—¿Este barco te pertenece? —preguntó con los ojos bien abiertos. Mateo sonrió de lado, esa sonrisa suya que siempre parecía estar a punto de soltar un secreto. —Uno de tantos. —¿Y cómo… cómo es posible que…? —Carolle estaba perdida entre la sorpresa y la incredulidad. —Carolle, los curas también tenemos derecho a relajarnos. —Mateo se dejó caer en un asiento, con los brazos cruzados detrás de la cabeza y una expresión de satisfacción. Ella no pudo evitar soltar una carcajada. —No deja de sorprenderme lo diferente que eres a lo que aparentas. —Eso lo dices porque apenas me estás conociendo. —Él le hizo un gesto con la mano para que se sentara junto a él—. Vamos, relájate. Este es un momento para disfrutar, no para analizar. Carolle se sentó, todavía con una sonrisa en el rostro, mie

