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1274 Words
Ocultando A Isabella Bosque de los Sauces - Anochecer El bosque estaba en silencio, pero Markel no necesitaba los sonidos para saber que no estaba solo. Podía percibir las emociones de Viktor que vibraban con una intensidad distinta. No era dolor, ni alarma, sino una presencia firme, antigua… y protectora. A medida que se aproximaba al claro oculto entre raíces de sauces y afloramientos rocosos, el aire mismo parecía más denso, cargado con una energía que no pertenecía a los vivos. Una cortina ilusoria se levantó apenas su pulgar rozó el talismán de madera negra en su muñeca. Allí estaban. Viktor, de pie, envuelto en su abrigo n***o y en sus brazos, la figura pálida de Isabella. Dormía - o algo parecido al sueño - con el rostro vuelto hacia su pecho, los labios entreabiertos, su piel translúcida mostrando un resplandor casi etéreo. Una hebra de su cabello castaño le caía por el cuello, justo donde brillaba, apenas perceptible, la marca del Edelweiss. Markel desmontó en silencio, sujetando al caballo por las riendas. - Maestro. Los ojos de Viktor aún eran más claros de lo normal. No ámbar, no humanos. Azul hielo, con vetas plateadas que solo aparecían cuando el vínculo se activaba por completo. Asintió brevemente y se aproximó con paso contenido. - ¿Está lista la casa? - Todo está dispuesto. Está lejos de las rutas principales, cerrada al viento y tiene chimenea en la habitación del ala oeste. Preparé vendas, bálsamos, ropa limpia… y un camisón. - Hizo una breve pausa, antes de agregar con voz baja - No encontrarán mejor refugio. Viktor no respondió de inmediato. Solo bajó la mirada hacia el rostro de Isabella y sostuvo su mejilla un momento con la yema de los dedos. Luego pasó junto a Markel, con ella entre sus brazos como si cargara lo más frágil del mundo. El trayecto fue lento, deliberado. A través del bosque, el caballo de Markel guiaba el camino, mientras Viktor seguía detrás, afirmando a Isabella entre sus brazos, mientras su caballo avanzaba. El cuerpo de Isabella parecía pesarle menos que una pluma, pero sus brazos no temblaban de la tensión, sino de la emoción contenida. El aire húmedo se filtraba entre los árboles y solo se oían los pasos amortiguados sobre la tierra. Viktor mantenía su abrigo envuelto alrededor de ella, protegiéndola del aire frío, pero también del mundo. Cuando llegaron a la villa, Markel descendió del caballo y abrió la puerta lateral. La casa estaba tenuemente iluminada con lámparas de aceite. La habitación ya esperaba, con cortinas gruesas cerradas, el fuego encendido en la chimenea de piedra y un lecho sencillo pero pulcro, con sábanas blancas recién puestas. Viktor no dijo nada. Entró sin soltarla y caminó directo hasta la cama. Se inclinó con cuidado y la depositó como quien devuelve una reliquia a su altar. Sus dedos rozaron su cabello, luego su rostro y finalmente su cuello, donde aún palpitaba la marca del Edelweiss con un brillo bajo la piel. Markel permaneció a la puerta, en silencio. La reverencia de su maestro hablaba por sí sola. Viktor cubrió a Isabella con la manta suave hasta el pecho y se quedó un instante de rodillas a su lado, mirándola con una mezcla de devoción, remordimiento y adoración contenida en tanto el fuego crepitó en la chimenea, rompiendo el silencio con suavidad. - ¿Cuánto tiempo…? - preguntó Markel en voz baja. - No lo sé. - respondió Viktor, aún sin mirarlo - Pero no me moveré de aquí hasta que despierte. Cuando lo haga… no debe tener miedo. Su alma ya me eligió antes de saberlo. Markel asintió. - Entonces haré que este lugar sea tan silencioso como una tumba... y tan seguro como el corazón de una montaña. Viktor esbozó una sonrisa leve, fugaz, casi rota. Luego se volvió hacia Isabella y se acomodó en una silla junto al lecho, en silencio, con la mirada fija en su rostro dormido. Y mientras la noche envolvía la villa, el heredero del linaje Vodrak montaba guardia junto a su consorte, en el umbral entre la vida y lo eterno. Villa oculta, ala oeste - Medianoche La lámpara de aceite lanzaba sombras suaves sobre la habitación y el fuego mantenía la temperatura tibia, apenas lo suficiente para protegerla del frío que aún persistía en sus huesos nuevos. Viktor se arrodilló junto al lecho, con las mangas de la camisa arremangadas y un paño de lino humedecido en la palangana de agua tibia. Lo había hecho en silencio, sin llamar a Markel. Esta parte… era suya. Solo suya. La miró. Isabella yacía aún inconsciente, su pecho alzándose con lentitud, el ritmo de su respiración apenas perceptible. Su piel había adquirido ese tono blanco porcelana que conocía bien: inmaculado, impecable… y mortalmente bello. Pero en ella, ese cambio tenía algo más. No era la frialdad habitual. Era pureza. Como si el veneno que la había roto hubiera sido arrancado de su cuerpo para dejar solo lo esencial: su esencia. Desvió la mirada un segundo, apretando los labios. Avergonzado. Había visto horrores, había combatido en guerras y presenciado cómo los lazos más sagrados se rompían por ambición. Pero nunca se había sentido tan expuesto como en ese momento, con una toalla en la mano y la mujer que amaba convertida por su propia sangre. Desató los nudos del camisón que llevaba con manos temblorosas, cuidando no mirar más de lo necesario. No era un acto de deseo, sino uno de reverencia. El cuerpo de Isabella - ese que antes se enrojecía con el sol, se estremecía con los nervios o se cubría de rubor por pudor - ahora parecía una escultura. La piel había cicatrizado por completo. Las marcas en sus muñecas habían desaparecido. Rowan no dejó rastro físico alguno, aunque Viktor sabía que el alma de ella seguiría sangrando mucho después de volver de la muerte. Su cabello, suelto, caía como un manto suave sobre la almohada. Brillante. Denso. Como si cada hebra hubiese sido tejida por la luna. Incluso dormida, su rostro tenía una serenidad dolorosa. Los labios, aunque aún pálidos, ya no eran cenicientos. Pronto… recobrarían su color, ese tono suave de rosa que él recordaba con brutal precisión. Pasó el paño por su cuello, sus brazos, sus piernas. Cada curva, cada línea, perfecta. Victor no podía negarlo. El cuerpo de un vampiro era un reflejo de la seducción y la cacería, creado para desarmar, para atraer, para vencer la resistencia sin recurrir a la violencia. Una ilusión tan hermosa que incluso las víctimas corrían a su abrazo. Isabella era ahora eso. Un depredador perfecto. Inocente aún… pero lo sería. Sintió el eco del vínculo latir en su pecho. Esa punzada sorda, como si una cuerda se estirara entre ambos. Su sangre lo reclamaba. La necesitaba ahora para vivir. No podía beber de otra fuente. Su instinto la reconocía como su ancla, su consorte. Suya. Aunque su mente se negara a pronunciarlo. Viktor tembló. Cerró los ojos un instante, dejando que su frente descansara sobre el borde del lecho. Inspiró lentamente. No debía dejar que lo viera así. No tan roto, no tan necesitado, no tan culpable. - Perdóname. - susurró, apenas un aliento - No debí dejar que te quedaras sola esa noche. No debí creer que él te protegería... Se puso de pie despacio, vistiéndola con el camisón nuevo, abrochando los botones con dedos torpes. Cuando terminó, alisó las mantas con cuidado. Una lágrima, contenida durante días, cayó silenciosa sobre el lino blanco. La miró una última vez antes de apartarse. Su obra no había sido perfecta, pero al menos… estaba viva. O algo muy parecido.
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