¿Celos?

1713 Words
Al cabo de un momento, Bruno se asomó entre la maleza también pero no iba solo, Jon le acompañaba trepándolo. En el lomo de Bruno también iba una mujer, irradiaba una tenue luz, y su belleza hacía opacar a cualquier otra criatura viviente. Pura, inconmensurablemente bella, impreciso de poder compararse a alguien o a algo. Jon sonreía abiertamente, mientras ella movía las piernas al estar sentada de lado, parecía divertida disfrutando de un paseo al lado del hombre que podía juzgar de ser el más bello en Caelum; pues calificar de seguramente dejaba excluido a Nigromante, lo cual no podría ser posible. Jehiel, un hombre tan cautivador y apuesto como Jon. Toda aquella alegría en mí se disipó, una sensación de desagrado iba creciendo en mi interior, mientras Nigromante parecía adivinar todo al ver mi cara descompuesta por la irritación. Nigromante mostró un gesto muy particular haciéndose el desentendido. —Alexia, sube, daremos un paseo. Respiré profundamente tratando de evadir lo irracional de sentir celos. Le obedecí y me monté sobre Galimatías. Nigromante se trepó detrás de mí. —Galimatías condúcenos por la ribera, por favor. Galimatías obedeció a la voz de Nigromante, aligerando el paso. Di un vistazo en dirección hacia Jon, quien iba demasiado a gusto con esa criatura, era tal su satisfacción que ni siquiera nos dedicó una simple mirada. Apreté la mandíbula algo envenenada por los celos. —Nigromante, ¿tú sabes qué clase de criatura es la que acompaña a Jon? Giré mi cuello para poder ver el celestial rostro de Nigromante. —Es una Náyade, espíritus nobles, hijas de la misma pureza de los ríos. Son inofensivas, amigables y se deleitan en las presencias masculinas, en especial la de los guerreros que luchan con honor intachable. Se sienten atraídas a su valentía y fortaleza la cual se parece a la energía suave y potente del agua. Respiré hondo, intentando asimilar lo que sentía. —Entonces… ¿Tambien son espíritus? —Así es. Pero pueden tomar una apariencia humana para manifestarse. Fruncí el ceño, alzando la mirada por detrás de Nigromante. Bruno había detenido sus pasos, tanto Jon como Bruno estaban rodeados por varias de esas criaturas, todas al pendiente de cada mirada que Jon daba. Nigromante echó un vistazo hacia atrás. Apreté los labios, volviéndome al frente. —¿Siempre ocurre eso? —Pregunté tratando de no ser tan evidente en mi disgusto. —No. Por lo general piden una ofrenda, un canto, peinarles el cabello, algunas piden que se les arrulle en las aguas hasta que no se escuché el canto de las aves. Por eso, Jon ha ido a dejar un tributo para que lo dejen estar contigo sin entrometerse. Después de él me corresponde a mí tambien. Me volví a él desconcertada. —Eso no es normal, es un completo despotismo tomando en cuenta que no son del todo un ser humano. Nigromante sonrió, parecía divertido. —Puede parecer así, pero en realidad es porque no están acostumbradas a convivir directamente con los seres humanos y que algunos sean capaces de verlas. Se sienten muy contentas y al encontrar algo a fin a lo que son. Les gusta mucho la demostración del amor y la delicadeza, aunque no sepan muy bien definirlo. Para ellas la forma perfecta del amor es la naturaleza, ellas saben que si existen es por eso, por la bondad de alguien que quiso que el mundo existiera. Ese argumento me tranquilizó un poco. —Honestamente, Nigromante, son muy bellas. Cualquier hombre se sentiría ferozmente atraído a una. ¿Cómo es posible que ni tú ni Jon sientan esa clase de atracción? Sonrió delicadamente, y su mirada mostró ternura. —Creo que la forma más fácil de explicártelo sería comparando algo. ¿Te sentirías atraída físicamente a alguien de tu familia, quizá como a tu padre o Sarbelia? Lo negué de inmediato con la cabeza. —Eso es lo que pasa. Aunque es verdad pueden tomar hermosas formas femeninas, para nosotros son como nuestras hermanas. Ellas nos perciben así, pero no pueden comprender el sentimiento del amor tal como un ser humano, y si alguna de ellas logrará fijar su energía en uno de nosotros, al conocer los poderes naturales, somos capaces de conversar en el lenguaje de ellas y explicarles que somos de su misma naturaleza y no podemos acceder a deseos físicos. Una vez más estaba pasmadísima. —¡Vaya! Cuánto puede pesar un prejuicio. Nigromante sonrió ampliamente. —No te preocupes, por eso estás aquí para conocer y aprender. Estábamos muy cerca de la playa, habíamos retornado por mi actitud ante lo que ocurría con Jon. La mirada de Nigromante se posó al lado, hice los mismo y Jon caminaba a nuestro lado. Se había desmontado de Bruno. Mis ojos se encontraron con su mirada. —Creo que es tu turno… Nigromante asintió con la cabeza y se desmontó de Galimatías. —Gracias por la ayuda Nigromante—Mencioné al verlo de pie a un lado del caballo. —Un placer, mi querida Alexia. Sus pasos se encaminaron a la playa en vez de ir al bosque, lo cual no entendí. Me quedé perpleja en cuanto sus pies tocaron el agua y sus botas altas de un color blanco se volvieron sus pies descalzos. Poco a poco la ropa se desvaneció, elevaba mi vista hechizada. Mantenía de pronto sólo un diminuto taparrabo. El viento movía sus cabellos rubios cenizos, casi blancos, su cuerpo reluciendo como una figura de ensueño, como parte de una fantasía. Un rostro delicado y masculino a la mima manera, con un cuerpo fornido revestido por juegos de músculos perfectos a donde sea que la vista se reposará. ¡Dios mío, qué bueno que somos amigos! Pensé fascinada en su hermosa efigie. Su mirada grisácea se profundizó en la mía, las aguas parecían hacerse más hondas en el lugar donde él estaba, antes de dar un salto a las profundidades de las turbas, me giñó un ojo. Estaba boquiabierta, complacida ante lo que mis ojos vislumbraron. Por un instante comprendí a esas entidades. ¡Cuánto provocaría en una de ellas ver a alguien como Nigromante y Jon! Hombres tentadoramente atractivos con un corazón con tanta bondad de la cual ahora comprendía que estaba la total y verdadera fortaleza, con una inocencia casi incomprensible, tan sencillos y humildes como nadie. Respiré profundamente, sin salir de mi asombro. Al volver mi vista a Jon, me observaba fijamente arqueando una de sus cejas. Tragué saliva apenada. Probablemente me perdí en mis pensamientos y había mirado más de lo debido a Nigromante. —¡Hermoso horizonte! ¿No lo cree? —Dije tragando saliva un tanto apenada. Mantuvo ese gesto en su semblante. —Por supuesto. Pero por cual: ¿Caelum o Nigromante? Me sonrojé de inmediato. Balbuceaba sin decir poder responder algo con claridad. Al verme tan nerviosa, respiró profundamente. —Ya le entendí, no diga nada más. —No, Jon, es que… —No pasa nada, ¿bien? Se me escapó un suspiro, ¿Cómo engañarlo? A pesar de todo, su voz seguía siendo amable. Asentí. —De ahora en adelante, nos encontraremos aquí para que pueda intentar enseñarle algo. Pues no sé si estará consciente en lo que le diré o sus pensamientos viajaran a su infinito y formidable horizonte. Sonreí apenada, pero si me hizo gracia lo que dijo. —De acuerdo, Jon, estaré atenta. Sabe, Nigromante me habló de los espíritus o encantos de los bosques. Los mismos que lo acompañaban hace un rato. ¿Qué tributo es el que le dan para que no les moleste? Aunque Nigromante ya me había explicado algo al respecto, preferí hacer conversación. —Depende de que espíritu sea. En mi caso, debo ofrecer un canto, y bañarme en los ríos. En el de Nigromante, debe ir a visitar a Evarne, y acompañarla un rato al nadar en las aguas de los mares con las oceánides. Las nereidas a veces piden frutas, o perlas brillantes. Las ninfas de los bosques les gustan las velas aromáticas, la danza, la música o algo dulce para comer. —¿Algunas pueden comer? Asintió con la cabeza. —¿Y no le perecen bonitas, Jon? Pude ver a la que lo acompañaba con Bruno. Una doncella muy hermosa. Pensó un momento antes de responderme. Ambos caminábamos a las orillas de la playa, sin mojarnos los pies al no estar cerca del agua. —No son humanas, Princesa. Si alguna de ellas realmente quisiera unirse a un hombre, sería un problema y muy serio, pero no es así. Ellas no tienen la capacidad de entender el amor como un ser humano, no desean en el modo pasional sino les gusta la ternura de un hombre. No puedo negarle que ha habido hombres que, a pesar de tener una experiencia amplia en la energía sobrenatural, han caído rendidos ante la belleza de esos espíritus confundiéndolas con mujeres y se han metido en serios aprietos. Pero para que ellas deseen convivir con un hombre como cualquier mujer, el hombre debe incitar su pasión, lo cual ocurre con cualquier hombre que las ve. No es el caso de Nigromante ni el mío, además no todos los hombres son conscientes y capaces de verlas. Así que, en conclusión, no son de mi tipo, no para lo que usted piensa. Se me escapó una sonrisita, y me encantó su explicación. —¿Podría decirme cómo le gustan, Jon? Bueno, del modo que pienso. En sus labios se dibujó una sonrisa. —Creo que, en primera para aclarar, no me gustan, me atrae irresistiblemente sólo una. En resumidas cuentas es terca, necia y se goza al subestimar los peligros, además de que nunca se siente totalmente convencida de cuánto ella es a mis ojos y lo que significa a mi corazón. Se me escapó un suspiro, del cual él se percató. De inmediato moví una de sus manos con intención de tocarlo, me sorprendió notar que la sujetó con medio moverla y al tenerla le dio un beso, entrelazó sus dedos con los míos. Mi corazón saltó de dicha. Seguimos caminando sobre la arena, mientras mi corazón volvía a verterse en un gozo incomparable, apretaba su mano fuerte muy satisfecha con sentir el calor su piel. 
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