Prólogo: El Inicio de Algo Peligroso.
Dicen que las primeras impresiones son las que cuentan. Yo lo dudo. En mi caso, las primeras impresiones no alcanzaron a revelar ni una fracción de lo que vendría después. Cuando conocí a Alejandro Magno, él era solo otro hombre arrogante y seductor al que creí haber descifrado con una sola mirada. Todo fachada, me dije. Todo ego y una billetera rebosante que usaba para deslumbrar a quien estuviera a su alrededor. Pensé que su poder y carisma eran herramientas para manipular y que bajo todo ese encanto controlado, no había nada que realmente me interesara.
Pero algo en él despertó en mí una especie de desafío interno. Quizás fue la manera en la que parecía no impresionarse con nada ni con nadie, o ese aire impenetrable de quien siempre consigue lo que quiere sin mover un dedo. Incluso en aquella primera reunión en la oficina de su madre, donde yo, Anny Pérez, apenas era la nueva secretaria, me miró de una forma que aún ahora recuerdo. Me miró como si fuera el misterio más insignificante, y a la vez, el más intrigante. Como si tuviera que elegir entre ignorarme o seducirme, y aún no hubiera decidido cuál de las dos le resultaría más entretenida.
Yo era solo una más en su entorno, una más que pasaba desapercibida para alguien como él, acostumbrado a lo mejor, a lo exclusivo, a lo inalcanzable. Pero al parecer, para Alejandro Magno, cualquier cosa que no pudiera controlar o prever se volvía una obsesión. Y eso éramos él y yo: dos fuerzas en constante fricción, dos personas atrapadas en un juego que no sabíamos si queríamos ganar o perder.
Mi vida había sido sencilla hasta entonces. Creía tenerlo todo bajo control. Pero entonces él apareció, y con él, una tormenta de emociones que no sabía cómo manejar. Un instante de calma y de repente una ola de tensión; una risa compartida y luego un silencio cargado de electricidad. Cada encuentro era como un choque de fuerzas, donde ambos empujábamos, tirábamos y nos retábamos sin tregua, cada uno luchando por ser el primero en quebrar al otro.
Y luego estaba Zouse. El eterno rival, la sombra de Alejandro desde los años de la preparatoria, un hombre con su propio juego de poder y control. Un hombre que, al igual que Alejandro, parecía decidido a demostrar su superioridad en todo, y que no perdió oportunidad de acercarse a mí, como si yo fuera solo otro peón en su duelo de egos. Y lo peor es que, en cierta medida, yo también empecé a disfrutar el peligro, la intensidad de ese triángulo de pasiones encontradas.
Así empezó todo, con miradas que decían más de lo que nuestros labios callaban y una tensión que, con cada día que pasaba, amenazaba con desbordarse.
Si supiera entonces lo que sé ahora, quizás habría dado un paso atrás, quizás habría mantenido la distancia y me habría ahorrado noches en vela y peleas de las que ni siquiera ahora recuerdo el motivo. Pero al mismo tiempo, sé que el precio de aquella pasión, de esos momentos de amor y odio en su estado más puro, fue el fuego que me hizo crecer, el riesgo que me enseñó a encontrarme en medio del caos.
Este no es el tipo de historia que busca una moraleja ni una lección fácil de digerir. Es una historia de emociones crudas, de decisiones impulsivas y palabras que, una vez dichas, no pueden retirarse.
Porque con Alejandro, todo fue una cuestión de extremos. Una chispa que prendió sin aviso, un choque de fuerzas opuestas que ni siquiera en los momentos de calma podía mantenerse apagada por mucho tiempo.
Así que, lector, prepárate. No estoy aquí para contarte una historia de amor convencional, sino para arrastrarte al caos de un vínculo que rompió todas las reglas, que me desarmó y me reconstruyó a la vez.
Este es el inicio de algo peligroso. Una historia de amor, odio, risa, lágrimas y, sobre todo, pasión.