La Preocupación
Emmerich dejó que la tinta se secara con un leve soplido. Recorrió con la mirada los documentos dispuestos sobre la mesa: el acta de nacimiento, el árbol genealógico, el pasaporte con sellos diplomáticos y finalmente, el certificado matrimonial. No había fisuras. Había hecho esto por siglos y pocas veces con tanto cuidado.
Se quitó los lentes y los dejó sobre la mesa con dedos temblorosos. La luz del atardecer teñía las cortinas de un ámbar difuso.
- Todo está listo, Excelencia. - dijo en voz baja- . Tendrá lo necesario para presentarla en cualquier corte... incluso ante el consejo de su clan.
Viktor no se movió. Observaba el papel con la misma intensidad con la que un general contempla un mapa antes de una guerra. Jasper lo miró por un instante y luego se atrevió a decir lo que no debía.
- ¿Es consciente de lo que esto significa, verdad? Si el consejo Vodrak descubre que su heredero tiene una mujer a su lado… que la hace pasar por su esposa... exigirán explicaciones. Y si sospechan lo que ha hecho…
Viktor alzó una ceja.
- ¿Y qué es lo que crees que he hecho, Jasper?
El escribano se humedeció los labios.
- No soy un necio. He servido a su familia por más de siete siglos. Reconozco la premura, el silencio, el celo. Si lo que intuyo es cierto y ella… si la ha vinculado con su sangre, si la ha marcado…
Viktor se puso de pie con calma, giró hacia la ventana cerrada y, sin responder, se desabotonó la parte alta de su levita. Con un gesto lento y deliberado, bajó el cuello de la camisa hasta dejar expuesta la piel de su clavícula izquierda. Allí, como una quemadura de hielo que no cicatrizaba, se veía claramente la marca. Una edelweiss de líneas plateadas y azules, que brillaban levemente con la luz tenue del salón.
El escribano se quedó sin aliento.
- Sangre de viento… - susurró, retrocediendo medio paso.
Viktor se volvió a abotonar con calma. Su voz fue un murmullo seco, como un presagio contenido.
- ¿Crees que eso será suficiente, anciano?
Jasper asintió apenas, el rostro más pálido que antes.
- Si el heredero del linaje Vodrak ha encontrado a su sangre de viento, no es solo un vínculo… es un mal augurio.
- ¿Mal augurio para quién? - preguntó Viktor con la sombra de una sonrisa en los labios - ¿Para el clan… o para el mundo?
El escribano no respondió. Tan solo bajó la cabeza en señal de respeto, recogió los documentos y los guardó en un portafolios de cuero envejecido.
- Entonces que los dioses antiguos lo amparen, mi señor. Y que la joven sea digna de lo que ha despertado.
- Lo es. - replicó Viktor con una firmeza que no admitía réplica - Más de lo que el mundo sabrá jamás.
Ashcombe Hall, Salón Principal - Tarde Nublada
El aire estaba enrarecido en el gran salón. Aunque las chimeneas ardían con discreción y las lámparas de gas se mantenían encendidas por la opacidad del cielo, el ambiente se sentía frío, tenso… como si el eco de una tragedia se aferrara a los cortinajes y al mármol pulido.
El inspector Hargrave, un hombre robusto con bigote de soldado retirado y una expresión más escéptica que autoritaria, repasaba sus notas con meticulosidad. A su lado, un joven agente sostenía un maletín de cuero raído donde asomaban documentos, sobres y una libreta pequeña.
- Entonces, Lord Ashcombe - dijo Hargrave sin levantar la mirada - para que conste: ¿Cuándo fue la última vez que vio a su esposa?
Rowan se irguió en el diván tapizado de terciopelo verde, impecablemente vestido con una levita azul noche y el cabello peinado con meticulosa perfección. Parecía el retrato de un noble afligido, salvo por sus ojos. Ni una sola sombra de angustia, ni el temblor ansioso del amor perdido. Solo una serenidad fría, casi ejecutiva.
- Ayer por la noche. Cenamos juntos, como de costumbre. Isabella se retiró temprano, dijo que tenía dolor de cabeza. Esta mañana, cuando su doncella fue a despertarla… ya no estaba.
Sus palabras fueron pronunciadas con tono grave, incluso pausado, como si estuviera describiendo una transacción comercial que no salió como esperaba.
Lady Honoria, sentada en una butaca más cercana al fuego, lo observaba desde su rincón con las manos cruzadas sobre el regazo. Vestía de gris pizarra, sin joyas, sin el habitual broche de amatistas. El rostro, cruzado de arrugas finas como hilos de plata, estaba pétreo. Pero sus ojos... sus ojos eran los de una loba vieja: atentos, sagaces, y profundamente desconfiados.
El inspector asintió.
- ¿Notó algo extraño? ¿Algún comportamiento diferente en los días previos?
- Estaba… pensativa. - respondió Rowan con leve encogimiento de hombros - Pero ya sabe cómo son las mujeres sensibles. A veces los nervios les juegan malas pasadas. No le di demasiada importancia.
Honoria cerró los ojos por un breve segundo. “Sensibles.” ¿Era eso todo lo que tenía que decir de la joven que decía amar? Isabella, que apenas dos días antes reía con dulzura tocando el piano para los invitados. Isabella, que caminaba descalza por la galería para admirar los frescos del techo… ¿y él la reducía a una mujer “nerviosa”?
El agente joven anotaba todo. El inspector dio un paso hacia la chimenea, donde ardían unos troncos escasos. En el hogar de ceniza, apenas visibles, algunas hebras de tela azul oscuro aún se consumían lentamente. Hargrave se detuvo, olisqueó el aire.
- ¿Han quemado ropa esta mañana, Milady?
- Mi nieto. Según dijo, unas prendas que ya no servían. - respondió Honoria sin mover un músculo del rostro.
- Ajá… - musitó el inspector y volvió a anotar.
Los nobles presentes, unos primos lejanos y dos vecinos de campo que habían sido convocados para aparentar control y normalidad, fingían interés distante. Uno de ellos, Lord Whitmore, sorbía su brandy como si lo único lamentable del día fuera que el whisky escocés no hubiera llegado con el tren de la mañana. La señora Elridge, viuda y amiga de la familia, tenía los labios fruncidos como si no quisiese oler nada y, sin embargo, miraba a Rowan como quien no sabe si consolarlo o culparlo.
- ¿Y el diario de la señora? - preguntó de pronto Hargrave - ¿Estaba en su lugar?
Rowan parpadeó.
- No lo sabría. No suelo entrometerme en sus… papeles personales.
Honoria intervino suavemente.
- Yo misma revisé la habitación antes que ustedes llegaran. El diario no estaba.
Rowan giró el rostro hacia su abuela, como si apenas se enterara. Lo hizo con tanta precisión actoral que casi convencía a todos. Menos a ella.
Hargrave frunció el ceño.
- ¿Podría describirme lo que llevaba puesto la última vez que la vio?
- Una bata de seda. Azul, creo. No… quizá marfil. Era tarde, la luz era tenue. - dijo Rowan, apretando los dedos entre sí.
Honoria apenas lo miraba ahora. Observaba el humo que subía de la chimenea con los ojos entornados, como si en ese gesto se debatiera entre dos verdades: una que su nieto podría defender hasta la tumba… y otra que su instinto ya conocía demasiado bien.
No tiene el rostro de un marido devastado. No lo ha tenido ni una sola vez desde que se sentó. Parece más preocupado de lo que pensarán sus socios que de si Isabella está viva o muerta.
El inspector cerró su libreta.
- Eso sería todo por ahora. Pero es posible que debamos volver. El comité de seguridad del Parlamento está presionando a la policía por los vínculos internacionales de la familia Ashcombe. Si su esposa no aparece pronto, Lord Ashcombe, es probable que pidan registros más extensos.
- Entiendo. - dijo Rowan con un asentimiento elegante - Y cooperaremos en todo.
Hargrave inclinó la cabeza y se retiró con su ayudante. Los murmullos de los nobles se reanudaron apenas cruzaron la puerta.
Lady Honoria no dijo nada durante largos segundos. Luego, con una lentitud solemne, se levantó.
Rowan se acercó con una sonrisa tensa.
- Querida abuela…
- Siéntate - ordenó con voz baja y firme.
Él obedeció.
Honoria lo miró con una mezcla de dolor y decepción que solo una abuela podría sostener sin romperse.
- No voy a humillarte delante de los demás. No aún. Pero no me mientas otra vez, Rowan.
- Abuela, no sé a qué te refieres…
- Yo sí lo sé. - lo interrumpió - No sé qué le hiciste a Isabella… pero si ella no aparece viva y a salvo, juro por mi linaje que no te protegeré. Ni yo… ni el apellido Ashcombe.
Rowan tragó saliva. Por primera vez, su máscara se fisuró.
Y Lady Honoria, la última loba de la antigua nobleza, se alejó sin volver la vista atrás.