8. El Secreto de Alejandro.

1155 Words
Me quedé en la puerta, sin saber qué decir. Era la primera vez que veía a Alejandro así, vulnerable y sin esa capa de arrogancia que siempre lo rodeaba. Pero también sabía que abrirle la puerta sería invitarlo a entrar en mi vida de una forma más profunda, algo que intentaba evitar. —Anny, por favor… solo dame cinco minutos —pidió, su voz rasgada. Me aparté, dejando que cruzara el umbral. Su presencia llenó el espacio, y de repente sentí que todo el aire había cambiado, como si la habitación ahora girara a su alrededor. Alejandro se quedó de pie en el centro de mi sala, mirando a su alrededor con una mezcla de incomodidad y ansiedad, como si estar aquí significara romper algún tipo de barrera invisible entre nosotros. Me crucé de brazos, intentando mantener la guardia en alto. —¿Qué pasa, Alejandro? —pregunté, mi tono más duro de lo que realmente sentía. Él levantó la mirada y respiró hondo, como si estuviera preparándose para soltar algo que llevaba mucho tiempo conteniendo. —Mi madre… —comenzó, y su voz se quebró un segundo antes de recomponerse—. Mi madre me ha puesto una condición para heredar la empresa. Mis cejas se alzaron en sorpresa. No esperaba que este fuera el motivo de su repentina aparición. De todas las cosas que había imaginado, esta no estaba entre ellas. —¿Qué tipo de condición? —pregunté, ahora genuinamente intrigada. Alejandro se pasó la mano por el cabello, y pude ver la tensión en cada uno de sus movimientos. Era como si esta confesión lo desarmara. —Me dijo que debo… asentarme. Que debo comprometerme, formalizar una relación, demostrarle que puedo tomar responsabilidades personales y no solo ser un “millonario egoísta” —la ironía en su tono al citar a su madre era palpable, pero debajo de ella había una tristeza inesperada—. En pocas palabras, debo casarme para heredar la empresa. La noticia me dejó sin palabras por un momento. Sabía que Blanca, su madre, era una mujer implacable y que veía a Alejandro como el único heredero digno de la empresa. Pero imponerle semejante condición era extremo, incluso para ella. —Y… ¿por qué me lo cuentas a mí? —pregunté, temiendo la respuesta. Alejandro dio un paso hacia mí, y en su mirada vi algo que jamás había visto: una mezcla de determinación y vulnerabilidad. —Porque pensé en ti, Anny. Te necesito a ti. Esas palabras colgaron en el aire como un secreto oscuro y lleno de promesas. Sentí un vuelco en el estómago, una mezcla de nervios y anticipación que me dejaba sin aliento. —¿Qué estás sugiriendo? —murmuré, mi voz apenas un susurro. —Sé que esto es una locura, Anny. Lo sé. Pero eres la única persona que me ha desafiado, que me ha mirado como un igual, que no me trata como si fuera un dios intocable. Necesito a alguien como tú a mi lado. Y sé que puedo ofrecerte todo lo que quieras a cambio. Solté una risa amarga, incrédula ante lo que estaba escuchando. Alejandro Magno, el hombre que parecía tenerlo todo, pidiéndome ayuda a mí para salvar su herencia. Era tan irónico como surrealista. —¿Quieres que sea tu… esposa? —La palabra me sabía extraña en la boca. —Sí, bueno… técnicamente, sí —respondió él, claramente incómodo—. No tiene que ser real, Anny. Podemos hacer un trato, algo temporal. Solo para cumplir con la condición. Y luego… luego cada uno puede seguir con su vida. El corazón me latía tan fuerte que sentía que él podría escucharlo. Mi mente se llenó de mil pensamientos, cada uno empujando en una dirección diferente. Alejandro y yo, casados. Era ridículo, absurdo… pero una parte de mí no podía evitar sentirse tentada. Sabía que, si aceptaba, esto cambiaría nuestras vidas de una manera irrevocable. —Alejandro… —suspiré, sin saber cómo ordenar mis propios pensamientos—, esto es una locura. No puedo simplemente… casarme contigo por conveniencia. Ni siquiera sé si puedo confiar en ti. Él asintió, aparentemente esperando esa respuesta, pero no parecía dispuesto a darse por vencido tan fácilmente. —Lo sé, Anny. Y no te culpo. Sé que tienes todas las razones para dudar de mí, y sé que soy el último hombre con el que querrías hacer algo así. Pero… te prometo que haré lo que sea necesario para que confíes en mí. Dame una oportunidad para demostrártelo. Su súplica sonaba genuina, y eso me desconcertaba aún más. Alejandro, el hombre que siempre se había mostrado seguro, casi arrogante, ahora estaba pidiendo una oportunidad, como si fuera lo único que realmente le importara. —¿Qué pasa si digo que no? —pregunté, queriendo saber qué tan desesperado estaba. Alejandro bajó la mirada, y por un segundo pensé que no iba a responder. —Si dices que no, perderé la empresa. Y, honestamente, perderé mucho más que eso. Perderé la única conexión real que tengo con mi madre, con la única familia que me queda. —Levantó la vista, sus ojos fijos en los míos, y en ellos vi algo que casi me hizo retroceder: miedo. Era la primera vez que lo veía sin esa capa de protección, sin la máscara de hombre poderoso y seguro. Y, en ese momento, entendí que, tal vez, detrás de todo el ego y la arrogancia, Alejandro Magno no era tan diferente de los demás. Tal vez, él también estaba luchando contra sus propios demonios. Suspiré, consciente de que estaba a punto de hacer algo que cambiaría mi vida por completo. —Alejandro, si acepto, lo haré bajo mis condiciones —le advertí, con un tono firme que intentaba sonar más seguro de lo que realmente me sentía. Una sonrisa genuina, llena de alivio, se dibujó en sus labios. —Acepto tus condiciones, Anny. Lo que quieras. Aun así, decidí no decirle nada en ese momento. Lo miré fijamente, tratando de recordar todas las razones por las que debía mantenerme alejada de él. Y aun así, a pesar de todo, sabía que había algo en él, en sus palabras, que me arrastraba hacia un abismo del que, quizás, no podría salir indemne. Sin más, él se giró hacia la puerta, y antes de salir, se volvió hacia mí una última vez. —Gracias, Anny. No sabes cuánto significa esto para mí. Y luego se fue, dejándome en medio de un torbellino de emociones y pensamientos contradictorios, sin saber si lo que acababa de aceptar era el principio de algo nuevo… o el fin de todo lo que conocía. La noche se hizo eterna, y mientras intentaba dormir, una pregunta rondaba en mi cabeza: ¿hasta dónde estaba dispuesta a llegar para ayudar a Alejandro? Y, más importante aún, ¿podría salir ilesa de este juego o ya estaba demasiado involucrada para escapar?
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