2. Jugando con Fuego.

1164 Words
La cafetería estaba abarrotada, pero en cuanto Zouse y yo entramos, varias personas se giraron, algunas saludándolo con cabezas inclinadas y sonrisas de respeto. Parecía que Zouse tenía sus propias redes aquí, una influencia silenciosa que competía en intensidad con el impacto arrollador de Alejandro. Lo seguí hasta una mesa en una esquina, lejos del bullicio y, en cuanto nos sentamos, me miró con una sonrisa que me hizo sentir vulnerable y emocionada a la vez. —Así que, Anny… —empezó, apoyando sus codos en la mesa y acercándose un poco—. Cuéntame, ¿cómo es eso de trabajar directamente con Blanca Magno? Dicen que no cualquiera sobrevive una semana bajo su mando. —Hasta ahora, no he tenido ningún problema. Aunque creo que el verdadero desafío no es Blanca —le contesté, tomando un sorbo de mi café y evitando su mirada con una sonrisa. Él soltó una risa baja, casi como si estuviera disfrutando un chiste que solo él entendía. —Déjame adivinar… Alejandro ya te dio su bienvenida especial. Supongo que le gusta intimidar a todos los que llegan, especialmente si le parecen interesantes. —¿Interesantes? —respondí, fingiendo indiferencia—. A mí solo me parece… egocéntrico. Zouse asintió, observándome detenidamente, como si intentara descifrar algo en mi expresión. —Alejandro es… complicado. Pero supongo que ya lo habrás notado. Desde que éramos adolescentes, le encanta tener todo bajo control, y cuando algo o alguien se le resiste, simplemente se empeña más. Es parte de su naturaleza. Lo miré, interesada. —¿Y qué pasa cuando alguien no quiere jugar bajo sus reglas? Él sonrió, y en su mirada vi un destello de algo oscuro, algo que parecía saber mucho más de lo que decía. —Ahí es donde entro yo. Zouse hablaba con una seguridad tranquila que contrastaba con la intensidad de Alejandro, pero eso no lo hacía menos intrigante. Y, mientras me contaba anécdotas sobre la preparatoria, sobre carreras de autos y las noches interminables de fiesta que compartían en aquellos tiempos, no pude evitar preguntarme qué había pasado realmente entre ellos. La charla continuó hasta que, de repente, sentí una presencia familiar. Levanté la vista, y ahí estaba él, Alejandro, en la puerta de la cafetería, con una expresión que prometía tormenta. ¿Había venido a buscarme? Me sorprendió, y al mismo tiempo, una parte de mí sintió una chispa de emoción por haber captado tanto su atención. Él avanzó hacia nosotros, y cuando llegó a nuestra mesa, no dudó en interrumpir. —¿Todo bien por aquí? —dijo, clavando sus ojos en Zouse como si fuera su peor enemigo. Zouse se limitó a sonreír. —Solo una pausa para el café. ¿No puedo compartir unos minutos con nuestra nueva amiga, Alejandro? Alejandro se inclinó hacia mí, ignorando a Zouse, y bajó la voz como si quisiera hablar solo conmigo. —Anny, Blanca te está buscando. Dice que es urgente. Me puse de pie de inmediato, pero no pude evitar notar cómo sus ojos se suavizaron un poco cuando nuestras miradas se cruzaron. Había algo en su expresión que me desarmaba, una intensidad que no podía entender del todo pero que me hacía sentir que, de alguna manera, él y yo estábamos jugando un juego que aún no comprendía. —Nos vemos luego, Zouse —dijo Alejandro, sin quitarme la mirada de encima. Mientras caminábamos de regreso, él iba en silencio, pero su energía era tan fuerte que podía sentirla a cada paso. Cuando finalmente nos detuvimos frente a su oficina, rompió el silencio. —Zouse no es buena compañía, Anny. Solo quiere… provocarme. Y tú eres su nueva manera de hacerlo. Sentí una mezcla de indignación y diversión. ¿En serio pensaba que yo era tan ingenua? —¿Y tú qué sabes lo que yo quiero o no quiero? —le respondí, cruzándome de brazos. Él sonrió, esa sonrisa que parecía siempre un desafío. —No te conozco aún, pero ya me doy cuenta de algo… te gusta estar en medio del fuego. Lo miré, retándolo sin palabras, porque parte de mí sabía que tenía razón, pero no pensaba dárselo a entender. —Quizá el que está jugando con fuego eres tú, Alejandro. Se quedó callado, y en esos segundos sentí que el aire entre nosotros se cargaba de una tensión densa, como una corriente eléctrica a punto de estallar. —Puede ser —respondió finalmente, con un tono suave que me hizo estremecer—. Pero te aseguro que sé manejarlo. A partir de ese día, Alejandro parecía siempre estar rondando. Cada vez que Zouse y yo coincidíamos en algún lugar, él aparecía a los pocos minutos, y la competencia entre ellos, lejos de calmarse, se volvía cada vez más abierta y desafiante. Por supuesto, no pensaba quedarme de brazos cruzados viendo cómo los egos chocaban por mi mera presencia, así que decidí tomar el control y poner a prueba a ambos. En la próxima reunión, Alejandro y Zouse tuvieron que verse las caras de nuevo. Blanca estaba presente, así que se limitaron a sonrisas educadas, pero había una tensión latente en el aire. Blanca, aparentemente ajena a la guerra que se libraba a su alrededor, comenzó a hablar sobre una nueva estrategia para un proyecto importante, asignando responsabilidades tanto a Alejandro como a Zouse. Y ahí, sin previo aviso, dijo algo que me dejó en estado de shock. —Anny será la encargada de coordinar todo el proyecto. Quiero que ambos trabajen bajo su dirección en esta fase inicial. La sala se llenó de un silencio pesado, y pude sentir las miradas de ambos clavándose en mí. No sabía si Blanca había notado la tensión o si lo había hecho a propósito, pero cualquiera fuera el caso, el reto estaba ahí, y no podía evitar sentirme atrapada en medio de una guerra de titanes. Cuando terminó la reunión, Alejandro se acercó a mí mientras Zouse se marchaba con una sonrisa de satisfacción. Alejandro, sin embargo, no parecía tan contento. —Supongo que no tenías idea de esto —dijo, aunque parecía más una afirmación que una pregunta. —No —respondí, cruzándome de brazos—. Pero estoy dispuesta a hacerlo bien. Se acercó un poco más, y su voz bajó. —Solo no olvides quién es realmente el jefe aquí. No pude evitar sonreír, sintiendo esa chispa de rebeldía que él tanto detestaba pero que parecía atraerlo como un imán. —Pensé que era Blanca. O ¿acaso eres tú? Él se rió, esa risa suave y peligrosa que hacía que la piel se me erizara. —Si quieres saber quién manda, solo quédate cerca y lo descubrirás. Y, con esa amenaza disfrazada de desafío, Alejandro se marchó. Sabía que estaba en medio de un juego de fuego cruzado, y aunque me aterraba, no podía negar que cada segundo con ellos hacía latir mi corazón más rápido, en una montaña rusa que no podía, ni quería, detener.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD