Los latidos de mi corazón se aceleran, el miedo me invade a cada segundo; Estoy corriendo en mitad de un bosque que no me resulta familiar, pero estoy segura de que alguien o algo me persigue. Puedo sentir su presencia, me detengo por unos segundos y doy vueltas por todas partes pero no hay nadie: sus ojos están acechándome.
La oscuridad de la noche congela mi alma dejándola en un lugar sin salida. No me dejo vencer, el crujir de una rama me pone en alerta y sigo corriendo. Me giro nuevamente en mi acelerada desesperación y puedo ver una sombra persiguiéndome. Entonces mi carrera se ve interrumpida debido a que tropiezo y caigo en un pozo profundo. La penumbra que lo rodea hace que mi corazón siente temor de latir: está lleno de agua fría. La única ayuda que recibo es la luz de la luna que ilumina poco a poco aquel lugar. Estoy muerta de miedo.
De pronto me arrastran a las profundidades. Siento como miles de manos me tocan las piernas, los brazos, me clavan las uñas y me lastiman. Observo cómo en el fondo aparece una luz blanca que resulta ser un poco cegadora que lo ilumina todo a mi alrededor y me quedo anonadada al presenciar como aquellas manos se convertirán en rosas rojas. Intento coger una de ellas, pero al hacerlo, esta se desvanece convirtiéndose en un reguero de sangre. El pánico se vuelve a apoderar de mí e intentar dirigirme a la superficie, pero con cada movimiento que parece alejarse más y más; no puedo respirar, cuanto más me acerco más se aleja. Mientras la luz se va alejando siento como me cogen de un brazo. Me doy la vuelta, pero no veo a nadie.
«¡ Blody , ya es hora!» , escucho. El brazo que me sostenía ya había desaparecido.
Siento como el agua empieza a entrar en mis pulmones, algo me vuelve a arrastrar al fondo y al hacerlo alzo la vista y lo. Está allí, flotando en el agua mientras no deja de señalarme con el dedo; es el mismo hombre con gabardina negra, sombrero n***o y máscara plateada que le cubre todo el rostro. Me despierto.
Estoy sudando y mi pulso se encuentra todavía algo acelerado. Intento tranquilizarme mirando la hora que marca mi despertador: son las ocho de la mañana. Hoy es el gran día en el que tendré la oportunidad de conocer mi universidad por primera vez.
He recibido un correo electrónico con las instrucciones de la visita. Me convocan a las tres de la tarde. Tenemos que ir acompañados de nuestros tutores si lo deseamos. Es una forma de tranquilizarnos por todo lo que está aconteciendo. En mi caso se trata de mi padre, el que podría acompañarme, pero voy sola.
Mi padre está muy ocupado. Aunque quisiera asistir, hay algo más importante: el caso de mi madre. Al parecer ha conseguido que lo reabran y continúa con las investigaciones. Vuelve a tener acceso a los expedientes.
La noche anterior me comentó que quería hacer algunas llamadas para poder arreglarlo y de ese modo poder acompañarme, pero me siento egoísta si dejo que eso suceda. Cuando le conté lo que vi la noche anterior, entró en pánico y volvió a reforzar la seguridad en las calles, pidiéndole a sus compañeros que hicieran más rondas en los alrededores e incluso poniendo cámaras de vigilancia en el patio de casa y en el exterior, para así estar más tranquilo.
Me dirijo al baño para darme una buena ducha. Conforme pasan los minutos, mi mente está en otro sitio. El agua caliente recorre mi cuerpo relajando mis muslos. Estoy emocionada y aterrada. Cuando salgo me dirijo a mi armario y cojo unos jeans entubados de color n***o, botines rojos que hacen juego con mi blusa sin mangas del mismo color y una chamarra negra.
Bajo para preparar el desayuno, pero al parecer, mi padre se está acostumbrando a levantarse temprano y ya ha colocado los platos y servido dos raciones de papas encebolladas con tocino, pan tostado, y zumo de naranja natural.
—Perdóname por no poder acompañarte en tu recorrido, cariño —me dice mi padre sentándose para desayunar. Tiene buen aspecto. Incluso parece feliz. Sus mejillas están enrojecidas; su cabello se conserva oscuro pero empiezan a aparecer unos cuantos mechones grises. Incluso ha cogido unos kilos de más durante los últimos meses, pero en general me alegra comprobar que su aspecto es el de un hombre sano y fuerte.
—No te preocupes, solo es un recorrido y la universidad está solo a cuarenta minutos de aquí. No es una gran distancia —Tomo asiento y sonrío abiertamente para que no dude de que todo saldrá bien.
Mi padre coge un pedazo de tocino, pero lo deja en el plato. Quiere aparentar que está bien, pero yo sé que algo le preocupa. Le conté lo que había visto, pero me guardé para mí la posibilidad de estar teniendo visiones de aquel sujeto que aparece en mis sueños: imágenes horripilantes en las que, cuando lo miro, aparece como un fantasma. El primer día que lo vi señalarme tuve la primera pesadilla acerca de una oscura noche, con cielo rojo y la luna en lo más alto como fiel espectadora. En ella escucho el crepitar de los relámpagos, pero sin ningún indicio de nubes. De pronto escucho el resonar de un árbol quebrándose al ser impactado por algo, y justo cuando me doy la vuelta veo a mi padre yacer muerto de la misma manera que mi madre sobre un charco con su propia sangre. Desde aquella noche las visiones son más frecuentes que los sueños, y mi madre deja de ser la protagonista de mis pesadillas.
Mi padre tiene cara de querer decir algo, pero por alguna extraña razón le cuesta trabajo decírmelo. Pienso en preguntarle, pero cuando está tan serio significaba una sola cosa: problemas. Y yo soy lo bastante lista para no añadir una coletilla no deseada a la conversación.
—Hoy iniciaré oficialmente las investigaciones sobre el caso del asesinato de tu madre —Su mirada parece perdida.
Guardo silencio contemplando mi desayuno. Mi estómago no está bien, ya no tengo apetito y empiezo a sentir las manos frías.
—Entiendo —No dije nada más, cogí el tenedor con fuerza y me obligué a probar algún bocado.
—Atraparemos a ese asesino, cariño —Mi padre me mira a los ojos con expresión decidida—. Escucha, sé que los dos estamos muy emocionados porque te han aceptado en esa universidad, pero con todo lo que está pasando tal vez deberías esperar al próximo año y...
—Papá, no quiero volver a hablar de lo mismo —Puse los ojos en blanco. Desde que le comenté lo que vi, se ha empeñado en que no vaya a la universidad hasta que atrapen al asesino de aquellas mujeres. Puede que tenga razón, pero no voy a dejar escapar mi sueño—. No voy a dejar que un asesino interfiera en mis estudios. Estoy tan cerca de la meta. Necesito hacerlo.
No quiero añadir nada más y él no vuelve a sugerir lo mismo. El resto de la mañana ambos permanecemos muy callados; mi padre se despide de mi a las diez de la mañana y se va.
Me quedo sola en casa, recogiendo algunas cosas que me faltaban. Al terminar enciendo el televisor para saber más detalles sobre aquel asesino; Cambio de canal constantemente hasta llegar a los que ofrecen las noticias. Hay mucho alboroto en todos los canales de esa sección, al parecer es la primera noticia del momento. Subo el volumen para escuchar mejor cada detalle. Han encontrado el cuerpo de otra mujer; tenía 48 años de edad y al parecer era estilista y dueña del salón de belleza donde la hallaron; su cuerpo, al igual que las demás, presentaba un leve pero mortal corte en el cuello; su tórax estaba abierto, sin corazón y con una rosa roja en su lugar.
Los reporteros informan que era madre de Marlene Miller, una de las chicas asesinadas el mes pasado, pero no ofrecen más detalles ni información acerca de su caso.
Siento nauseas por lo que apago el televisor, tal vez mi padre tiene razón, pero no puedo dejar de hacer mi vida. Además cuento con que él se encargará de poner seguridad en los alrededores del plantel.
Empiezo a sentirme un poco incomoda con todo este asunto, por lo que decido emprender la marcha: ya era hora de salir. Recojo mis cosas, enciendo el motor de mi coche, y cojo el volante con fuerza y acelero. Conforme me alejo de mi hogar, la sensación de estar vigilada por alguien disminuye. Bajo mi ventanilla con el botón automático e intento relajarme. Es un viaje corto, pero lo que he visto en las noticias me tiene un poco alterada. Estoy a punto de encender la radio cuando escucho que suena mi móvil. Por el tono que escucho, de inmediato sé que se trata de un mensaje; se cruza por mi mente ignorarlo, pero acabo por apartarme de la carretera para poder saber de qué se trata. No es un número que tenga registrado; lo examino y en cuanto lo leo mi mundo se viene abajo:
Blody, nos veremos muy pronto.
Atte. Tu madre desde el otro lado de la muerte.
Siento un escalofrío que recorre todo mi cuerpo dejándome sin habla y sin aliento. De pronto todo está en completo silencio, tanto que me da miedo escuchar mi respiración agitada. Un leve cosquilleo en la nuca me pone alerta, dejo mi móvil en el asiento de al lado y miro a través del parabrisas: son muy pocos los coches que pasan a mi lado; necesito tranquilizarme. Se debe tratar de una broma, pero ¿qué clase de persona haría una broma de tan mal gusto?
No tengo muchos amigos, y realmente nadie se fija mucho en mí. Cuando tenía ocho años, los niños de mi vecindario jugaban constantemente a llamar a mi puerta. Preguntaban por la niña de la madre asesinada. Yo corría con lágrimas en los ojos en busca de mi padre. Recuerdo pasar las horas llorando mientras él me acogía en sus brazos y me acariciaba la cabeza como si yo fuera un pequeño cachorro indefenso, pero ya habían pasado los años; ya no era una niña débil y mis compañeros no eran tan rastreros como para jugarme una broma tan pesada.
Cambio de actitud y elimino aquel mensaje en un momento de ira; enciendo la radio con la esperanza de que la música despeje mis problemas, pero al hacerlo lo primero que escucho es una noticia acerca de un nuevo asesinato. Cambio de emisora, pero es imposible escuchar otro tema, parece que todas las emisoras hablan de lo mismo. Apago la radio por milésima vez y enciendo el motor para volver a retomar mi camino.
Los siguientes veinte minutos pasan con tranquilidad: tarareo una canción que mi madre me cantaba cuando era una niña; nunca entendí su significado pero me parece hermosa y mágica:
El cielo rojo deja caer su manto sobre tu corazón.
Tú siempre serás mi amor.
Camino sola por el sendero de la muerte y no tengo miedo a perderte.
Mi corazón está asegurado en el oscuro pozo, cerca del altar donde regala su amor.
Mi corazón no le pertenece a nadie, la magia del alma renace.
Mi corazón no le pertenece a nadie, la luz libera tu anclaje.
Mi corazón no le pertenece a nadie.
La llave colgada en la muerte yo veré.
La voz de mi madre al cantar. Eso inunda mis recuerdos de formidables imágenes acuchillando mi corazón. Me interrumpe el móvil que suena nuevamente. Doy un brinco de lo nerviosa que estoy. Aparco mi coche; esta vez se trata de una llamada. Conecto mi móvil rápidamente al coche y en cuanto contesto la tranquilidad regresa a mi vida.
—Cariño, llamaba para saber cómo estás —me pregunta mi padre con voz casi audible, ya que de fondo se escuchaban las voces de algunas personas en un tono elevado.
—Estoy bien, de hecho estoy a unos minutos de llegar —respondo con la dosis de preocupación—. ¿Sucede algo?, ¿por qué tanto alboroto?
Mi padre guarda silencio unos segundos y después escucho cómo se aclaraba la garganta.
—Mis compañeros de cuartel están un poco nerviosos por el caso del Asesino A Corazón Abierto; tomaran medidas de seguridad por cada zona; parece ser que lo han visto cerca de Orange —me explica mi padre rápidamente.
—¿Y tú estás bien? —No dudo ni un instante en preguntar, me preocupa su seguridad.
—Si hija, yo me encuentro bien. De momento no estoy a cargo de este caso. Hoy trabajaré con Tom, revisando los archivos de tu madre.
Tom es el mejor amigo de mi padre, su nombre es Tomas Philip Jeferson. Un hombre bajito, rechoncho y con las mejillas rosadas. De pequeña solía pensar que se trataba de Santa Claus. Es el hombre más bondadoso que he conocido; enviudó hace cinco años. Tenía un hijo llamado Kevin con el que solía jugar cuando nos visitaban, pero falleció en un terrible accidente de avión. Ese día fue el más trágico para el señor Jeferson ya que no solo perdió a su único hijo sino que también perdió a su esposa en el mismo vuelo. El caso fue tan sonado, que apareció en las noticias de todo el mundo. Siempre fue un buen policía, pero a partir de su pérdida se sumergió mucho más en su trabajo; tal vez esa sea una de las razones por las que se lleva tan bien con mi padre: ambos perdieron a alguien importante.
—Entiendo, trata de no presionarte demasiado, y saluda a Tom de mi parte —digo observando la hora en mi reloj de mano—. Tengo que colgar, no quiero llegar tarde.
—Lo haré hija, solo te he llamado para saber que estabas a salvo —Mi padre guarda silencio unos segundos, puedo escuchar como alguien lo llama—. Tengo que volver al trabajo, pero esta noche nos vemos. Yo preparo la cena.
—Bien —respondo mientras mi atención se coloca en la pequeña licencia que me sacó mi padre; solo tuvo que hacer unas llamadas y en cinco días ya la tenía en mis manos. El caso es que me costó mucho trabajo convencerlo—. Te veré esta noche.
Ambos colgamos, y acelero mi marcha. Falta poco para llegar a mi destino, el lugar que será mi hogar en poco tiempo. Suelto un suspiro y enciendo la radio con la esperanza de no escuchar malas noticias, pero no era mi día de suerte; en cuanto la enciendo escucho un comunicado que enlaza todas las emisoras nuevamente.
Les habla «La voz de la verdad», emitiendo un comunicado de advertencia para informar a los habitantes de Orange y pueblos vecinos, que nos encontramos en alerta roja. El asesino A Corazón Abierto anda suelto cobrándose la vida de mujeres inocentes. Debido a la oleada de crímenes que azota la ciudad, el gobierno ha realizado un comunicado solicitando a los ciudadanos que no permanezcan fuera de sus casas muy noche. Gracias por su colaboración.
El asesino A Corazón Abierto. La gente suele poner nombres extraños. Apago la radio y noto como me invade el miedo. ¿La universidad no debería tomar sus medidas? Tal vez durante el recorrido, la directora nos anuncie que se suspenden clases hasta que se acabe todo el asunto de ese asesino, o quizá refuerce la seguridad en las instalaciones de la universidad.
Aparto todos esos pensamientos de mi cabeza al ver que me dirijo a una zona muy boscosa; el camino que sigo es de piedra rústica. Tras unos minutos me detengo. Me encuentro en la entrada de la universidad. Las puertas son enormes, compuestas por rejas doradas, me recuerdan a las entradas de los castillos de cuentos de hadas. A cada lado de las puertas se encuentran dos pequeñas fuentes de estatuas de ángeles, encargadas de expulsar el agua por la boca. En cuanto llego abren las rejas de par en par y se acercan a mí dos guardias de seguridad; uno traía un documento en la mano. Del otro solo puedo ver que va armado. Acerco mi coche y puedo ver que hay tres más dentro de una cabina de vigilancia, en un lateral de la entrada.
—Identificación, señorita y carta de la universidad —me ordena el policía que trae el documento mientras espera recibir lo que me ha pedido.
—Sí, claro, enseguida se los doy —respondo mientras saco de la guantera mi identificación y la carta.
Mientras uno de los policías verifica algo en una lista, otro mucho más joven, me mira coquetamente. No es mucho mayor que yo, de hecho apuesto que me lleva como mucho tres años. Es guapo y con una sonrisa endiabladamente sexi, lo que me lleva a la conclusión que después de todo, las chicas tendrán mucho que mirar.
—Correcto, señorita Filderman. ¡Puede pasar! —El primer policía me devuelve los documentos y hace una señal con el brazo que va dirigida a la cabina de vigilancia—. Espero que su estancia sea agradable. El estacionamiento está al fondo a la izquierda: no hay pérdida.
—Gracias.
—Si lo desea la puedo acompañar para que no se pierda —sugiere el policía más joven con un tono de voz seductor.
—Oficial Clarkson, su comportamiento no es adecuado, es una alumna y usted...
—Un policía de vigilancia, lo sé Smith. Por eso mismo me he ofrecido a acompañar a la señorita Filderman. Es nuestro deber cuidar de las alumnas de tan prestigiosa institución —contesta el chico que ahora lo identificaba como el oficial Clarkson.
—Permiso denegado —Sentencia con leves movimientos de cabeza el oficial Smith.
—Estoy bien. Gracias por tanta amabilidad. ¡Buenos días! —digo mientras me pongo en marcha antes de que me hagan perder más tiempo.
No tardo mucho tiempo en encontrar el estacionamiento, está al aire libre. La escuela puede verse a poca distancia: es enorme y algo antigua. Investigué la historia del lugar. Al parecer fue inaugurada en 1830. Albergaba un convento, de ahí la antigüedad del lugar.
En medio hay una enorme fuente; todo estaba rodeado por un hermoso bosque y algunos arbustos de rosas rojas, lo que me lleva a pensar en el asesino A Corazón Abierto.
Aparco el coche y cojo mis cosas para salir. Puedo ver como muchas de las que serán mis compañeras están observando el lugar y haciendo fotos; son pocas las que van acompañadas de sus padres. Se nota a kilómetros de distancia lo vergonzoso que les parece.
De pronto veo que se acerca al centro una mujer alta, rubia, de ojos azules y cara de pocos amigos con la sonrisa más falsa que he visto en toda mi vida. Actúo con rapidez, antes de que las demás chicas lleguen hasta ella y me adelanto a paso veloz. Cuando estoy frente a ella me siento en territorio hostil.
—Disculpe —No puedo dejar de pensar que ha sido una mala idea hablarle ya que me fulmina con una mirada asesina—. ¿Sabe cuándo empezará el recorrido?
—Pero ¡qué modales! —Grita al tiempo que se prepara para darme una buena regañina—Estoy aquí para darles información, pero veo que usted es muy impaciente, señorita... —Me observa de arriba abajo esperando que me presente.
—Filderman —Sonrío con amabilidad; lo que menos necesito es un problema antes del inicio de las clases.
—Correcto, señorita Filderman. Le agradeceré que se una a las demás —Me coge del brazo y me indica que me vaya, cosa que no tardo en hacer.
«¡Que pesada!», digo para mis adentros mientras me coloco frente a ella esperando a que las demás se acerquen. Lo hacen en silencio después de haber escuchado como me habla. Si su intención es provocar miedo a las estudiantes, lo ha conseguido
—Bienvenidas a la Universidad Clart From, soy la señorita Lilith Waney, ama de llaves e instructora de actividades extracurriculares. Empezamos el recorrido y posteriormente tendrán una hora libre para que se vayan familiarizando con el plantel. Mientras, hablaremos en privado con los pocos padres que han venido —Se da media vuelta antes de que algunas la bombardeen a preguntas y empieza a caminar.
El recorrido por todas las instalaciones es tranquilo: el primer edificio es lo que queda del convento; en la planta baja se halla el departamento de dirección, más dos oficinas en las que los profesores pasan sus ratos libres, el comedor y la enorme biblioteca principal. Es antigua. El ama de llaves nos explicó que casi nadie tiene acceso a ella, solo el personal autorizado y una sección de cómputo. En el primer piso se encuentran las habitaciones de la directora, el ama de llaves y de los profesores: un total de diez. En el segundo piso están las habitaciones para las chicas de primero, o sea, nosotras. Hay exactamente veinte habitaciones, ocupadas por dos chicas cada una.
Detrás de aquel antiguo convento, se encuentran dos edificios de nueve pisos cada uno; en uno se encuentran los dormitorios de las chicas de grados superiores, y en el otro los laboratorios, el gimnasio, los salones y la biblioteca pública a la que sí tenemos acceso. Al fondo, a unos cinco minutos de los edificios, tras caminar en mitad de una parte del bosque, se encuentra una especie de bodega enorme, donde se encuentran las piscinas; a su lado, a unos cuantos metros, está la enfermería y otra pequeña cabina de vigilancia con cinco policías. En su interior.
Cuando terminamos todo el recorrido me siento aliviada al enterarme de que en vacaciones dejan salir a las alumnas, razón por la que no hay ni rastro de las demás chicas que estudian aquí.
—Bien, espero que hayan disfrutado del recorrido. A partir de ahora siéntanse libres de caminar, pero sin adentrarse demasiado en el bosque. Contamos con tres cabinas de seguridad, cada una con cinco o seis policías —nos explica aquella mujer remilgada mientras se acomoda nerviosamente las mangas de su chaqueta apretada—. Como han podido comprobar, una se encuentra en la entrada de la universidad, otra al lado de la enfermería, y otra en medio del bosque, distanciadas entre ellas. Los policías realizan sus rondas cada dos horas.
—Eso quiere decir que hay más de un hombre apuesto dispuesto a defendernos. ¿Podemos conocerlos también a ellos? —escucho que pregunta una chica en tono burlón.
—¿Disculpe? —El ama de llaves la asesina con la mirada y frunce los labios levemente—. Esos jóvenes están aquí por seguridad, tienen estrictamente prohibido acercarse a ustedes, y lo mismo va para todas. Los padres que vinieron, ¡síganme, por favor!
—¡Bruja! —musita aquella chica, pero no le presto atención ni me permito siquiera girarme para verla.
La señorita Lilith se da la media vuelta, y antes de que se vaya con los pocos padres, me acerco a ella y le toco el brazo, lo que hace que me mire con repulsión.
—¿Puedo asistir a la charla con ustedes? —le pregunto rápidamente.
—Lo lamento, pero por órdenes de la directora, la información es por el momento confidencial y únicamente para los padres de familia. A las demás se les entregará un sobre con las normas y los horarios.
Y sin darme tiempo para hablar, se marcha con los padres de algunas de mis compañeras. Empieza a molestarme la actitud de esa mujer.
Mis compañeras empiezan a dispersarse integradas en grupitos; unas se adentran en el bosque en busca de los oficiales, y otras curiosean por los alrededores. Yo empiezo a caminar en dirección al estacionamiento, cuando de pronto me doy cuenta de que alguien a lo lejos me observa. Siento una leve punzada en el pecho al ver que esa persona se acerca a mí a paso veloz y con una sonrisa maliciosa.
— ¡Hola! —me saluda una chica rubia, de ojos grises.
—Hola —contesto sin entonación alguna.
—Mi nombre es Aura Croft —Estira su mano para estrecharla con la mía—. ¿Cómo te llamas?
—Soy Blody Filderman —Estreché su mano.
—¿Quieres qué vayamos a explorar? El clima es genial —me mira con sus enormes ojos mientras se le dibuja en los labios una media sonrisa.
Guardo silencio unos segundos antes de responder. No parece mala persona y no puedo permitirme el lujo de desperdiciar compañía el primer día.
—Claro, hay un lugar que me llamó la atención durante el recorrido, ¡me gustaría explorarlo!
—Pues andando, Blody —dice en un tono algo extraño y seco.
Ambas nos dirigimos al pequeño camino que nos lleva a la enfermería y a las piscinas. El lugar que me causa cierta curiosidad: es una capilla que está en medio del bosque, a unos metros de la cabina de vigilancia; de hecho está aislada de todo lo que le rodea. Me percato de su existencia debido a que los rayos del sol iluminan una enorme cruz dorada. Es difícil de ignorar.
Cuando llegamos hasta la capilla, compruebo que es mucho más grande de lo que me imaginaba. Parece que está a punto de derrumbarse y alrededor solo se encuentran algunos arbustos. Está vieja y abandonada, pero se conserva en buen estado.
—¿De verdad este es el lugar que querías visitar? —me pregunta Aura soltando una pequeña carcajada mientras observaba con detalle la capilla.
—Sí —me dirijo a la puerta y veo con desilusión que está cerrada con un enorme candado—. Es hermosa, ¿no crees?
—Si tú lo dices... —Pone los ojos en blanco—. Eres muy extraña, ¿te lo han dicho?
—Puede ser, ¿por qué?
—Porque mientras las demás están emocionadas tratando de conocer a los pocos hombres que están aquí, o tratando de hacer amigas, tú vienes a una capilla abandonada y alejada del resto: es un poco tétrico.
—¿Y qué me dices tú? —Le clavo mi mirada más desafiante—. ¿Por qué no estás con las demás?
Aura guarda silencio mientras se acerca a un arbusto y arranca una rosa roja. Se la lleva a los labios, la huele, y con delicadeza le da un beso; la coge con fuerza entre sus manos y por un momento pienso que la va a deshojar, pero no es así: estira su mano y me la ofrece.
—Porque me interesas tú, Blody.
En ese momento se desata un fuerte viento y la risa de Aura me provoca un escalofrío, poniendo en alerta cada uno de mis sentidos.