. Sus ojos recorrieron con rapidez y luego con detenimiento. La cama estaba desarmada, las sábanas revueltas como si alguien hubiese intentado levantarse, tal vez con dificultad. Una almohada en el suelo. El cobertor medio colgando. Se acercó al tocador. El cepillo de cerdas suaves seguía allí, con algunos mechones de cabello castaño atrapados entre las púas. Al lado, una taza vacía. Honoria la levantó con suavidad, acercándola a su nariz. Sus ojos se entrecerraron al reconocer el perfume suave, dulzón y amaderado. - El mismo té que preparaba Marie... - murmuró para sí. ¿Por qué? ¿Por qué usaría Isabella ese té? Dejó la taza de nuevo en su sitio. Caminó hacia el ropero: todas sus pertenencias estaban allí. Ninguna valija había sido retirada, ninguna prenda faltaba. No había huellas de una mujer que hubiera decidido marcharse. Solo la sutil sensación de una ausencia abrupta, de algo truncado. Se acercó al escritorio. Una pluma de plata descansaba sobre la superficie como si hubiera sido dejada con prisa. La levantó con manos cuidadosas, reconociéndola de inmediato: fue un obsequio personal de Viktor, una pieza vienesa de trabajo fino. Isabella se la había mostrado. Abrió el primer cajón y su mirada se detuvo. El diario de Isabella… y debajo, el viejo cuaderno de Marie. Los tomó ambos con una mano temblorosa. Sentía el cuero viejo, la textura de las esquinas gastadas. El peso del secreto, aún sin saber su contenido. La sospecha se convirtió en certeza silenciosa. Rowan... No lo dijo. No podía aún. Porque decirlo sería admitir que su sangre… su nieto… había cruzado una línea de la que no se podía volver. Sus ojos se desviaron dentro del cajón. Había algo más. Una pequeña caja de terciopelo oscuro. La abrió y su corazón dio un vuelco. Allí estaba: el collar de zafiros y diamantes que ella misma había regalado a Isabella el día en que decidió reconocerla como su nieta ante la nobleza. Una pieza familiar, simbólica. Valiosa no solo por su costo, sino por lo que representaba: pertenencia. Estaba guardado como si fuese un tesoro. No en una vitrina ni en un joyero ostentoso, sino con cuidado, como si tuviera un valor personal que superara lo material. Lady Honoria se sentó lentamente en la silla junto al escritorio. Sostuvo el collar entre sus dedos mientras el dolor comenzaba a filtrarse por las grietas que la edad y la experiencia habían aprendido a sellar. Era demasiado tarde para fingir ignorancia. Para negar lo que su instinto - ese que había sobrevivido a guerras, traiciones y alianzas rotas - le gritaba. Algo malo ha pasado. Y Rowan está implicado. Pero no tenía pruebas. Y no podía simplemente acusarlo ante la corte. No sin arrastrar el apellido Ashcombe al escarnio público. No sin abrir la puerta a un escándalo que destruiría no solo su legado, sino cualquier posibilidad de proteger a Isabella si aún estaba viva. Apretó los dientes. El dolor era agudo, como una punzada bajo las costillas. Había llegado a querer a Isabella con un afecto que no sentía por nadie desde la muerte de su hija. La joven le devolvió dignidad a su nombre, brillo a su apellido… había traído luz a una casa que se apagaba. Y ahora… tal vez estaba muerta. Por culpa del nieto al que tanto defendió, al que tanto esperó ver madurar. Un nieto que ahora le inspiraba algo que jamás habría imaginado: Miedo. Cerró los diarios con fuerza y guardó la pluma entre sus propios papeles. Se llevó el collar también. No porque quisiera ocultarlo. Sino porque temía lo que pudiera venir. Se levantó, lenta, pero segura. Si el destino ha querido que sea yo quien proteja a esa niña, entonces que me encuentre lista para hacerlo hasta el final. Salió de la habitación, su bastón resonando en el suelo con firmeza, los labios apretados, los ojos húmedos. Pero ya no había espacio para lágrimas. Solo para decisiones. La Visita Al Escribano El carruaje se detuvo frente a una antigua casa de ladrillos oscuros en una calle discreta del centro de Londres, camuflada entre negocios legales y boticas olvidadas por el tiempo. Viktor descendió sin ayuda, su capa ondeando ligeramente con la brisa de la tarde. Su rostro era el de siempre: impenetrable, elegante, letal. Tocó dos veces y esperó. La puerta se abrió lo justo para revelar un rostro delgado y envejecido, con gafas que pendían de una nariz aguileña. - Duque Vodrak. - susurró el escribano, haciendo una leve inclinación con la cabeza - No esperaba verlo tan pronto. - Tampoco yo. - replicó Viktor con frialdad - Pero hay urgencias que no se pueden ignorar. El interior de la casa olía a tinta fresca, cera y pergaminos. El escribano, un hombre llamado Jasper Emmerich, lo condujo hasta una sala pequeña con cortinas pesadas, sin ventanas expuestas. Había un escritorio cubierto de sellos reales, planchas de plomo, papel artesanal y libros antiguos. Nadie conocía mejor los pliegues de la burocracia inglesa y austríaca que él. Viktor se sentó sin ceremonia. - Necesito una identidad. Completa. Lo bastante sólida para resistir el escrutinio de un embajador o un noble inquisitivo. - No es muy temprano para cambiar la suya, Excelencia. - No es para mi, es para una mujer. El escribano alzó una ceja, pero no habló. Jasper asintió, sacando una pluma. - ¿Nombre? - Elira Vetralis von Nivalheim. Nacida en la región de Vorarlberg. Supuesta heredera de una línea noble empobrecida, extinguida en una revuelta hace años. Fue rescatada y enviada bajo la protección de mi casa, educada en Viena. Hace pocos meses, contrajimos matrimonio. Fue discreto. No público aún. - ¿Papeles de nacimiento? - Falsificados. Con sellos antiguos de un monasterio destruido en 1832. También necesitaré un árbol genealógico coherente. Puedes inspirarte en los Nivalheim y añadir una conexión con alguna rama menor de los von Eltz, esos están casi olvidados por la nobleza. - ¿Pasaporte austríaco? - Sí. Emitido hace tres semanas. Firma del cónsul. Marca de tránsito diplomático. Sellos de entrada por el puerto de Calais. El escribano alzó la vista, un poco más atento. - ¿Y si preguntan por qué no la han visto antes? - La duquesa estuvo enferma. Una dolencia pulmonar. Nunca fue presentada en sociedad hasta ahora. Eso mantendrá lejos a los curiosos y permitirá justificar sus ausencias futuras. Además, haremos circular el rumor de que sufrió un intento de secuestro y que viaja ahora bajo vigilancia por razones de seguridad. - ¿Y el matrimonio? Viktor le tendió una pequeña caja de terciopelo con dos anillos. - Uno de ellos lleva el sello Vodrak. Que figure como acta de matrimonio privada, firmada por un abad de Salzburgo, con testigos ficticios. La ceremonia fue reciente. Harás que el documento luzca desgastado, pero intacto. El tipo de cosas que los nobles ocultan hasta que les conviene mostrar. Jasper comenzó a escribir en una hoja especial con letras góticas, trazando ya la historia que legitimaría a la nueva duquesa. - ¿Y cómo debo referirme a ella? Viktor lo pensó un segundo. Su expresión se suavizó apenas. - Como mi esposa y consorte jurada, la duquesa Elira von Nivalheim de Vodrak. No hay otra. El escribano asintió sin más preguntas. Conocía a Viktor desde hacía más de dos siglos. Nunca preguntaba lo que no debía saber. Historia oficial ante la nobleza y la embajada Nombre completo: Elira Vetralis von Nivalheim de Vodrak Título: Duquesa consorte de Vodrak Origen: Nacida en 1828 en las montañas de Vorarlberg, Austria. Última descendiente de los Nivalheim, un linaje noble menor venido a menos tras las guerras napoleónicas. Quedó huérfana a temprana edad y fue acogida por la casa Vodrak bajo el amparo del Duque Viktor, quien le proporcionó una educación esmerada en Viena. Matrimonio: Casada en Salzburgo en ceremonia privada el pasado 21 de agosto de 1846. Dada la fragilidad de su salud, el enlace fue discreto y reservado al círculo más cercano del clan Vodrak. El acta fue firmada por un abad benedictino y registrada con fecha. Estado actual: Se encuentra en recuperación tras un incidente de seguridad del que fue víctima durante su visita a Londres. Por su seguridad, reside temporalmente fuera de la ciudad hasta nuevo aviso.
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