—Nos vemos mañana. —dijo Amalia despidiéndose.
—¿No trabajaremos en el proyecto?. —Angie la detuvo —tenemos que comprar el material. — Amalia se quedó pensando por un momento, si terminaban el trabajo antes tendría un fin de semana largo, por otro lado, tendría que llamar a su madre y ella llegaba asta las siete.
—Mi madre no está para pedirle permiso.
—Llama le — le dijo Angie mientras los cuatro caminaban hacia el parqueo.
—¿Quieres que yo hable con ella?— Lucía le pregunto creyendo que tal vez eso es lo que ella esperaba, como madre siempre somos protectoras y queremos saber que nuestros hijos están en buenas manos.
Amalia era como de la familia, siempre estaba ese día que se quedaba en casa de los Chacones, pero solo era una vez por semana, tal vez ella sentía que su madre no iba a querer, ya que serían dos días seguidos.
Angie entendió que su amiga no quería, por el hecho de que ella llamaba a su madre cuando tenía trabajo, proyectos, exámenes o por lo menos los años pasados así había hecho.
Este año la sentía más distante.
—No mamá, Amalia no quiere. —dijo ya rendida —iré a comprar el material.—miró a su madre que asintió con la cabeza descifrando que pasaba con las dos jóvenes.
—Está bien, ¿quieres que te ayude? —Angie estaba por responder cuando Lucia recibió una llamada.
Mientras Lucia atendía la llamada, Amalia se dirigió a Angie.
—No es que no quiera, sabes que mi madre es un poco especial — Decía Amalia mientras miraba el reloj.
—¿Qué tanto vez la hora? —pregunto bajando le la mano —pareciera que tienes algo más importante que el proyecto.
—Claro que no, el proyecto es muy valioso, además tenemos 5 días.
—Es para el domingo.
El Instituto está en remodelación, estaban estudiando día domingo, ya que estaban faltando jueves y viernes, así lo había decidido la directora, la primera semana transcurrió con normalidad, pero los estudiantes se quejaban por el ruido de las máquinas y otros no entraban a clase por estar observando la nueva construcción.
Solo iban a ser unas cuantas semanas y luego volvería a la normalidad.
—¿Todo está bien?, has estado un poco distante. —Liam solo observando y escuchando atentamente a la conversación de las dos amigas.
—Claro que no, sigo siendo la misma torpe— Amalia comenzó hacer movimientos con las manos y luego con el cuerpo, algo torpe para alguien que solo tenía un poco de mala suerte. —solo me duele la cabeza, siento que mi mejilla llegara antes que yo a la casa.
Se tocó el golpe con un dedo provocado un pequeño dolor que se reflejó en su rostro.
—No está tan mal —dijo ya más tranquila, Angie no pudo evitar que una sonrisa se formará en su rostro.— La directora —dijo mirando aquella señora que caminaba como si tenía estreñimiento.
—Que bueno que todavía no se han ido —sonrió a todos mientras se acercaba y le entregaba una hoja de papel a Liam —Esto es lo que necesitarás para comenzar, la maestra Dolores incluirá a Liam en su grupo, señorita Angie, póngalo al día aunque no se ha perdido mucho.
Respiro hondo y volvió por donde venía ni siquiera espero a que los jóvenes contestarán, sin embargo, Lucia seguía en la llamada, su rostro mostraba enojo, había pasado algo en el trabajo sin dudarlo volvería esta noche.
—Perdona hija, venía con la intención de quedarme, pero se complicó algo en el restaurante —la abrazo besando su frente para despedirse — tengo que irme a hora, hubiera querido acompañarte o esperarte, Liam por favor acompaña a mi hija espero dejarla en buenas manos.
Liam solo abrió los ojos pensando que no era niñera, Lucia definitivamente se comportaba como su madre dándole órdenes y él sin poder responder para negarse.
—Mamá —se escucharon los gritos de Gabriel que corría abrazarla, Gabriel estaba en octavo grado, su escuela estaba en la misma calle, de hecho solo un muro los dividía y eso estaba por cambiar.
Lucia lo abrazo y le explico que tenía que regresar a la ciudad, Gabriel no quiso esperar a su hermana subiendo al carro con su madre para platicar un poco mientras llegaba a casa.
Amalia también se despidió dejando a los dos jóvenes y una incomodidad un tanto agradable, aunque ninguno lo aceptaría, talvez ella sí, él se había propuesto a no pensar en que su sonrisa era hermosa, negó en pensar que sus ojos eran la luna cuando tenían ese color gris, que su cabello lo incitaba a llamarla ricitos de oro no digamos su estatura que el apodo pitufina le hacía mérito.
Ella no encontraba la manera de comenzar una conversación y él no deseaba que ella lo invitara a platicar, quería mantenerse alejado de ella.
No por la amenaza que hizo el padre de ella, sino por lo que ella le hacía sentir.
No sabía qué hacer con ese sentimiento que había nacido en el momento que la vio, era algo nuevo para él, algo que no estaba seguro si quería dejarlo salir.
—oye… si no querías acompañarme, te hubieras negado. —metió una de sus manos a la falda, mientras que con la otra apartaba un rizo rebelde colocándole tras su oreja.
—Si claro. — bufo más para el que para ella. —solo date prisa. — su tono fue grosero, al igual que su rostro, en el fondo Angie sintió una pequeña aguja incrustándose, mientras que él se regañó mentalmente, aunque se negara a sentir algo por ella o verla de esa manera en que se mira a la persona que te gusta, no tenía que ser tan desagradable.
El rostro de ella se enrojeció de cólera, qué persona tan detestable pensó lo sintió un tanto arrogante, dio media vuelta y camino deprisa para llegar a la tienda a los pasos de él, ella iba corriendo.
Ignorando la presencia de él comenzó a buscar el material para su proyecto, trabajarían en hacer un libro grande donde llevaría cada exposición que haría durante el año, lo decorarían a su gusto y tenían que ser muy creativas, ya que sería un punto al final del año.
Tomo todo lo que creyó serviría un paquete de tijeras con diseños, pega, brillantina, papel bon, hojas de colores, papel fomi, etcétera.
Él solo la miraba, era una ternurita estando molesta, caminaba tras de ella como un guarda espalda, parecía una niña de cinco años con todo lo que ella estaba escogiendo.
Sus pequeños brazos no alcanzan para tanto, así que él se dio la vuelta y tomó una canasta para entregársela, ella al ver ese acto se calmó su corazón volvió a la normalidad y le agradeció.
Por otro parte, Amalia había corrido para llegar a tiempo, su madre estaba en el trabajo, así que ¿por qué corría?, si no había nadie en casa.
Su madre estaba saliendo con un hombre, uno que conoceremos y lo odiaremos, él estaba caminando en la sala dando vueltas esperando a que Amalia llegará.
—Perdón — dijo ella sumisa hacia aquel hombre —ha llegado un compañero nuevo y lo presentaron en clase ya a la última hora.
Él tenía una correa en mano, camino asta donde ella estaba y le tapo la boca, el corazón de Amalia parecía que se le iba a salir del pecho, sus ojos se abrieron como platos, el grito que daría por la impresión fue ahogado.
—No quiero ni una sola palabra más y si no quieres que mande a la mierda a tu madre te quedaras callada.
La tomo del pelo aventando la al suelo, un grito salió de ella, no fue nada fuerte, así que nadie la escucharía con exención de él.
Eso a él no le gustó y golpeó su rostro.
—Eres sorda — dijo volviéndola a tomar del pelo haciéndola para atrás, ella solamente negó con la cabeza tragándose todo, era la primera vez que él la trataba así, la puso en cuatro, levantó su falda bajando el calzón dejándola expuesta le dio tres correazos dejándola marcada.
— Levántate y me preparas la comida.
Amalia subió su calzón y bajo su falda su intimidad había quedado al descubierto por aquel hombre, su dignidad había sido pisoteada, se preguntó en qué momento ese hombre había llegado a su casa.
La mamá de Amalia la había criado sola, no tenía idea de quién era el padre, había llegado a ese pueblo cuando Amalia cumplió cinco años, se enamoró como la mayoría y se quedó, rento una pequeña casa y la llamo hogar de dos.
Por poco tiempo las cosas marcharon bien hasta que su madre comenzó a salir con hombres.
Cambiado de novio como cambiaba la ropa de cama, comenzó a echarle la culpa a su hija que ella era la culpable de la mala suerte, ya que Amalia los trataba mal o los corría de la casa, en unas ocasiones los llama papá y les pedía dinero lo hacía con el fin de hostigarlos.
Su madre llegó tomada una noche, la llamó torpe, la mala suerte en cuerpo de niña, el error en su vida.
Amalia al escuchar aquellas palabras de su madre trato de cambiar, fue entonces que llegó él, Rubén, ella fue educada y cada vez que él llegaba a visitar a su madre ella lo atendía con comida y un refresco.
Un día accidentalmente ella tropezó y boto la sopa que llevaba tirándose la encima, ella sin pensar pregunto si por su torpeza dejaría a su madre, dejando a su madre en vergüenza.
En ese momento él entendió que Amalia lo atendía tan bien porque no quería que él dejara a su madre, no era porque él le agradara, él se sintió usado y creyó que ella debía pagar.
Al principio solo era utilizarla en que le preparará comida, luego comenzó a llevarle la ropa para que se la lavara, pero nunca la había tocado de ninguna manera.
Amalia seguía en shock, no sabía si hablar de eso con su madre o callarlo, tal vez solo lo hizo por el enojo y nunca lo volvería hacer.
Si ella hablaba él se iría y su madre estaría sola de nuevo y si eso pasaba ella volvería a tomar y perdería el trabajo.
Con lágrimas en los ojos preparo la comida, se encerró en su cuarto reflexionando si debía contarle a su amiga y pensó que no debía de preocuparla.
—No se te olvide los stickers de unicornio —al final colocó una carita feliz y dio enviar.
Se acostó mientras observaba la puerta, toco el golpe en su cara que si no se miraba tan mal, con el golpe que le había dado ese hombre ahora sí lo estaría.
Lloro en silencio y poco a poco se fue quedando dormida, no escucho cuando el hombre se fue ni cuando su madre llegó.
Durmió todo el resto de la tarde y toda la noche.
Al pagar todos los dos jóvenes tomaron el camino a casa, Liam la seguía sin preguntar por qué tomaba otro camino, ya que Gabriel le había comentado sobre ese atajo, aunque siempre tenían que caminar mucho, era más recto que caminar por la calle principal.
Al principio Angie no había aceptado la ayuda de Liam con las compras, pero al final se rindió, caminaron en completo silencio asta llegar a casa.
Gabriel se encontraba en el establo con los trabajadores, ya era hora que los animales se irían a dormir. Liam dejó las bolsas y corrió ayudar, aunque había crecido en una mansión y tenía todo lo que él quería tener, un pedacito de campo lo hacía sentir vivo, convivir con los animales le hacía olvidar algo que lo marcó.
Al final Lucia no se había equivocado ni una semana había pasado y él ya se había enamorado, se sentía libre, sin el peso de sus recuerdos.
Esa brisa que golpeaba su rostro refrescando y entrando asta sus pulmones, el canto de los grillos al anochecer, el silencio que llegaba cuando el sol se ocultaba le parecía mágico.
—Solo un día y ya te adaptaste. — le dijo Gabriel entrando a la casa.
—Me adapto rápido —dijo recordando algo, mejor dicho a alguien.
Angie tenía listo todo, su abuela, ya estaba en cama, ella seguía siendo una mujer fuerte, aún se levantaba a las cuatro de la mañana, preparaba el chocolate como era de costumbre.
—¿Qué es todo esto? —Gabriel tomo una hoja donde decía LIBRO GRANDE.
—Es un trabajo — ella comenzó a guardar todo, había sido un día muy largo y solo quería descansar. —¿Cómo te fue en el examen?.
—Tuve ocho, no estuve tan mal.
—pero puedes mejorar.
—odio las Matemáticas.
—odias lo que no entiendes, cuando amas algo es porque lo entiendes a la perfección.
Tomaron asiento mientras cenaba, Angie colocó el celular en videollamada con su madre.
—Hola mi castaña — saludo su padre —¿Cómo se ha portado el huésped?.
—bien… creó… sí bien… si se ha portado bien.
Ella sonrió por su manera de contestar, miró a Liam, quien tenía la mirada en el plato de comida.
—Papá saque ocho en matemática —un Gabriel muy emocionado hablo, matemática no era su fuerte y no era su materia favorita, era muy bueno en las demás, menos en esa y sacar un ocho para él era un diez.
—Te felicito, pero creo que puedes mejorar ese ocho.
—¿Papá? —lo llamo la castaña, por un momento se quedó pensando.
—si hija, ¿Qué pasa? — Ángel conocía a sus hijos y sabía que a la castaña algo le preocupaba.
—¿Está todo bien en el restaurante?.
—Claro, hija, nada de lo que se deban preocupar.
—Todo bien cariño, ustedes preocúpense por estudiar y sus que aceres. — contesto Lucía — Este fin no podremos estar juntos, nos disculpas con la abuela.
—¿Por qué? —pregunto Gabriel.
—¿Qué preparaste de comida?. — Ángel ignoro la pregunta de su hijo para evadir la respuesta.
Angie levantó el plato para que su padre lo viera.
—Macarrones — su madre levantó el plato y le mostró que ella también comía macarrones.
—Nada de ciencia — Gabriel y Lucía hablaron juntos, su madre comenzó a reír.
—Es lo primero que Angie aprendió a cocinar — Gabriel se dirigió a Liam, quien se mantenía callado e invisible. — mamá siempre tenía que escribirle paso a paso como los tenía que hacer Y al final del papel le escribía “Nada de ciencia” refiriéndose que era un platillo fácil y sencillo.
—¿Recuerdas que se te quemo la olla? — su padre comenzó a reír.
—Fui yo — dijo Gabriel levantando la mano — a mí se me quemo
—La primera vez me quedaron crudos, la segunda me quedaron masosos.— Angie comenzó a reír — pero hoy son una delicia.
—Sin dudarlo — contesto su madre
La cena continua entre anécdotas y risas, Liam solo escuchaba y observaba, no podía evitar comparar esa familia con la de él, se llenó de sentimiento.
En el fondo odiaba su vida y le reprochaba a su padre por no compartir con él como Ángel y Lucía compartían con sus hijos, a pesar de estar lejos, estaba cenando juntos por una videollamada.
No soportaba sentir celos.