3

1242 Words
Cubriendo Las Huellas Cueva oculta, bosque de los Sauces - Tarde del segundo día El crujido de ramas y hojas secas apenas fue perceptible, pero Viktor ya lo había detectado. Levantó la cabeza con lentitud, sin moverse aún del lado de Isabella. Su respiración era más estable, aunque su pulso fluctuaba con la inestabilidad natural de una conversión reciente. Un silbido bajo, breve, cortó el aire. Una señal. Viktor no respondió. No hacía falta. Segundos después, la figura alta y delgada de Markel emergió por la entrada de la cueva, agachándose ligeramente para no rozar el techo de roca. Sus botas estaban cubiertas de barro seco y en su abrigo de viaje aún caían restos de hojas. Llevaba los cabellos recogidos, como siempre y su expresión, normalmente imperturbable, se contrajo apenas al verlo. Viktor no dijo nada. Los ojos del sirviente se fijaron primero en él… y luego en ella. Su mirada se endureció. Su pecho subió lentamente. Y entonces se arrodilló. - Mi señor… - Su voz fue suave, grave, como si hablara en una capilla - Lo encontré al ver su caballo sin jinete. Seguí su rastro y oculté lo que dejaba atrás. El foso estaba manchado, pero no había cuerpos. Las huellas… fueron borradas. Viktor asintió apenas, sus ojos brillando aún con ese tono helado y antinatural que marcaba su estado alterado. Markel alzó la vista. - Ha sucedido. No fue una pregunta. Fue una afirmación. El silencio bastó como respuesta. Markel clavó sus ojos en las marcas visibles en ambos cuellos. El grabado de la edelweiss resplandecía aún en la piel de Isabella, iluminada débilmente por la bioluminiscencia sutil de las cavernas y el escudo natural que Viktor mantenía activo. Su lealtad no le impidió comprender la magnitud de lo que estaba viendo. - Es su consorte. - dijo al fin, con respeto, casi con solemnidad - Y ahora también… su única fuente. Viktor desvió la mirada. - No fue planeado. - Su voz era un susurro afilado - Estaba muriendo. Él la dejó allí… para desangrarse. Como basura. Como si no valiera nada. Markel apretó los dientes, pero no comentó. Sabía que no era momento de juicios. - Entiendo… - dijo finalmente - Pero deben salir de aquí, mi señor. Han notado su ausencia en la embajada y la de ella en la mansión. Si los sirvientes no han alertado aún a la familia, no pasará mucho. El bosque está lleno de rumores. No puede arriesgarse a que la encuentren en este estado. Viktor asintió con lentitud. Acarició la sien de Isabella, que dormía profundamente, aún fluctuando entre dos naturalezas. - No puede estar cerca de la ciudad mientras se adapta. Su vínculo la hace vulnerable… sensible a todo. El hambre será confusa al principio. Y si llega el sol antes de que logre regular su transformación… - Calló, el temor contenido en sus ojos. Markel se incorporó con resolución. - Buscaré una propiedad. Fuera de Londres. Lo suficientemente aislada, pero cómoda. Puedo arrendarla bajo un seudónimo. La protegeré en su ausencia. Y usted… podrá seguir cumpliendo con sus obligaciones sin ponerla en peligro. Viktor cerró los ojos un momento. - Gracias, Markel. El sirviente asintió sin solemnidad, como quien acepta una carga inevitable. - Ahora que ella es su consorte, también es mi señora. El clan la reconocerá como tal… y como la heredera junto a usted. Viktor bajó la vista a Isabella, que comenzaba a murmurar algo en sueños. Su frente se fruncía por emociones que aún no comprendía del todo. Sufrimiento. Pérdida. Miedo. - Todavía no lo sabe. - musitó él, casi para sí. – Y no se lo dirás. Mantenlo en reserva. No está lista. Markel no respondió. Se volvió hacia la salida y desapareció entre las sombras, su andar silencioso como el de una sombra entrenada por siglos. Viktor se quedó quieto, sosteniendo la mano de Isabella entre las suyas. Sintió el leve pulso. La conexión. Ya no estaba solo. Pero tampoco podía huir de lo que eso significaba. - Te protegeré. - susurró, más para ella que para sí mismo - Incluso de ti. Incluso de mí. Y esperó. Porque ahora cada segundo era un paso hacia un nuevo destino. Uno compartido. Londres - Tercer día, antes del anochecer El cielo estaba gris, cargado de nubes bajas que ocultaban el sol, pero eso no significaba seguridad. Markel ajustó el cuello de su abrigo y bajó la cabeza, ocultando su rostro parcialmente con el ala del sombrero. Se mezclaba entre la gente como un servidor cualquiera, con los modales de un mayordomo diligente y el andar de quien ha vivido en las sombras. Había salido del bosque poco antes del amanecer, tras sellar mágicamente la entrada de la cueva con las piedras y raíces naturales del entorno. Una barrera ilusoria impedía que cualquiera, incluso animales, notara el acceso. Viktor necesitaba tiempo y él lo conseguiría. Primero fue a las afueras de Richmond, una zona aún semirrural, de caminos amplios, propiedades rodeadas de bosques y poca vigilancia. Visitó tres villas antes de encontrar la adecuada: lo bastante alejada del camino principal, con jardín privado, patio trasero, una chimenea robusta y ventanas que podían cerrarse con postigos gruesos. Pagó en efectivo, sin preguntas. - La renta es por un mes, renovable. - dijo el hombre que le entregó la llave. Markel asintió. - No la necesitaremos tanto. - Su voz era seca, neutra. Acto seguido regresó a la ciudad, evitando las rutas principales. En una pequeña mercería de calle lateral, compró un camisón blanco de lino suave, una bata larga con bordes de encaje y un vestido azul sencillo, pero elegante, sin adornos innecesarios. Que no tuviera corsé ni cierres complejos; su señora aún no tendría la fuerza ni la estabilidad para vestir como antes. Al lado, entró a una botica y adquirió bálsamos naturales, vendas suaves y una loción con base de lavanda. La piel recién transformada era hipersensible. Todo debía estar listo. Después, pasó por los aposentos privados de Viktor en la embajada, recogiendo una pequeña maleta con lo esencial: documentos, su sello personal, una muda limpia, un abrigo largo que cubriera su figura por completo. Puso también un cuaderno nuevo, una pluma y tinta. Sabía que Viktor escribiría. Siempre lo hacía. Antes de marcharse, entregó una carta breve al personal diplomático: "Su Excelencia ha sido llamado de urgencia a Londres. Se le ruega no enviar correspondencia hasta su regreso. Volverá en cuanto resuelva un asunto personal de suma urgencia. - M. L.” El lacre con el emblema de Viktor fue suficiente para que nadie preguntara. Con todo preparado, Markel cargó lo esencial en una alforja grande y aseguró una manta gruesa sobre el lomo del caballo de Viktor, que lo esperaba pacientemente en el pequeño cobertizo donde solían ocultarlo durante las misiones. Antes de salir, repasó su lista mental. Propiedad arrendada. Ropa básica. Alimentos sellados para él. Ropa de Viktor. Comunicación cubierta. Caminos secundarios vigilados. Todo listo. Se montó con la familiaridad de quien ha cabalgado toda su vida y tomó el sendero más discreto, cruzando por los márgenes del Parque Richmond y luego hacia el bosque de los Sauces. A medida que se alejaba de la ciudad, el viento se volvió más frío. El sol comenzaba a caer, marcando el inicio de otro ciclo. Markel no lo dijo en voz alta, pero en su interior lo sabía: Su señor no volvería solo. Ahora eran dos. Y él los protegería.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD