De repente, otra voz llenó el espacio. Era dulce, familiar, y al girarse, vio a Carolle, vestida con un sencillo vestido blanco que parecía brillar en medio de la oscuridad. Su sola presencia encendió un fuego en su interior. —¿Por qué te atormentas tanto, Mateo? —preguntó ella, acercándose lentamente—. ¿Por qué no aceptas lo que sientes? —¡No! —exclamó Mateo, retrocediendo—. Esto no está bien, Carolle. Tú… tú no deberías estar aquí. —Pero siempre estoy contigo, Mateo. —Ella levantó una mano, como si quisiera tocarlo, pero no llegó a hacerlo—. En tus pensamientos, en tus sueños… ¿Acaso no es eso lo que quieres? La figura con sotana se interpuso entre ellos, fulminando a Mateo con la mirada. —¡Eres débil! Has permitido que esta mujer desvíe tu camino. Tu fe se ha quebrantado por culpa

