Nunca se sabe

3980 Words
(Jon narración) Durante mucho tiempo creí conocer la realidad que me rodeaba. Había nacido con un sólo propósito: Gobernar. Una tarea que ataron a mi corazón desde que quizá estaba en el vientre de mi madre. Pero el destino tenía un camino más amplio para mí, había forjado convertirme en un guerrero más que un hombre de la nobleza, aunque por herencia y casta ese fuera mi deber. Desde pequeño fui formado para aprender a distinguir el comportamiento de quienes me rodeaban, a ser muy observador, a cuidarme bien las espaldas a pesar de ser un Príncipe, nunca confié en nadie. Durante mucho pensé que adquirir conocimientos, mantenerme en el ideal del respeto y cuidar la convivencia pacífica entre todos era lo único para lo que había sido llamado. Pero a la vida siempre le gusta burlarse de quienes creen saberse en el camino correcto. Después de muchos años, ese Príncipe que creía conocer bien sus dominios, su historia y tener bien fijados sus ideales reconoce que nada en la vida está escrito completamente, cada día que se nos concede es una oportunidad inmensa, no hemos venido a lo que otros dictan para nosotros, somos lo que decidimos creer y vivir. Nunca hubiera imaginado que un día me convertiría en una especie de instructor en la vida de una pequeña y joven Princesa. Nadie nos explica mientras crecemos que la única manera de conocer nuestro propio camino es no temerle a los retos y a nosotros mismos. Muchas veces mi mente estuvo limitada por lo que creía conocer, lo cierto es que cuanto más se aprende más posible es darse cuenta que no podremos saberlo todo. La realidad tan sólo depende de dos cosas, de la perspectiva y a lo que nos inclinemos. Las verdaderas cadenas que nos atan la mayoría de las veces son invisibles y están en nuestra mente. El poder oculto que todos desean conocer, no es más que introducirse en la naturaleza, quien posee los signos perfectos de convivencia con el todo. Si alguno fuera capaz de estudiarla e intentar comprenderla sabrían que ella posee los secretos que nos hacen saber que somos parte de lo incomprensible. La magia es eso, ser conscientes de lo que representamos, somos parte elemental de la creación, de la única esfera de vida que conserva con toda su energía y protección al perecedero ser humano. Todo en la naturaleza está interconectado, desde los vientos hasta el fuego que yace en las profundidades de la tierra. Con seguridad puedo decir que la magia más grandiosa que un humano puede poseer es la misma vida y quizá lo segundo el amor, lo único que hace que la vida sea vida de verdad. Una vez más Nigromante me ha puesto a prueba, me tiene bebiendo como nunca antes. Ni yo mismo tenía idea si eso era posible. Quizá ahora puedo llegar más a la comprensión del por qué un hombre elige embriagarse. Posiblemente les proporciona alivio o el coraje necesario para llevar a actos lo que sobrios no podrían. Conozco a Nigromante desde hace mucho y lo cierto es que estar cerca de él es incongruencia total. Nunca se sabe en qué terminará algo a su lado. Aunque parezca inofensivo, divertido y muy amigable, es un excelente maestro y guerrero, bueno y en mi caso, es mi hermano, y por eso es que muy a su manera he aceptado acompañarle. Uno de los hombres que me rodeaban me sujetó de un hombro, quizá ya no podía pararse confiando en su propio equilibrio. —No puedo comprender porque algunos hombres tienen tanta suerte al amar mientras otros como yo damos todo y nos pagan mal. Sonreí conmovido. —Las damas dicen que nosotros no tenemos corazón, pero la verdad es que ellas son quienes no lo tienen—Opinó otro. —No, no para nada. Es que se fijan en quien no deben y por eso terminan de ingratos. —Intervino Nigromante tambaleándose del otro lado de la barra. Unos soltaron una carcajada acercándose lo más que podían a él. De varios uno fue el que habló y se le entendió más claro lo que decía que el resto. —Con esa carita, cariño, has de ser la razón por la que varios de los que hoy se embriagan están aquí. Seguramente para olvidarse del amor ingrato que sólo sabe dar problemas… Por primera vez en mi larga, larga vida, me parecía comprensible la razón que a muchos hombres los atraía a ahogar sus penas en cerveza. Me agradó la opinión del caballero, alcé el tarro complacido. —Usted mi amigo, ¿qué puede decirnos de sus conquistas? —Cuestionó al verme animado con el vaso en alto. Sonreí. —No he tenido conquistas simplemente la única mujer que me gustaría para mi es prohibida… Las estrepitosas carcajadas retumbaron en el salón. Y unos cuantos abuchearon. —Y lo peor es que mi hermano la desea con mayor ardor que el de mi propio corazón. La vida caballeros oficialmente es algo ridículo… Me tragué lo que quedaba en el tarro. Al terminar, Nigromante me veía fijamente. —Bueno, lo acompaño en su maldita situación compañero. Ese hermano suyo, entonces no lo es, yo digo pues, habiendo tantas y los dos queriendo a la misma. Pedí otra cerveza al que las servía. —La más amarga que pueda darme, soy experto en resistir no me hará ni cosquillas—De inmediato me sirvió otra, en voz alta me expresé a todos—Les invito la siguiente ronda. El bullicio era ensordecedor, pero me estaba divirtiendo, me sentía comprendido, aunque solo estuviera con más desconocidos; a todos nos unía la desgracia ligada al amor. —Bueno, no me digas que esa mujer en cuestión es esa, la belleza que está allí… Le hice un gesto a Nigromante, pero no contesté. No miré al hechicero sino un poco de lo que se apreciba en la apariencia femenina. —Si es ella, estás en aprietos compañero porque muchos podrían desearla con algo más que el corazón. No pude reprimir una carcajada. Me encogí de hombros. A pesar de sentirme bastante mareado, trataba de proteger a Nigromante, lo cual era estúpido me estaba tomando bastante en serio el hecho de que parecía mujer. Esa fue la razón de mi risotada. Nigromante dejó su lugar de resguardo y se acercó a mí, riendo. —¿Es cierto lo que has dicho? —Dímelo tú. Fue tu idea venir aquí—Contesté de inmediato. Ambos nos veíamos fijamente. —Dicen que los ebrios dicen la verdad. ¿Te sientes intimidado por mí? —Sabes que ella te quiere tanto como a mí, apartarte de ella le haría un daño irreparable, además sé que la quieres bien, no eres amenaza ni me intimidas. Simplemente dije la verdad. En ese instante Nigromante pegó un brinco, me quedé estupefacto al notar que uno de varios que nos rodeaban le habían dado una palmada en el trasero. Se volvió al tipo con una sonrisa, hice por cerrar los ojos, no sabía para qué lado el tipo iba a volar. No había terminado siquiera de pensar y el tipo estaba estampado contra uno de los muros a una distancia no muy lejana de nosotros, mientras la mayoría estallaba en risas, incluyéndome. Segunda vez que ocurría. No quería saber cómo podría lucir, seguramente se veía bastante femenino, sabía que era muy hábil en disfraces y seguramente había hechizado su apariencia de todos excepto de mí que conocía su identidad verdadera y sabía lo que tramaba. —El amor Jon, es el amor. Cuanto más le huyes, más divertido haces el modo en que te atrapará. Respiré profundamente, y tomé el tarro de otro en cuanto pude parar de reír. —Brindo por eso. La convivencia pasó de risas y brindis a golpes y malos entendidos de prisa. Después de convencerme de beber de un barril, luego pagarlo, Nigromante me sacó de allí. No podía ni pararme recto. Toda aquella inhibición en mi parecía nula, cualquier idea absurda parecía agradarme, y mi sensatez parecía tan ahogada en cerveza como yo. Me sentía capaz de llevarle la contraria a lo que fuera con tal de salirme con la mía. Eso me llevó a interferir en un problema ajeno, soy experto en meterme en líos ajenos y quedarme para resolverlos. En cuanto todo tuvo un mejor desenlace para una damisela en peligro, Nigromante pudo ayudarme a subir sobre el lomo de Galimatías, yendo embrocado. —Esto, gracias a tus bufonadas. Sé que algo pretendías, pero no te será tan fácil. No fui consciente de nada excepto de los mareos y el meneo de Galimatías al avanzar. Mi mente se sumía en la verdad, mi verdad era una mentira que a mí me gustaba creer. Alexia no era mía, no como se debía, y de alguna manera como hombre me pesaba. Esa idea de posesión me sucumbía moviendo cualquier rescoldo de provecho en mi interior, una pequeña llama parecía abrirse paso, incendiando todo mi pecho de pasión. ¿Para qué disimular? Me dejé ir de espaldas en cuanto Galimatías dejó de andar, el balanceo era casi maléfico en mi estado. El suelo dejó de moverse por un rato, y al abrir los ojos todo parecía más estable, por el dolor aplastante en mi pecho me hizo comprender que habíamos avanzado así por mucho. Reí al darme cuenta de lo fatal que podía lucir estando tan ebrio. —¿Cuál era el cometido? Nigromante estaba de cara contra el suelo, me veía lo más fijamente que podía. —Te divertiste, ese era el cometido. Además de que tengo que ayudar a Alexia, quiere aprender defensa y combate y como sé que te opondrías, había pensado en dejarte en el mar hasta que aprendiera lo básico. Sé que Nigromante puede ser muy complaciente a diferencia mía que debo tener la cordura siempre de mi parte. No pude fingir mi molestia al respecto, no tenía sentido llegar a tanto por eso. Tomé un poco de arena con agua y se lo lancé con todas mis fuerzas. Las olas suaves que acariciaban la playa estaban llegándonos al cuerpo. —No tenías por qué llegar a esto, con decírmelo habría sido suficiente, ya estaba pensando en eso, conozco a Jirel y sé que querrá poner a prueba sus destrezas, conozco que clase de medios utilizará para comprobarlo, por eso resolvimos darle la llave. Dejó caer el rostro de nuevo en suelo y el agua empapó completamente su cabeza. —Explícame ¿qué sentido tenía experimentar algo así? ¿Jehiel tienes idea del peligro que representaba tu ocurrencia? Alzó una mano en señal de que esperara. En cuanto el agua se alejó intentó ponerse de lado para llegar a mí. —En todo hay riesgos, Jon. Decir que ebrio puedo engañarte queda en lo delirante. Pero esta prueba apenas comienza. Fruncí el ceño, y me dejé ir de espaldas. ¿Qué podría pretender alguien como Nigromante al embriagarme? Creí tener una idea, pero nunca se sabe, con Nigromante el centro no es el centro, y la izquierda puede ser la derecha y la derecha la izquierda. —Has fingido, negado que no necesitas como cualquier hombre buscar amor. Escuché su voz sintiendo como toda aquella lógica que intentaba aferrar dentro de mí, se alejaba. —¿Qué te dicta el corazón? —Preguntó. —Auxilio. Se volvió a mí ceñudo y al ver su cara así solté una risa. —¿Auxilio? —Repitió inseguro. —Sí, creo que me consumo de amor. Al oírme, sonrió. —Nigromante no somos niños, nadie mejor que tú sabes que entregarme tal cual, sería fatal. Aunque ella duerme sola, yo me mantengo en vela y mi cama está vacía… Soltó una carcajada a su estilo. —Pero mi deber es permanecer fiel a mis deberes. —Concluí. —Pues siendo así una vez más demuestras que eres más fuerte de lo que tú mismo crees, y que embriagarnos cuenta como una de mis experiencias más paradójicas. Me dejé ir de espaldas y pacientemente contemplaba las estrellas. Mi ser entero mantenía una batalla real, mi parte humana pedía lo que cualquier hombre enamorado desea al ser correspondido, y la otra repudiaba esa baja naturaleza pues el grado físico para el amor auténtico es algo innecesario. Todo me acorralaba, se revolvía dentro de mí el anhelo de ser envuelto una vez más en sus ardientes miradas y sus manos deseosas por provocar mi instinto, el mismo que cualquier hombre mantiene, salvaje, indomable y deseoso por desatarse. Ninguna mujer me había provocado así antes en mi vida, si se le puede llamar así a mi manera de existir. Moría de deseos por ir a ella y demostrarle lo que un hombre puede decir en actos si le permiten expresarse con el alma al amar. Aruñaba la arena, me movía de un lado al otro mientras Nigromante plácidamente roncaba. Necesitaba pensar en otra cosa, pero al intentar ponerme de pie para ir a las profundidades del mar, escuché su dulce voz llamarme. —¿Porque tanto compromiso para lo que ambos nos sacude? No peleé contra mi instinto y sin esperar nada más, alcé al cielo la mirada dejando en claro que el amor me obligaba actuar. ¿Qué podría salir mal? O eso intentaba poner como excusa para proteger mi intención. La vi claramente pasearse por la orilla de la playa. —Si se atreve lléveme al edén, tómeme como lo hace con su espada… Después de sacudirme la razón, desapareció. Suspiré perdidamente apasionado. Ni el vino, ni la cerveza lograron hacerme olvidar lo devoto que mi corazón se había vuelto a ella y a su voz. Llamé a Bruno y después de treparme sobre él, me condujo a toda prisa al bosque, Galimatías nos guiaba a un portal. Del otro lado le di las gracias, pero no permití que me acompañará. Bruno salió a todo galope, buscando el camino que me llevaría a ella. No usé ningún truco o magia, como cualquier hombre pedí aprobación para ingresar al castillo, los guardias me permitieron entrar. Intenté parecer lo más normal posible al hablarles, pero estaba seguro que algo habían sospechado al verme tambalearme en la silla de montar. Ingresé con una amplia sonrisa, sabiendo que la pasión y el amor bailaba en cada poro de mi piel adormeciendo cualquier juicio sensato, el deseo ardiente silenciaba cualquier indicio de cordura. Ataba sus pobres manos y piececillos mientras a mí imaginarlo me causaba risa. Bruno me dejó al pie de la torre de homenaje. —Gracias amigo, pero hay situaciones en las que un hombre debe ser un hombre, aunque eso sea su perdición. Sin dudar convoqué un hechizo y cambié mis ropas por las habituales que ella ya conocía. Me cubrí el rostro, ensalivé mis dedos acomodando unos mechones de mi cabello y me coloqué la capa a la cabeza. Subí las gradas, mientras esa necesidad de verle en mí crecía. Una locura total se apoderaba de mi mente, de mi cuerpo entero y de cada pensamiento que se atrevía a cruzarse en mi cabeza. Me reía solo como burlándome de sí mismo, como lo haría cualquier hombre que ha perdido la cordura y abraza la locura para saberse menos chiflado. Llegué como un enfermo de amor, buscando el antídoto para tocar el cielo sin necesidad de elevarse a ningún paraíso. Subí las gradas llegando a su habitación sigilosamente, para que Alejandro no logrará verme. La puerta fue fácil de abrir, del otro lado, ella yacía profundamente dormida, no estaba tan cubierta por las sabanillas y su delicado cuerpo se dibujaba perfectamente en ese translucido camisón. Mi vista la examinó de pies a cabeza, mientras una energía cada vez mayor se apoderaba de cada instinto mío. La mujer que me hacía perder la sensatez estaba allí, sola en su cama en una noche fría, deseosa por dejarse querer, me quedé contemplándola mientras un cosquilleó se asomaba a mi pecho haciéndome sentir un raro vacío en el abdomen al saber que todo ese calor que ella necesitaba danzaba en mí. Toqué mis labios intentando reprimir el recuerdo que floreció al volver a mis pensamientos justo en el momento en que había permitido un beso, uno que me había cambiado la rutina, convirtiéndome en un eterno enamorado que estaba al pendiente de proteger cada uno de sus pasos, uno que deseaba ser siempre su almohada, alucinando siempre cada vez que el sol se ocultaba. Seducido respiré profundamente el aire, reconociendo su dulce aroma, el mismo que me había hecho volverme un rastreador sin problema. Respiraba agitado, intentado mantenerme cuerdo, lo cual era casi imposible al fijar mi vista a la cama. Para mi esperar era una tortura y la peor de todas, con tal de tenerla para mí la distancia y los obstáculos eran risibles. Sin dudar me quité el abrigo. Acerqué mis pasos a la orilla de la cama, sintiendo que no podría resistirme al delirante, exquisito y perverso anhelo de despertarla. De todas las tentaciones en mi estado, de la única que no me quejaba era de esa preciosa figura femenina descansando en esa cama imperial, como si por fin en el árido desierto de mi realidad la lluvia surgiera. ¡Qué pecado tan sublime! Del cual parecía no tener escapatoria. Quería maldecir ese apetito horripilante de llevarla a fundir su corazón con el mío. Sentía caer en un vacío en forma de espiral con el hecho de imaginarla sin nada más que mi piel caliente, abrigándola, marcando cada área sumamente erótica de su suave cuerpo. Me mordía los labios con el sólo pensamiento de por fin entregarle todo de mí y de mi loca pasión revoloteando como mariposa en cada pulso de mi sangre. Alcé una de mis manos a ella, y la recorrí con uno de mis dedos, desde los cabellos castaños de su cabeza hasta donde empezaba su cintura, me ericé completamente al sentir su piel tibia. Planté un beso en uno de sus hombros, queriendo comerme a besos toda su rosácea piel. Se movió lo cual me hizo soltar una sonrisa, ya había percibido mi presencia. —¿Jon? Asentí con la cabeza. —Hola, ternura mía. Está tan bella y tan perturbadoramente atractiva tal como la recuerdo, que le parece si dejamos los sueños plasmados en esta realidad. Sea el lienzo donde quiero dibujarle al amor lo que siento. Al verme hablar de un modo raro, ya que mi boca parecía tener su propio discernimiento al moverse en vez de únicamente obedecer a mis palabras, abrió los ojos a más no poder. Aún estaba muy mareado sin quererlo me mecía para tener el control y no irme sobre ella. Espantada se recostó sobre la cama. Mis dedos volvieron a trazar el mismo recorrido, unas de sus piernas estaban al descubierto, sabiendo que merecía un buen golpe coloqué mi mano sobre su piel que sólo parecía llamarme para acariciarla. —¿Jon que le pasó? Me senté sobre la cama a su lado, sin quitar la mano sobre su pierna, la retiré únicamente para tomar su delicado rostro, y mandé al infinito todas las reglas y los marginales juramentos. Esperar más para mí no tenía sentido ni forma. —Que encendió en mi alma la llama de un amor, que me consume… Estaba por hablar, pero se lo impedí. —Con un sólo deseo vine hasta aquí, quiero revelarme y para eso dígame: ¿A quién le pertenece realmente? Hizo por responderme, pero no se lo permití, en sus labios únicamente podía reconocer una sola invitación más que palabras. Lentamente la besé y no me quedé satisfecho hasta robarle la respiración. —Me pertenece Princesa o eso quiero creer. Se erizó completamente, como aceptando mis palabras desde su mente hasta su cuerpo. Acaricié su cabello apartándolo de su cuello y sin temor besé la piel de su garganta. Unas de mis manos ansiosas deslizaron una de las mangas del camisón. Estaba dispuesto a fastidiarlo todo con tal de marcarla, amándonos sin más prórrogas ridículas. —No tiene idea de todo el amor dictado en placer que puede conseguir de mí… Deslizó sus manos por mi cuello, mientras notaba que temblaba, pero cuando estaba por llegar a mi pecho, las apartó. La cargué en mis brazos, siendo consciente que el único lugar donde podía tenerla sin ningún entrometido era mi habitación en la torre hechizada, la misma que no podía verse desde cualquier perspectiva fuera del castillo. Estaba convocada la energía para abrir el portal y llevarla conmigo, pero fui consciente de la presencia de Nigromante. —¡Jon! No puedo creer que estar ebrio te haga salir de tus límites, tanto que no te hayas dado cuenta de lo que te hice. Ya había convocado mi espada, no podía estar seguro de nada hasta que lo oí hablar. No pude reprimir la risa que me causaba por fin comprender todo. —Comprendo. ¿Nigromante lograste hechizarme sólo bajo los efectos de la ebriedad, no es así? Sonrió ampliamente. —No había otro modo de comprobarlo, más que efectuarlo. Ahora Jon, tendrás que dormir. —¿Ya olvidaste que alguien como yo no tiene esa opción? —Sí, pero tú me diste una pista de cómo intentarlo. Si permito que sigas despierto, será inevitable una tragedia, ya llegará el día que puedas valerte de tus instintos humanos… Me di cuenta hasta entonces que Alexia estaba profundamente dormida. Nigromante me hizo señas de devolverla. Me quedé serio al notar lo cerca que había estado de darle vuelta a todo en segundos. Sentía sumergirme en hondos abismos, y volver a la misma conclusión, Nigromante jugaba conmigo. Asentí positivamente con la cabeza y se la entregué en brazos. Antes de que pudiera expresar alguna palabra sentí salir despedido por la ventana. Precedentemente de caer alguien me sujetó con fuerza y así cargado me hizo elevarme por el aire. Nigromante siempre parece un ser amable, juguetón, como si todo lo que efectuará lo hiciera por simple diversión. Yo que lo conozco sé que tiene un modo muy particular de obrar, lo que había hecho en mí seguramente era para algo que nos beneficiaría al estar frente a frente a un nuevo peligro. Nunca me sentí tan tentado a revelarme al orden, había estado hechizado. Al abrir los ojos, estaba en la arena acostado. Nigromante estaba a mi lado, y veía el cielo medio nublado. ¿Todo lo que había percibido había sido una ilusión una creada por Nigromante? Muy posiblemente, lo deduje en cuanto el mareo ya había cedido. —Fue una visión. —No, viste todo a través de un sueño. Jon no eres un ser humano común, aunque tengas ese cuerpo, que parece mortal. —No puedo soñar, Nigromante. Esto está mal. —Estabas ebrio, la realidad fue percibida de otra manera para ti. Pudo haber pasado, sin embargo, estás aquí, te portaste bien. —Fue muy real. ¿Ella estuvo presente? —Sí, pero fue en un sueño, uno que no recordará al despertar. —Nigromante… ¿Qué querías comprobar? Esto ya me está disgustando. —Debía comprobar que tan dominado tienes los aspectos sobrenaturales de tu naturaleza. Pero una vez más mantienes orden, preferiste efectuarlo todo a través de un sueño, lo cual nunca no imaginé. Te felicito, siempre me asombras. Ahora descansa, pediré a las nereidas que te hagan reposar, cuando venga por ti, te enfrentarás a alguien que necesita poner a prueba algunas cosas. Le clavé la mirada, pero no me negué, aún estaba procesando todo eso con fatiga como si todo fuera lentamente a lo que marca el tiempo real. Al menos mis labios la habían besado y quizá le habían susurrado lo mucho que alguien como yo puede sentir en cuanto el amor lo domina, aunque una vez más hubiera optado protegerla, tomándola por un sueño, inconscientemente.
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