Apenas había cerrado la puerta tras de mí cuando sentí que el peso de lo que acababa de escuchar me aplastaba. Mis pies parecían moverse por inercia mientras me alejaba del departamento de Alejandro, pero mi mente seguía atrapada en ese último vistazo que él me había dado. Verlo tan… vulnerable había sido casi tan impactante como su confesión. Y ahí estaba yo, en medio de una tormenta de emociones que ni siquiera sabía cómo descifrar. Caminé sin rumbo durante lo que parecieron horas. No había manera de volver a mi departamento sin perderme en mi propia confusión, así que terminé en un bar cercano, uno que apenas tenía algunos clientes. Me senté en la barra y pedí un trago fuerte, algo que adormeciera las preguntas que martillaban en mi cabeza: ¿quién era realmente Alejandro Magno? ¿Por qu

