Pasó una semana y Lia volvió al consultorio. Llevaba puesto un vestido n***o, ceñido al cuerpo, que la hacía parecer más joven.
―Hola, Lia ―saludó Antonella, con tono neutral―. Estás muy linda el día de hoy.
―¿Acaso la última vez no lo estaba?
―Sí, claro… pero el vestido que tenías la semana pasada era más casual. A éste lo veo un poquito más… atrevido. Te marca muy bien la figura. ―Cerró la puerta e hizo pasar a su paciente. Le señaló los mismos sillones que habían usado la última vez―. Tomá asiento. Esta vez ya tengo la jarra de limonada preparada.
―Ya veo. ―La jarra en cuestión estaba sobre la mesa ratona―. Qué atenta, eso me gusta. Veo que sí tenés buena memoria.
―Pasó solamente una semana. ―Se sentaron y Antonella llenó un vaso con limonada―. Contame… ¿por qué estás usando ese vestido en particular?
―Me pediste que hiciera un pequeño cambio en mi rutina. Lo primero que se me ocurrió fue comprar algo de ropa nueva… algo un poquito más atrevido. ―Cuando Lia cruzó sus piernas, el vestido se subió hasta superar la mitad de sus muslos―. Te aseguro que mis alumnos también notaron ese cambio. No faltó el desubicado que me halagara el culo.
―¿Y cómo te hizo sentir eso?
―No sé… a ver, en parte me alegra que la gente me siga considerando atractiva. Pero cuando un par de mis alumnos me halagaron, no sentí nada.
―¿Es porque son muy jóvenes? ¿O sólo porque son tus alumnos?
―No sabría decirte. ―Tomó un buen sorbo de limonada―. Creo que el problema fue que lo dijeron de forma demasiado amable, con miedo. Entonces no parecía un halago sincero.
―¿Te hubiera gustado que fueran más directos? ¿Que te lo dijeran de forma poco sutil?
―Me hubiera gustado que fueran más valientes. De por sí a mí me cuesta sentir interés en algún hombre; pero lo que menos interés me causa, es que sea un hombre cobarde.
―¿Y cómo fue el trato con tus alumnos durante esta semana?
―Mucho mejor que de costumbre. Ellos estaban sorprendidos por el cambio. Fui más amable, le puse más onda a las clases. Por lo general a mí me molesta mucho tener que explicarles tres o cuatro veces seguida lo mismo. Pero esta vez me armé de paciencia, y si alguno tenía un problema para entender algo, se lo explicaba tantas veces como fuera necesario.
―¿Ellos se mostraron diferente?
―Sí, los noté más activos. Hicieron más preguntas de lo habitual. Incluso me demostraron que habían entendido algunos temas. También me dio la impresión de que varios de mis alumnos… y algunas alumnas también, no me sacaban los ojos de encima. Me compré varios vestidos, uno para cada día de la semana.
―¿Todos así de cortos?
―Sí. ¿Te parece que es muy corto? ¿Exageré?
―No lo sé, es bastante corto, se te ven todas las piernas, especialmente cuando te sentás.
―Sí, lo sé. Me dio un poco de vergüenza, porque nunca usé vestidos tan ceñidos al cuerpo, durante clases, ni tan cortos. Para colmo algunos me miraron de forma alevosa. Sin ningún tipo de disimulo.
―¿Y cómo te hizo sentir eso?
―No me molestó. Incluso me hizo sentir un poquito halagada. Lo que sí me sorprendió es que varias de las chicas me miraron.
―Puede pasar. Te voy a hacer una pregunta directa, y me gustaría que respondieras con sinceridad. ¿Alguna vez tuviste una fantasía s****l con algún alumno?
―¡Apa! Esa sí que es una pregunta directa. Ya veo que la sesión anterior fue una entrada en calor, y ahora van a empezar los balazos. A ver, siendo sincera… escuché algunas de mis colegas, profesoras de otras asignaturas, decir que de vez en cuando tenían alguna fantasía s****l con sus alumnos. Entiendo que la gente pueda encontrar morbo en eso… en lo “prohibido”. Así que no creo que sea algo tan raro. Alguna vez, en la intimidad, me permití fantasear con algo así. Fue… estimulante. Como te dije, tiene ese sabor de “lo prohibido” que atrae. Pero nunca pasé de ahí, es más, ni siquiera centré esas fantasías en un alumno en particular. Para mí fue algo de un rato, y pasó. Una fantasía descartable, como cualquier otra.
―Ya veo. En toda la semana que estuviste usando ropa un poquito más atrevida. ¿Alguien más te hizo un halago? Me refiero a alguien no sea uno de tus alumnos.
―Bueno, sí. Un par de profesores, colegas míos. Pero, al igual que con mis alumnos, no me generó nada. Lo que sí me causó gracia fue que una de las profesoras me dijera: “Qué sexy que estás, Lia… ¿dónde tenías escondida esa cola tan linda?”
―¿Y por qué te hizo gracia?
―Porque ella es mujer… es decir, lo sentí como un cumplido más honesto. De una mujer a otra. Ella no lo dijo porque tenga intenciones de llevarme a la cama, como lo hacen los hombres.
―¿Y qué te hace pensar que esas no son sus intenciones?
―Ay… porque es mujer… y yo también.
―¿Ahora quién es la ingenua, Lia? ―A la paciente se le petrificó la cara―. ¿Acaso no hay mujeres que desean a otras? Con fines sexuales…
―Sí… sí… las lesbianas. No soy ninguna tonta… pero Jessica no es lesbiana. Hace años que trabajo con ella. Ya me hubiera dado cuenta.
―¿Te darías cuenta si una mujer fuera lesbiana?
―Sí, se nota mucho. Tuve alumnas lesbianas, y se les nota a la legua. Es más, en mi curso hay una chica… bonita, sí… pero camina como hombre, habla como hombre... tiene el pelo rapado… es lesbiana de acá a la china.
―Ya veo. ¿Además de esa profesora, hubo alguna otra mujer que te haya halagado?
―Sí, dos más. Dos de mis alumnas… Karina y Vanesa. Chicas muy bonitas. Me dijeron que el vestido me quedaba precioso… el de ese día era uno azul, medio parecido a éste. Una de ellas, Vanesa, me dijo algo muy curioso: “Si no fueras mi profe, te invitaría a salir”.
―Qué dulce. ¿Y vos cómo te tomaste ese comentario?
―Bien, igual que el de Jessica. Un lindo halago, de una mujer a otra.
―Lo que quiero saber es qué mensaje sacás de lo que te dijo Vanesa.
―¿Cómo qué mensaje?
―Ella dijo que te invitaría a salir, si no fueras su profesora. ¿Cómo entendiste eso?
―Em… no sé, que me invitaría a salir como hace con sus amigas, los fines de semana. Muchas chicas salen a bailar juntas…
―¿Y no pensás que pudo haber otras intenciones en lo que dijo?
―¿Qué intenciones?
―Es que eso de “invitar a alguien a salir” se puede interpretar como una invitación s****l.
―¿Otra vez con ese tema? Vanesa no es lesbiana. Eso se nota.
―Sin embargo te halagó por tu cuerpo…
―¿Y eso qué tiene de malo? Yo también les hice un cumplido a ellas. Tengo que reconocer que son bonitas. Jessica también lo es, y se lo hice saber. No veo nada de malo… nada lésbico… en estar diciéndole a una mujer que es bella. Es más, también podría decírtelo a vos… pero sos mi terapeuta.
―No me molesta eso… ¿qué me dirías a mí?
―Mmm… a ver… que tenés una sonrisa encantadora, aunque algo fría.
―Eso es contradictorio.
―No lo creo. Tu sonrisa es sincera, es la justa y necesaria. No buscás sonreír más de la cuenta. Por eso pienso que tiene su encanto.
―Bueno, gracias. ¿Algo más?
―Sí, tus ojos son preciosos… ¿Son grises?
―Verdes.
―Imagino que el color rojo no es natural.
―No, pero lo uso desde hace tantos años que ya lo siento como mi color natural.
―Estoy segura de que si tuvieras el pelo n***o, tus ojos destacarían mucho más.
―No sé… las pelirrojas de ojos verdes tienen su encanto.
―Puede ser. Ah, otra cosa: a pesar de que hoy tenés una blusa un poquito holgada, se nota que tenés buen busto.
―La vez pasada me hiciste un comentario sobre mis pechos.
―Ah, sí. Es que… tenés las tetas grandes. Seamos sinceras. Y con la camisa tan ajustada… parecía todo a punto de explotar. Ahora estás más sutil. Aunque ese pantalón de jean, que es bastante ajustado, te marca mucho la cola. Pero mucho. Al entrar me encontré con ese par de nalgas que parecen a punto de rasgar la tela del pantalón.
―¿Me miraste la cola cuando entraste?
―¿Cómo no hacerlo? Sos bastante culona, y más se nota con ese pantalón. Tendría que andar con bastón y lazarillo para no notar ese culo.
Antonella soltó una risita.
―Bueno, me lo tomo como un cumplido.
―Y no vayas a pensar que soy lesbiana. Soy mujer y puedo reconocer que tenés un lindo culo, sin más vueltas que darle al asunto.
―¿Te molestaría que yo pensara que sos lesbiana?
―¡Claro!
―¿Por qué?
―¡Porque no soy lesbiana!
―Ajá… bien… a nadie le gusta que lo tomen por lo que no es.
―Muy cierto.
―Pero hace un ratito dijiste algo que me llamó la atención… dijiste que no había nada de malo en reconocer la belleza de una mujer. Nada lésbico.
―Sí, así es como lo veo. ¿Qué tiene de raro?
―Que usaste la palabra “lésbico” como sinónimo de “malo”. ¿Considerás que es malo ser lesbiana? ―Lia se puso rígida, miró a su terapeuta con severidad. Cualquier atisbo de alegría en su rostro, se borró en un parpadeo. Como no dijo nada, fue Antonella la que rompió el silencio―. Te recuerdo que no estoy para juzgarte. Vos en este espacio podés dar tu más sincera opinión. Ni me voy a enojar, ni me voy a ofender.
―Imagino que es tu trabajo… me refiero a eso de no juzgar, ni ofenderte por las creencias de la gente.
―Exacto. Llevo años trabajando como psicóloga. Ya escuché opiniones muy diversas, y sé cómo tomármelas. Podés ser totalmente sincera conmigo.
―Está bien, porque hoy en día si una dice algo malo sobre las lesbinas, la gente te salta al cuello. Pero como vos no lo vas a hacer, te soy sincera: no me agradan las lesbianas. Para nada. No entiendo cómo la sociedad llegó al punto de declarar legal el matrimonio entre dos mujeres. Me parece una aberración.
―Ya veo. Así que, en el hipotético caso de que Vanesa, Jessica… o la otra chica, Karina, te hubieran hecho halagos con intenciones lésbicas, te molestaría.
―Por supuesto. Es más, no me sentiría cómoda trabajando con una lesbiana.
―¿Te referís sólo a Jessica o también a tus alumnas?
―Más que nada a Jessica. Porque con ella tengo más trato, al ser colega… muchas veces tomamos mate o café juntas, en la sala de profesores. Ya somos amigas. Por mis alumnas no me preocupo tanto, no suelo tener un trato tan directo con ellas… a no ser que necesiten horas extra. Por norma de la universidad, tengo que dar algunas horas de tutoría, fuera del horario de clases. Por lo general nunca va nadie, pero a veces van uno o dos alumnos. Eso hace que tenga que tratar con ellos de forma más personal.
―¿Y alguna vez te tocó dar esas clases de tutoría con una alumna que fuera lesbiana?
―No, por suerte no. Sinceramente no sé a qué viene todo esto de las lesbianas… mi problema es con los hombres, no con las mujeres.
―Lo sé… pero sólo estoy conversando con vos, conociéndote un poquito más. ¿Te molesta que tengamos debates sobre otros temas, que no sean exactamente el que vos querés tratar?
―No… porque yo no pago las horas de consulta ―soltó una risa estridente―. Más le va a molestar a la obra social, que van a tener que pagar un montón de sesiones.
―¿Te molestaría venir durante “un montón” de sesiones?
―No, creo que no… tu consultorio es muy lindo. Me relaja estar acá. Vos me parecés una chica simpática… algo rara, para ser psicóloga, y con poca experiencia s****l… pero simpática. Además preparás buena limonada. ―Dio otro buen sorbo al vaso―. Aunque la próxima vez me gustaría que hubiera un poquito de vodka con el jugo de limón. Pero, hey, no me tomes por alcohólica, que no lo soy. De hecho nunca tomo nada de alcohol… pero como vengo a sesiones los viernes, ya en el último turno de la tarde… no me vendría nada mal, para relajarme un poquito más antes del fin de semana.
―No soy partidaria de que haya alcohol en mis sesiones, pero puedo hacer una excepción… justamente por ser viernes, y el último turno. Además, si eso te ayuda a relajarte un poco…
―Sí, creo que me podría ayudar.
―Bien, tomo nota.
―¿Ocurrió algo más que sea digno de destacar?
―Em, sí… tiene que ver con mis alumnos. Te dije que hubo un par que me halagaron casi con miedo, pero yo me lo tomé de forma positiva. Les sonreí y les di las gracias. Me da la impresión de que le contaron eso a sus compañeros, porque después hubo uno, un chico llamado Gabriel; él me halagó de otra manera.
―¿Cómo lo hizo?
―Esto pasó hoy mismo, a la mañana, yo tenía puesto este mismo vestido. Gabriel quería que le explicara cómo resolver unos ejercicios, en el salón ya no había nadie. Puse la hoja en el escritorio y empecé a anotar las explicaciones. Él se me acercó, para ver lo que yo estaba escribiendo. Como te imaginarás, yo estaba inclinada hacia adelante, y él… bueno, diciéndolo de forma vulgar, me arrimó por atrás. Pero lo hizo como sin quererlo. Porque siguió haciéndome preguntas sobre matemática. Yo me sentí un poco incómoda, tal vez el chico ni siquiera tenía intenciones de arrimarme; pero sentí su bulto contra la cola. Por suerte la cosa no pasó de ahí.
―Y vos lograste mantener la calma, sin enojarte con él.
―Sí. Aunque te digo que me costó bastante.
―Antes de contarme esto dijiste que el chico te “halagó”. ¿Así que vos lo tomaste como un halago?
―Bueno, sí. Es que si lo hizo a propósito, puedo interpretarlo como un halago. Como una forma de decirme que yo le parezco atractiva.
―Sí, podrías interpretarlo de esa manera. Lia, quiero hacerte otra pregunta muy importante, que tiene que ver con el asunto que te trajo hasta acá.
―¿Con los problemas en el sexo?
―Sí. Decime, ¿vos te masturbás?
―¡Ja! Otro balazo directo. Pero no, no lo hago.
―¿Y por qué no?
―Qué se yo… ¿será porque ya estoy grande para esas cosas? No creo que, a mi edad, sea apropiado estar haciendo eso.
―No considero que masturbarse, a nuestra edad, sea algo malo. Al contrario.
―Claro… ―dijo Lia, con sarcasmo―. ¿Ahora me vas a decir que vos también te hacés la paja?
―Sí, por supuesto. Si siento la necesidad de hacerlo, lo hago.
Lia abrió mucho los ojos y la boca, instintivamente bajó la mirada hasta encontrarse con las torneadas piernas de la psicóloga, que destacaban de erotismo, debido a lo ajustado que era el pantalón de jean. Las palabras de la psicóloga resonaron en su cabeza. Le costaba procesar que esa mujer, que parecía tan profesional, hubiera admitido que se tocaba la concha, con toda la intención de brindarse placer.
―Veo que te dejé sorprendida ―dijo Antonella.
―Sí, eso no me lo vi venir. No imagino a una psicoterapeuta haciendo una cosa así; mucho menos a una que parece tan profesional, como vos.
―Es que masturbarse no tiene nada de malo. Es una forma de relajarse.
―Bueno, a mí me vendría bien relajarme un poco de vez en cuando.
―Es posible. Y ésta sería una buena forma de hacerlo, sin que tengas que requerir de nadie más. Es algo que podés hacer sola.
―No lo había visto de esa manera. ¿Considerás que masturbarme podría ayudarme a superar mi problema con el sexo?
―Tal vez. Al menos te ayudaría a sentirte más cómoda con tu propio cuerpo, y a relajarte, que como bien dijiste, lo andás necesitando.
―Entonces, teniendo en cuenta que vos sos una profesional de la salud, ¿me estás recetando que me masturbe, como parte del tratamiento?
―Podría verse de esa manera, sí. Sería bueno que lo hicieras, con fines terapéuticos.
―¿Y cuántas veces a la semana tendría que hacerlo?
―¿Querés que te de un número exacto?
―Me ayudaría mucho.
―Está bien. Vamos a empezar con tres a la semana.
―¿Tres veces? ¿No te parece mucho?
―En tu caso, no. Mirá que yo no me olvido, el viernes que viene te voy a preguntar si te masturbaste tres veces.
―Está bien, tomo nota.
―Ah, y no podés hacer las tres el mismo día. Que sean en días separados.
―¡Ja! No veo posible hacerlo tres veces en un mismo día. Así que por eso no te preocupes.
―¿Algún encargo más, para la semana?
―Ya que estamos, sí. Me gustaría pedirte otra cosa. Es obvio que este asunto de los consejos funciona muy bien con vos, te los tomás como una tarea, y lo cumplís.
―Así es. Me ayuda mucho tener objetivos claros. Los demás psicólogos nunca se animaron a darme un objetivo preciso.
―Bueno, acá tenés otro objetivo, para la semana. Quiero que hables con tus alumnas, Vanesa y Karina. De ser posible, me gustaría que concretes una clase de tutoría con ellas.
―Eso no es tan difícil, las dos andan medio mal en matemáticas, les vendrían bien unas clases particulares. Pero ¿por qué tengo que hacerlo justamente con ellas?
―Es parte del proceso para que empieces a llevarte mejor con tus alumnos. Es posible que vos le caigas bien a esas chicas, y si ellas hablan con sus amistades, y les cuentan que vos fuiste amable y simpática con ellas, entonces los demás alumnos te van a empezar a ver con otra cara.
―Tiene sentido. ¿Y qué tan simpática tengo que ser con ellas?
―Tanto como puedas. Es más, vos me dijiste que ellas te halagaron porque sos linda, y que ellas también son bonitas…
―Los son.
―No vendría nada mal que vos también le hicieras un halago sincero a ellas.
―Bueno, lo voy a intentar.
―Una cosita más, si no te molesta que siga haciéndote encargos.
―No, para nada. Mientras más, mejor. Me dan algo en qué concentrarme durante la semana. Estos días la pasé bien, probando los vestidos nuevos, y cambiando un poco mi actitud.
―Perfecto, porque lo que te voy a pedir tiene que ver justamente con eso. Seguí usando estos vestidos.
―Eso lo hago con todo gusto.
―Pero… y esto lo dejo enteramente a tu criterio, podrías hacerles un pequeño ruedo. Acortarlos al menos uno o dos centímetros.
―¿Acortarlos? Pero si ya me quedan por encima de la mitad del muslo.
―Por eso mismo es algo que vas a decidir vos, yo solamente de hago la sugerencia.
―¿Y por qué debería hacerlo?
―Porque se nota que los halagos de tus alumnos y colegas te hacen sentir bien. Si mostrás un poquito más las piernas, que no tiene nada de malo, seguramente recibirías más halagos de parte de ellos.
―Eso es muy posible.
―Y si esto pasa, más allá de que acortes los vestidos o no, intentá poner buena cara a estos halagos. Respondé con tanta simpatía como puedas, incluso si el halago te parece que es un poquito desubicado, o subido de tono. No te olvides que esto es un ejercicio, si no funciona bien, entonces no lo vamos a seguir aplicando.
―Comprendo.
―Entonces, ¿me prometés que vas a hacer tu mejor esfuerzo, como lo dijiste la semana pasada?
―Sí, te lo prometo.
Unos minutos más tarde Lia abandonó el consultorio.