Carolle terminó de recoger sus cosas y, tras despedirse de Camila, salió rumbo a su casa. Mientras caminaba, pensaba en lo que diría si Hilbraim estaba ahí. ¿Inventar algo? ¿Decir que estuvo todo el día con Camila? Por fortuna, al llegar, la casa estaba tranquila y vacía. —Gracias a Dios por las amantes de Hilbraim —murmuró con una sonrisa irónica, aliviada de no tener que enfrentarlo. Se quitó los zapatos y se puso ropa más cómoda: un pantalón holgado y una camiseta suave, puso sus flores en agua. Decidió que necesitaba despejarse, así que salió al jardín. Allí, las plantas parecían exigir su atención. Carolle tomó la regadera y empezó a caminar entre ellas, hablándoles en voz baja. —Tú necesitas más agua… y tú también. ¿Por qué Hilbraim no aprecia estas cosas? Las plantas son m

