(Jon narración)
Aún me sentía tentado a mucho, sin embargo, mi cordura ya tomaba de nuevo su posición acostumbrada en mí. Nigromante hizo lo pertinente para atraer a las nereidas, al escuchar su canto supe que me llevarían con ellas a las profundidades del mar.
—¿Aceptas estar en silencio por unos días, mi querido prófugo?
Sonreí.
—Desde luego. Accedo.
Al poner ambos pies cerca de playa, las mismas aguas me arrastraron mar adentro. No pasó mucho para que la marea me cubriera por completo, varias de las encomiables mujeres con cola de pez me tenían rodeado y sujetado por brazos y piernas. La luz de la luna que se deslizaba por la superficie de las aguas iluminando tenuemente el fondo las hacía lucir completamente seductivas. Se movían en círculos a mi alrededor, esperando a que les diera la aprobación para hechizarme.
Al haberme convertido en una especie de entidad mística, ellas mantienen un cierto agrado a mi presencia, de modo que respetan el hecho que no soy del todo un ser humano convencional; de no ser así tendría que ser su amante lo mucho que ellas lo desearán.
No opuse resistencia a nada de lo que ellas quisieran manifestar. De entre todas, una de cabellos negros se asomó hasta quedar frente a mí, sus ojos me avistaban sin parpadear, destellaban un resplandor parecido al de la luz de la luna. Observarla fijamente me denotaba claramente que estaba ante un ser diferente a cualquier mujer, aunque tuviera esa apariencia sutil y encantadora.
Había contenido la respiración ya por mucho, el poco aire que me quedaba se escapaba en pequeñas burbujas que salían de mi nariz. Posó una de sus manos sobre mi rostro, contempló el calor de mi piel por un momento luego la deslizó suavemente hasta rodearme por la cintura. Tenía claro que, ella intentaba comprender de donde venía el calor en mi cuerpo. Se acurrucó en mi pecho, percibí cada atributo suyo, estaba tan fría como un tempano de hielo.
Unas seguían aferrando mis brazos, otras mis piernas y el resto nadaba dando de círculos a mi alrededor. Congelé cada pensamiento mío, dejandome seducir en sus poderes. Su boca tocó la mía en un inesperado beso y después de eso, el hechizo comenzó a tomar su efecto en mí, me quedé quieto sin poder mover ni siquiera un dedo. Antes de asfixiarme, me di cuenta que podía tomar algún tipo de respiración sin que éste fuera por el medio acostumbrado. Escuchaba sus cantos, el agua entrando a muchas partes de mi cuerpo. De pronto vino a mis recuerdos esa primera vez que no pude oponerme a los encantos de una criatura preciosa, sonreí divertido al percibir la imagen clara de sus ojos encantadores; o así los percibi en aquel entonces. Despues completo silencio y la nada.
Al cabo de un rato de manifestarse la ausencia total, comencé a sentirme hundido tan profundamente que a la distancia un destello titilante me atrajo. La seguí y al mover los parpados me encontraba en un amplio bosque.
Observé en varias direcciones, percibiendo la frescura del ambiente. Pero mi vista fue atraída irremediablemente a un gran encino que relucía a unos cuantos de donde estaba de pie. Me acerqué al tronco asombrado al reconocer un clavo grande y con el techo medio torcido.
Me pareció que al tocarlo algo de lo que pensaba anteriormente dejo de moverse en mi mente, y a su vez reconoci que el viejo clavo solía ser de ayuda para poder colgar la montadura de Bruno. Me encanto el clima y en especial que mis botas tocaban la hierba en el suelo. El lugar exactamente donde solía entrenar con mi padre.
Respiré profundamente el aire. Las aves me anunciaban que eran las primeras horas de la mañana, los rayos del sol atravesaban los claros en la frondosidad de la arboleda.
Me incliné, mis manos evaluaron el herbaje. Fue entonces que volví a rememorar el mar, las nereidas y el agua ahogándome. Respiré hondo parpadeando y comprendiendo que algo ocurría conmigo. Aparecí tal cual en un lugar que había desaparecido desde hacía muchos años; las guerras habían causado grandes devastaciones y ese lugar en el bosque hacía unos días tan sólo era un amplio prado verde.
Preferí no atormentarme con mi lógica por un momento. Me senté sobre la mullida hierba y elegí disfrutar del clima soleado y el cielo despejado con sus incomparables colores en la naturaleza.
Mi mente rápidamente quedó en calma, como una parte activa y real de todo el entorno que me acompañaba. Mantenía los ojos cerrados, disfrutando el aire al respirar profundamente una y otra vez, cada pensamiento en mí parecía descansar en esa profunda tranquilidad.
—Espero no interrumpir nada…
Una voz femenina me sacó del estado de armonía.
Abrí los ojos y ante mí una mujer impresionantemente atractiva, me veía con los ojos fijos en mí. No pude abstraer el profundo desconcierto al igual que la maravilla al fijarme en ella.
—No impide nada en particular.
Me puse de pie. Me sonrió amistosamente.
—Pues que bien. Me han dicho que acostumbras venir por aquí casi todos los días. Quería verte de cerca.
Mantenía un capuz azulado a la cabeza. Su rostro inconmensurablemente tierno, ojos grandes de un color cenizo, y labios en un tono rojo sangre. Me pareció la criatura femenina más bella jamás conocida. Su mirada inocente y misteriosa me hechizó.
—No es mi intención ser descortés. ¿Pero que hace una doncella buscando a alguien como yo en un bosque como este?
Mostró una sonrisa divertida, y movió la capa que la cubría. Quedaron al descubierto los rizos en su melena suelta en un tono rubio cenizo claro, casi blanco.
—Sé que tu padre te ha dicho que necesitas un oponente, esa es la razón por la que estoy aquí.
La maravilla de contemplarla cesó de inmediato, me desconcertaron mucho sus palabras.
Mi padre solía entrenarme en combate, desde muy niño supe que antes de darme el visto bueno como guerrero debía ser iniciado en un rito, uno que habían usado desde hacía mucho tiempo por el clan de su familia. Pero al ser mi padre un foráneo y un conquistador perteneciente a tierras muy lejanas, no tenía idea de nada excepto por lo que él pudiera contarme. Mi padre fue uno de los pocos sobrevivientes de las tierras del norte del otro lado del mar.
—Me parece que se equivoca. Es mejor que me acompañe iremos al castillo y conversaremos con él, esto no tiene sentido para mí.
Su mirada me atravesó y se mantuvo callada por lo que avancé, pero sus manos impidieron que continuará con mi cometido. Sus finas palmas tocaron mi pecho inocentemente, pero eso me puso nervioso.
—Espera. Hasta donde sé tu padre aun no vuelve, y tu madre aguarda ansiosamente. Si vas con mil preguntas la preocuparás.
Fruncí el ceño al escucharla.
—¿Cómo sabe usted sobre eso?
Apartó sus manos de mí y esa sonrisa encantadora volvió a sus labios carmesí.
—Empecemos cómo se debe, que te parece si me dices primero cómo te llamas.
Tal proposición logró persuadir mi recelo. Relajé la mirada y no pude resistimer a verla con agrado. Había algo en ella que me resultaba cómodo y quizá alocadamente familiar.
—Todos me dicen Príncipe Gabriel.
—Mucho gusto, majestad.
Después de verla hacer una reverencia me sentí muy estúpido. No quería que ella me percibiera lejano por pertenecer a la realeza.
—No… Bueno, sí. Soy un Príncipe, pero en mi familia todos me llaman Jon. Creo que es por mi madre, es que ella prefiere llamarme así, mi padre fue quien me otorgó el nombre de Gabriel, pero es muy complaciente con mi madre, por eso sólo Jon. Jon, puede llamarme así.
Me sentí muy enredado, por lo general no conversaba mucho y ahora me sentía a gusto hablándole sobre las ridiculeces de tener dos nombres. Mantenía siempre una sonrisa amable hacía mí.
—De acuerdo, si no te molesta te acompañaré hasta el castillo. No te preocupes tu padre me conoce bien, al igual que tu madre. Sé de la audacia y la bondad que caracteriza a tu madre, Jon. Por eso vine hasta aquí por ti. Ya se dará la oportunidad de que se lleve a actos a lo que me han asignado.
Eso me llevó a cavilar que podría pronto tener una prometida. La idea me gustó. Le sonreí complacido.
—¿Puedo saber cómo te llamas?
—Por supuesto, pero ya conversaremos en otra ocasión y sabrás más de mí te lo prometo.
No pude creer que deseara dejarme con la intriga. Se lo cuestioné en seguida.
—¿Por qué no quieres decírmelo?
—Porque aún no es el momento. Además, Jon… ¡Qué guerrero tan raro eres! No estás siquiera seguro de saber tu verdadero nombre. Vamos que tu madre está preocupada y quiere verte.
Respiré profundamente, y no pude rehusarme a obedecerle. Todo el camino me la pasé muy al pendiente de su mirada y la manera en qué caminaba. No pude dejar de pensar en lo hermosa y el misterio que la rodeaba. Tal como lo dijo me dejó en el castillo, al ingresar mi madre me esperaba ansiosa en el salón capitular. Volví en sí al verma aproximarse.
—¡Jon! ¿Estás bien?
Me abrazó fuertemente y la sostuve con delicadeza.
—Sí, descuida. Alguien fue por mí a un lugar que mi padre y yo conocemos. ¿Tú la enviaste?
Mi madre me miró confundida.
—No. Pensé que hoy harían tu iniciación como guerrero. Cuanto le agradezco al cielo que estes bien.
Por detrás de mi madre, reconocí entre los cortesanos a mi padre quien se abría paso para llegar a nosotros. No me quedó duda que acababa de llegar.
—Magda, cariño, Jon ya no es un niño. Sabes que cómo mi heredero debe ser forjado como se hace con el hierro para crear una espada. Jon no sólo es Príncipe también debe ser un guerrero competente.
Mi madre me sostenía con ternura.
—Alejandro, rey mío, hemos hablado de esto. No hay razón de acurdir a la exigencia. ¿No has pensado que Jon es mi hijo también? Si me lo permites me gustaría compartirte una observación. Ya está en edad de tener un compromiso. Debería estar más preocupado por encontrar una buena esposa, que en ir tras la guerra.
Pero pese a lo que mis padres discutían mis ojos buscaban a la misteriosa dama, cuya hermosa figura había desaparecido.
—Tú hijo, Magda es también el mío. Es su deber honrar la tradición como servir con verdadera rectitud su heredad al trono. No hay más que debatir, será un Rey competente y un guerrero hábil si así lo requiere.
Mi madre suspiró. Acaricié sus hombros en un intento de aliviarla.
—Todo estará bien, te lo prometo. —Dijo mi padre besando una de sus manos al tomarla con delicadeza.
Asentí sonriendo. Confiaba en mi padre, si mi deber era ser un Príncipe y guerrero pues tendría que serlo. Mi madre me dio un beso en la frente y junto con todo el comité de cortesanos volvió al estrado. Mi padre colocó una mano en mi hombro.
—Fui yo quien envió a alguien por ti al bosque. ¿Algo que quieras decir al respecto? —Susurró.
Movía las cejas de arriba abajo, haciendo énfasis en lo evidente.
—Pues que fue raro ver a una doncella tan agracida y dulce ir por mí. Una que en belleza podría hacer sentir celosa a una estrella.
Mi padre soltó una carcajada. Me abrazó y me llevó lejos de quienes nos observaban, nos alejamos un poco quedándonos en la entrada.
—Hijo, soy un hombre como tú. Dime: ¿qué se pasó por tu cabeza al verla?
Tragué saliva algo pensativo. No le podía decir que me había sentido muy tentado a intimar más con ella.
—Me sorprendió y no te puedo negar que es inexplicablemente hermosa.
Parecía muy orgulloso con mi entusiasmo al respecto.
—¿Ella te pidió venir aquí?
—No del todo, pero me sentí a gusto a pesar de no entender.
—Me complace.
Alguien llegó ante nosotros. Nunca antes había notado su presencia en el Reino. Un tipo alto, parecía fuerte, aunque su apariencia fuera modesta y su mirada denotará una tranquilidad absoluta. Mantenía los brazos hacia atrás, y su mirada se abstrajo en la mía por un momento. Tenía el cabello largo, hasta el pecho en un tono casi blanco, ropas blancas, y de piel albumina como la nieve. Algo en él se me hizo familiar. Su mirada, me parecía conocida.
—Bien, hijo mío, debo atender algunas cosas. Mañana deseo verte en el mismo lugar. Espero que llegues temprano.
Me di la vuelta en seguida. Fue raro que mi padre no me presentará como solía hacerlo.
Seguí en mis propios deberes, me acosté temprano para llegar al lugar a la hora acordada. Bruno me acompañó hasta allí, al siguiente día.