PRÓLOGO

2863 Words
Las llamas de las antorchas iluminaban con fuerza la oscuridad que predominaba en la sala, la noche de invierno era oscura pero a pesar del frio aquella reunión no podría ser pospuesta, la inestabilidad del senado había comenzado a hacerse mas notoria desde la enfermedad de César, un emperador enfermo no era bueno para Roma y eso los sabían todos especialmente los Flavius quienes habían comenzado a mover sus cartas de la manera más sucia posible, días antes habían presentado delante de ellos al hijo de Flavia, parecía completamente seguro de ocupar el lugar de abuelo y no dudo en persuadir al senado con un argumento que logro convencer a la mayoría de su aceptación, había demostrado madurez una que meses atrás le había faltado como Legado. —¿Qué piensas que planean colocando a ese niño? —No es un niño, ya han pasado mas de cinco años desde que se le coloco la toga viril—Comentó el cónsul dirigiéndose a su primo quien no parecía nada contento con lo que estaba ocurriendo—Vitellinus parece darle su apoyo. —Puede darle todo su oro, no me gusta. —A ninguno nos gusta—Dejo saber otro Claudius mientras daba un sorbo a su copa de vino—Pero no debemos preocuparnos por alguien así, la prosperidad llueve sobre nuestra familia, desde que Gia se caso con Maximilian nuestra relación con los Julius solo sigue creciendo. —¿Qué fue lo que te dijo César exactamente cuando comprometió a Gia con su hijo? —Los mas de quince asistentes se notaron curiosos ante la respuesta, Thiagus no había dicho nada al respecto más que había recibido un mandato imperial firmado por el emperador, a pesar de ello había mas de lo que no estaba diciendo. El padre de Gia suspiro mientras recordaba la conversación a solas que tuvo después de mandar su aceptación a César y de solicitarle una audiencia privada, Augusto no pareció sorprendido y le recibió con amabilidad, aquel día hablaron de cosas mucho mas profundas que un matrimonio entre un Julius y una Claudia. —Quería que tomaran a Gia como un aval entre nuestra familia y la suya—Confesó haciendo que su primo casi escupiera el vino—Mientras mi hija sea esposa de Maximilian no duden en que la paz reinara entre nosotros y César, lo que deseemos se nos será otorgado siempre y cuando hagamos nuestra parte. —¿Y cual es nuestra parte Thiagus? —Todas y cada de una de las peticiones de César deben ser aceptadas por el senado además de otra cosa. Su primo se acerco para tomarle por los hombros. —Habla conmigo hermano—Le persuadió buscando que le dijera lo que ocultaba—Dime que mas desea Augusto para que todos podamos dárselo. —Hacer a Maximilian emperador—Dijo—Si llegado el momento apoyamos su ascenso al poder al que los Flavius se apondrán podríamos alcanzar lugares demasiado buenos en la política de Roma, gobernadores, tribunos, legados y cuando llegue el momento de que deba ser remplazado como cónsul uno de mis hermanos (Familiares) me presidirá. —Nunca le tuve miedo a un anciano y ahora que se me ofrece tan grata recompensa le enterraría yo mismo la daga si me lo pidieran—Soltó uno de ellos haciendo referencia a Crispo, los demás rieron. —Gia es tu hija, somos familia así que de alguna manera es hija de todos ahora—Thiagus sonrió al notar la felicidad con la que su familiar hablaba—Que les parece Gia Claudia como Mater Patriae, si se me asegura poder y dinero soy capaz de matar a Vitellinus, no los soporto, desde que Flavia se caso con Augusto parecen ser un jodido dios, seres inmortales que osan replicar mis peticiones o comentarios. ¡Estoy harto! —¿Entonces hermano como piensas que debemos hacerles pedazos? —No hay nada mas fuerte que un bloque—Comentó Tulius, ese era el nombre del hombre que compartía gens con el cónsul, era alguien importante de suma relevancia para la toma de decisiones y en sus años de grandeza fue general en durante las batallas en Cartago, giro su cuerpo para encarar a los miembros mas destacables de su familia quienes escuchaban atentos la conversación—Propongo una unión, una unión tan fuerte que sea imposible de romper, tenemos a los Julius de nuestro lado, aconsejo a la gens Licinia, Fabia, Cornelia, Valeria y Emilia. —Acabas de mencionar a las Gentes Maiores (Familias mayores, gente de poderoso estatus) de Roma. Solo te faltan los Flavius—Dijo el cónsul al notar los prominentes nombres que acababa de soltar, una unión así seria imponente sin duda, pero complicada. —Hermano. Nil audebat nihil lucrata (El que no arriesga no gana) El cónsul rio. —Lo se y estoy dispuesto a arriesgarlo todo—Exclamó—Con ayuda de toda la familia podremos regresar el poder a nuestra gens de la mano de César, si César bendice a nuestra gens los dioses lo harán por igual, solamente que debemos ser precavidos. —Pienso que hay que actuar, la salud de César desmejora cada día y atrasarnos seria arriesgarnos demasiado, los acontecimientos de los esclavos que asesinaron a Fannia la mujer de Licinius nos ayudó de alguna manera, se que sabes a lo que me refiero—El cónsul lo miro mientras asentía, lo pensó desde hacia mucho pero no quería mencionarlo hasta saber que aquello le beneficiaria. —Hablare con Licinius. Tulius sonrió dirigiéndose a los demás Pater Familias de la gens Claudia, sus ojos brillaron ante la noticia. —Regocíjense porque ahora no solo estaremos unidos con los Julius por el matrimonio de Gia si no también por el de Galia, teniendo a un orador tan importante como Licinius de nuestro lado jamás temeremos por las palabras baratas de Vitellinus. Un nuevo matrimonio le abriria las puertas a una nueva union marital lo que beneficiaria de sobremanera al nuevo bloque se estaba formando, si los Flavius habian ganando fuerza casando a Flavia Drusila con Tiberius, ellos harian lo mismo y eso estaba firmemente presente en la cabeza del consúl, quien sabia que su esposa no se opondria pues era alguien poderoso que le serviria a la familia y por lo que su gens les estaria plenamente agradecidas. —Le persuadiré, he estado reservando a Galia para un hombre que nos sirviera, ahora se ha dado la oportunidad. Desea un hijo varón y se que mi hija puede dárselo, es una mujer sana. —Que así sea entonces. Adelantemos todo a los acontecimientos. Mientras aquello acontecía un hombre bajaba de un caballo directamente en el Templo de Vesta, en sus manos portaba una caja sellada con un poderoso candado, sus delgados pies caminaban haciendo un sonido seco sobre el suelo de mármol, al entrar una mujer le recibió con seriedad pues era de noche y no era bien visto que alguien llegara al templo, especialmente un hombre, pues podría poner en duda la pureza de las damas de dentro. —Espero que sea importante porque con esto pongo en duda mi honor—Dijo la mujer que ya era alguien mayor de cabellos blancos y piel levemente arrugada, sin embargo, en sus tiempos fue una bella mujer que ofreció su pureza a la diosa de la familia y del hogar, Vesta. El cabello de la mujer era cubierto por un velo blanco, sus ojos demostraban seriedad e intriga por lo que Krazo llevaba en sus manos, la Vestalium Maxima (Suma sacerdote Vesta) le hizo pasar al templo y le condujo hasta que llegaron a una gran mesa donde se colocaban las ofrendas, el hombre dejo caer la caja para después cansado mirar a la mujer. —Lo que hay dentro es de suma importancia—Informó—Debes de protegerlo con tu vida porque justo ahora me harás una promesa, si fallas debes morir. La mujer trago saliva imaginando lo que era y por unos momentos le paso la idea de negarse. —¿No crees que es un poco descarado de parte de César enviarme esto? —No lo creo, hay mucho que diferente a lo que paso hace muchos años—Replicó, en aquel mismo templo hacía más de cincuenta años Augusto había robado el testamento de Marco Antonio que lo coloco en la cima del poder cuando el dividido cenado decidió dejar de apoyar al militar romano y centrar su apoyo al en ese momento aun joven Octaviano, ese era el nombre con el que había nacido César, posteriormente cuando fue nombrado emperador lo cambio por Augusto. —No veo diferencias. —Aquí yace la voluntad de un César no la de un traidor a Roma, si dudas sabes lo que te pasara, no tienes elección—La sacerdotisa suspiro agobiada para después asentir, no tenia escapatoria después de todo. —¿Alguien lo sabe? ¿Sabe que lo tienes y donde lo has traído? —El hombre negó mientras sacaba de entre sus prendas la delicada llave que guardaba envuelta en un pequeño trapillo de seda. —Nadie sabe que César ha hecho un testamento, pero hay algo mucho mas importante que eso—El candado hizo un breve sonido cuando la trabilla se liberó, entonces Krazo la abrió delante de la curiosa mujer y al mirar el sobre y las palabras que tenía escritas sintió que el aire le abandonaba. “Continuos Nominatio” En aquella hoja estaba escrito el nombre del hombre que se sentaría en el trono cuando César diera su ultimo respiro en este mundo. La mujer supo que tenerlo allí le causaría problemas si alguien que no deseaba la voluntad de Augusto lo supiera. —Debes de proteger esta hoja a como dé lugar—Ordenó señalándola, después poso sus manos en aquel pergamino envuelto como un delgado tubo y cerrado con una pequeña cinta de seda, el sello imperial estaba sobre el demostrando su autenticidad—No me importa lo que pase, tu debes de saber cual es el mejor lugar para ocultarlas, César confía en el templo porque sabe que a menos que no teman a los dioses se atreverán a robarlo por una causa injusta. —Tengo noción del lugar donde las colocare. Krazo asintió levantando el rollo. —Esto—Se lo mostró—Es el testamento, aquí se narra cada deseo y voluntad del emperador, te lo digo para que estés al tanto de la importancia de lo que guardas, nadie mas que tu debe saberlo, de ser así me disculparas, pero Aurelius vendrá y te cortara la lengua. Un poco nerviosa miro de reojo la caja y observo que quedaban dos cartas más. —¿Qué son esas? —Una de ellas es una carta para el hijo de César, Caius Maximilian. —¿Y la segunda? —A prosecution (Una proscripción), de hecho, dos, una dependiendo el giro de la historia. La mujer palideció cuando escucho de lo que se trataba, aquella hoja era una sentencia de muerte para la persona que tristemente tuviera su nombre escrito en ella, cuando fuera leído en el foro y colocado en la tablilla serian buscados como criminales y entregados por una suma de dinero, era como cazar tesoros, pero en vez de buscar oro se asesinaba gente. —¿Roma planea entrar en guerra de nuevo? ¿Después de tanta paz? —No tengas miedo, nadie entrara en guerra, aquí solo se escriben nombres de traidores y de enemigos, si los amigos te traicionan se convierten en traidores y serán colocados en la tablilla a la espera de la muerte, pero si los amigos se mantienen leales los que serán asesinados serán solamente enemigos. —¿A qué te refieres? —Lo comprenderás—No dijo más, solamente antes de marcharse le entrego una carta que eran instrucciones para ella por parte de César, al abrirla la perfecta caligrafía le dio la bienvenida a su mirada. Confió a ti y a tu lealtad mi ultima voluntad, como hombre deseo que mi muerte sea tranquila, tal vez no la merezca porque no he sido un hombre precisamente justo, como todos los que viven en Roma he asesinado cruelmente pero se que por lo menos por mis buenas acciones merezco un poco de comprensión y de misericordia, es por ello que he decidido enviar los documentos más importantes que he redactado en mi vida  para que sean resguardados bajo la protección de Vesta. Krazo debió haber hecho un magnifico trabajo como mi hombre de confianza que es, pero me temo que no le he dicho lo que harás con las cartas y la proscripción. La carta es para mi hijo, pero debes ocultarla lejos de la vista pública, son mis pensamientos que solo deben quedar con él, debes llevarlos al templo de Marte y protegerla, yo he enviado otra carta al Falmen Martialis (Sacerdote de Marte) para que la reciba y el ya tiene otras instrucciones, tu solamente debes llevarla ante el y se encargara del resto. En cuanto a las proscripciones deben quedar a tu cuidado, pero lejos de los dos documentos primordiales que plasman mis últimos deseos, al morir deben ser entregados a Aurelius, no hay otro hombre al que le tenga mas confianza que a él. Ten siempre en cuenta que apremio la lealtad y castigo la traición, no lo olvides. Octavio Augusto. La mujer interpreto sus palabras de manera inmediata, alguien más sabía que le habían sido otorgados esos papeles y le vigilaría, no tenía problemas en ocultarlos pues era un templo religioso que pocos se atreverían a violentar sin embargo temía perderlos así que rápidamente los cerro no sin antes rogar por la protección de tan importante información a Vesta y camino tan rápido como sus pies se lo permitieron hasta la bóveda donde guardaba los tesoros del templo, sus manos temblaban mientras buscaban entre sus prendas las llaves para ingresarlo en el baúl principal que estaba oculto debajo de una enorme loza de mármol que a duras penas pudo jalar sola. El sonido chirriante del mármol cuando fue levantado por la cansada mujer le hizo soltar un respiro pues miro la tapa del baúl y supo que lo había logrado, encontró la llave y lo abrió depositando los documentos allí mientras los cubría con cientos de denarios de oro. Al terminar empujo nuevamente la loza sellando el suelo y dejando cubierto el tesoro que Augusto le había ordenado proteger. —Creo que te ves demasiado puesto con tu toga—Comentó Flavia mientras miraba a Adriano portar esa linda y blanca toga con bordes purpuras—Haz estado muy bien en el senado, pensé que temblarías al hablar delante de tanta gente, pero tu tío me ha dicho que les has trasmitido confianza. Adrianus sonrió. —Ya no soy un niño madre—Al decir aquello recordó todo lo que había ocurrido en Britania, apretó los puños recordando los ojos fríos de Maximilian mirándole con desprecio, nunca más le tendría miedo porque estaba decidido a destruirle—He tardado mucho tiempo en darme cuenta, pero sé que nunca debo dejar que se me mire por debajo. —Eres mi hijo y desciendes de un linaje poderoso. —Soy mas que eso, no deseo solo ser de un linaje poderoso si no también perpetrar uno—Sus palabras llenaron de orgullo a su madre quien le miraba con adoración, mirar sus rasgos le hicieron recordar a su difunto marido y al enorme parecido que el muchacho que tenia delante le guardaba, ahora con la toga parecía mirarlo a él. —No será sencillo, pero no tengas en que no descasare hasta colocarte en el trono de Roma, nuestra familia te apoya y te seguirá apoyando siempre y cuando estés a la altura, gana la confianza de tu tío, le he notado un poco enfadado por lo que paso en Britania, pero por ahora el espíritu de venganza le ha puesto de nuestro lado. —¿Cómo harán para afianzar el poder de nuestra familia? —Tu abuelo siempre mantuvo buenas relaciones con otras gens más pequeñas pero de igual manera portadoras de voz y votos, tu solo encárgate de escalar que yo me ocupare del resto—La persuasión y el dominio de la gens Flavia recaía en el dinero, favores, lujos, regalos y fiestas depravadas que solía ofrecer su padre en las que regalaba esclavas vírgenes a cambio de lealtad, su lealtad era comprada no era ganada lo que los sometía a una marcada debilidad que para Flavia no representaba nada. En aquella noche de invierno ambas familias establecieron alianzas con sus mejores aliados, cada una intentaba sobajar a la otra sin preámbulos solo con un objetivo fijo: Poder, un marcado poder que sin duda serviría para cosas que ellos nunca imaginaron que ni por un solo segundo les paso por la cabeza, pero lo más importante que ocurrió aquel día fueron aquellos documentos que marcarían el inicio de una nueva era, una para la que Roma no estaba preparada ni estaría nunca.                                                     
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