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Antonella [+18]

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Antonella Vitale, una de las mejores psicólogas en el ámbito s****l del país recibe una nueva paciente la cual causa en ella un montón de cosas que la dejan algo perpleja. Esta mujer de casi 39 años llamada Lia asiste a la terapeuta para resolver un par de asuntos que la vienen atormentando desde un tiempo atrás después de haber recurrido a distintos psicólogos que no pudieron resolver sus inquietudes siendo la señorita Vitale su última opción.

Antonella una vez se empieza a empapar con las razones por las cuales Lia asiste a su consultorio se da cuenta que esta mujer tiene un problema serio de confusión con respecto a su s****lidad, así que la terapeuta recurre a unos métodos poco éticos para aclararla durante el proceso corriendo riesgos personales tales como sentir amor.

¿Lia podrá resolver sus líos o caerá en las tentaciones de su terapeuta?

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Un placer, Lia
Antonella Vitale abrió la puerta y recibió a su nueva paciente. Frente a ella se encontraba una mujer de unos cuarenta años, con grandes anteojos oscuros y un sencillo vestido de verano, con rosas estampadas. La terapeuta mostró una sonrisa ensayada, pero amable. La recién llegada saludó con un “Hola” seco y sin gracia. Antonella se hizo a un lado, invitándola a pasar, y le indicó que tomara asiento. La paciente miró los dos grandes sillones de cuerina blanca como si fueran las camillas de un hospital psiquiátrico. Estaban enfrentados y eran idénticos, en cada uno de ellos cabrían al menos cuatro personas. La psicóloga notó su nueva paciente dudaba, como si ninguna de las dos opciones la convenciera; por eso le dijo: ―Si querés podés sentarte en alguno de los sillones más chicos, los que están allá. Señaló dos sillones individuales, situados unos dos metros de los más grandes. Éstos también estaban enfrentados y eran idénticamente blancos, pero al ser más pequeños se sentían más personales. La paciente optó por uno de esos. Antonella se sentó en el otro. ―¿No te estás olvidando de algo? ―Preguntó la mujer, al ver a su joven psicóloga sentarse. ―¿Algo como qué? Em… ¿te gustaría tomar algo? ―No… bueno… sí, si tenés algo fresco… que no sea agua. ―Tengo limonada. ―¿De sobre o casera? ―Emm… de sobre. Pero también tengo limones… ―Prefiero los limones. No me gustan los jugos que vienen en sobre. ¿Quién sabe la cantidad de porquerías químicas que deben tener? ―Bueno, voy a preparar el jugo… pero antes decime ¿qué es lo que me estoy olvidando? ―De tu libreta. O una grabadora… no sé, los psicólogos siempre las usan. ―No todos, yo no tomo notas, ni grabo mis sesiones. Confío en mi memoria. ―Eso lo dirás ahora, que sos jovencita. Seguramente tuviste pocos pacientes. Cuando tengas más, te va a explotar la cabeza. ―No soy tan joven, tengo casi cuarenta años. ―Esto sorprendió a la paciente, como si no pudiera creer que esa mujer esbelta, que no tenía ni una pequeña arruga en el rostro, ya estuviera pisando los cuarenta―. Tuve más pacientes de los que te imaginás, y la memoria nunca me falló. Al menos no de alguna forma que pudiera perjudicar una sesión. ―¿Segura? ¿No lo dirás para impresionarme? ―La mujer analizó a la psicóloga, mientras se quitaba los anteojos de sol. Le pareció una mujer muy bonita, con cierto aire de grandeza. Supuso que debía ser una mujer muy severa y profesional; pero de todas formas decidió ponerla a prueba―. Te noto poco curtida. ―No seré la más experimentada entre mis colegas, pero llevo años ejerciendo esta profesión. Terminé la carrera en poco tiempo. Además doy clases de psicología en la universidad. Pero no puedo hacer nada si sentís que no soy la terapeuta apropiada para vos. Si querés puedo ponerme en contacto con alguien… y derivarte. ―No, dejá. No va a ser necesario. Ya tuve terapias con viejos que se creen Freud, y no me sirvió de nada. Todo el tiempo hablando de mis padres, y de mi infancia. Eso no me solucionó ninguno de los problemas que tengo hoy en día. Vamos a probar algo diferente… ¿por qué no? ―La mujer sonrió por primera vez desde que entró; pero no había alegría en sus labios. ―Perfecto. Bueno, voy a preparar el jugo de limones. No me tardo. Antonella salió del consultorio, meneando suavemente las caderas, cubiertas por una pollera gris que se ceñía firmemente a sus pronunciadas curvas. La paciente la siguió con la mirada y se preguntó qué pensarían los pacientes masculinos al ver una psicóloga con tan buena figura. Antes de que ella pudiera empezar a aburrirse, Antonella reapareció con una jarra llena de agua fría y un bol con limones. ―¿Lo vas a preparar acá? ―Preguntó la paciente. ―Sí, para que no pierdas el tiempo. Mientras yo me encargo de ésto, vos podés contarme qué te trajo hasta acá. Y de paso me podés decir tu nombre. Dejó la jarra de vidrio sobre un escritorio situado pocos metros detrás de uno de los sofás, y empezó a cortar un limón. La mujer se puso de pie, y se acercó, como si quisiera ver la preparación del jugo con sus propios ojos. ―Me llamo Lia. Soy soltera y tengo treinta y nueve años. ―Le dio un poco de envidia decir su edad, porque a ella sus “casi cuarenta” se le notaban más. Incluso le irritó pensar que tal vez Antonella tuviera la misma edad que ella. Ya tenía algunas tenues arrugas en la comisura de sus labios y debía teñirse el pelo para combatir las canas. Lo que la tranquilizó un poco fue que la psicóloga tenía el pelo de un rojo intenso, que no parecía natural. Tal vez ella también estaba en guerra contra las canas… o solo le gustaba teñirse de rojo porque eso la hacía más llamativa, en combinación con sus ojos verdes―. Me dedico a la docencia; soy profesora de matemática, en una universidad. ¿Necesitás algún otro dato más? ―¿Datos? No… ―Antonella levantó la cabeza y se encontró con los ojos de su paciente. Lia tenía severidad en la mirada, esos vigoroso ojos marrones parecían duros en la superficie, pero brillaban con una tenue fragilidad―. Lo que necesito es que me hables de vos. ―¿Querrás decir que te hable de mis problemas? Porque es lo único que a los psicólogos les interesa oír. ―Tenés muchos prejuicios con los psicólogos. A mí todavía no me conocés, no saques conclusiones antes de tiempo. No soy como los demás terapeutas que conociste, eso te lo aseguro. Si no querés hablar de tus problemas, entonces podés contarme algo que te haga bien, algo que te guste… alguna cosita linda que te haya pasado en la semana… o en lo que va del mes. Lo que se te ocurra. ―Con sus manos exprimió los gajos del primer limón, dejando caer el jugo en la jarra. ―Mmmm… ―Lia meditó unos segundos, mientras Antonella comenzaba a cortar el segundo limón―. No sabría qué contarte. Mi vida es muy rutinaria. ―¿Y considerás que eso es algo bueno o malo? ―Hay días en los que pienso que es algo bueno. Me gusta tener cierto control en mi vida, saber que no me voy a encontrar con sorpresas. Pero otras veces siento la rutina un poco… aburrida. Es como si todos los años empezara otra vez mi “ciclo de vida”. Ver alumnos, dictar los mismos temas para la misma materia, tomar exámenes, corregirlos. Aprobar a algunos, aplazar a otros… y empezar otra vez con lo mismo, al año siguiente. ―¿Y cuándo fue la última vez que tu rutina se rompió? ―Antonella exprimió los gajos del segundo limón, y luego los dejó caer dentro del agua. ―Mmmm… creo que fue hace un poco más de un año. Cuando conocí a Héctor. Un buen tipo. ―¿Y qué pasó con Héctor? ―Lo mismo que me pasó con todos los hombres que conocí. Al principio me despiertan interés y creo que voy a vivir una buena relación, a disfrutarla. Generalmente son buenos tipos. Todo marcha bien hasta que… ―¿Hasta qué? ―La psicóloga empezó a cortar el tercer y último limón. ―Hasta que llega el sexo. ―¿Y qué pasa durante el acto s****l? Lia soltó una risita burlona. ―¿Ves? Igual que los demás psicólogos. Cuando escuchan la palabra “sexo” enseguida adoptan un aire de superioridad, como si fuera un tema ajeno a ellos. Algo que solo afecta a los simples mortales. ―Te dije que no saques conclusiones apresuradas conmigo. Lo pregunté porque no sé a qué te referís específicamente. Durante el sexo pueden pasar miles de cosas, y no tengo idea de lo que pasó con Héctor. Lia la miró con cierta incomodidad. Nunca había tratado con un psicólogo que fuera tan desafiante. Estaba acostumbrada a que los terapeutas adoptaran la posición menos conflictiva posible; pero Antonella parecía no tener miedo a un enfrentamiento verbal con sus pacientes. La psicóloga exprimió los gajos de limón y los dejó caer en la jarra. Buscó dos vasos en un mueble que estaba a pocos metros del escritorio, y los llenó de limonada. Se los ofreció a Lia y juntas volvieron a los sillones. La jarra quedó en una pequeña mesa ratona que estaba junto a ellos. ―Está bien ―dijo Lia, después de tomar un sorbo de su vaso―. Me refiero a la limonada. Está bastante bien. ―Gracias ―respondió Antonella, sin entusiasmo. ―Te voy a contar lo que pasó con Héctor, sólo para poder acelerar un poquito el trámite. De todas formas en algún momento te lo iba a tener que contar. Cuando estuve con él, en la cama… me aburrí. Juro que me aburrí. ¿Cuántas mujeres se aburren en pleno acto s****l? ―Más de las que te imaginás. ¿Te pareció un hombre poco excitante? ―No lo creo… era un tipo lindo. Además, no sólo me pasó esto con él. Sino con mis parejas anteriores. Pensé, como tantas otras veces, que con Héctor sería diferente; pero no fue así. Él me llamó mil veces pidiéndome explicaciones, pero no pude darle ninguna. Sé que el problema no es él. Soy yo. Por eso intenté varias veces con la terapia. ―Y no estarías acá, una vez más en terapia, si no se tratase de un problema importante para vos. ―Muy perspicaz. ―Tomó otro sorbo de limonada―. Pero sinceramente no sé qué hago acá, sé que mi problema no tiene solución. La triste realidad es que el sexo me aburre. No me interesa en lo más mínimo. ―Pero te gustaría que no fuera así… ―Tal vez… qué se yo. Escuché tanta gente decir que el sexo es algo tan maravilloso… me gustaría poder entenderlos, al menos por una vez en la vida. Pero cada vez que me hablan de lo bueno que es el sexo, yo pienso que en realidad está sobrevalorado. ¿Vos qué postura tenés al respecto? ¿Creés que es tan bueno como dicen, o la gente exagera? ―El sexo tiene sus cosas buenas. ―Já. “Tiene sus cosas buenas”. ¿Esa es tu mejor respuesta? ―Lia miró a Antonella con frialdad, pero la sonrisa no se difuminó de la cara de la psicóloga―. Eso me pasa por preguntarle a un robot. ―¿Te parezco un robot? ―Un poquito. Parecés muy fría y calculadora. Como si fueras una máquina. Hasta tu forma de vestir me indica eso. Es super pulcra… y estirada. Aunque admito que me sorprende un poco que te vistas así. ―¿Por qué? ―Porque sos delgada, y a la vez voluptuosa. Entonces si usás ropa tan ajustada llamás mucho la atención. ¿No deberías usar ropa más holgada frente a tus pacientes? Tus pechos parecen a punto de hacer explotar esa camisa. ―Vos lo dijiste, soy pulcra. Metódica. Me gusta vestirme de esta manera. ―¿Sos muy rígida con tus métodos? ―Tal vez… pero mis métodos no son los que acostumbran usar la mayoría de los psicólogos. Al principio fue difícil, porque siempre aparenté tener menos años, y me veían como una jovencita sin experiencia... ―Esa es una buena particularidad. A mí se me notan todos y cada uno de los treinta y nueve años que tengo. ―No lo creo, si no me hubieras dicho tu edad, hubiera pensado que sos más joven que yo ―Lia no pudo evitar sonreír ante el halago―. Pero bueno, ya no soy la joven inexperta que era cuando terminé la carrera. ―Me quedé pensando algo… para haber hecho la carrera tan rápido, y además tener “años de experiencia en clínica”, te habrás pasado todo el día encerrada y trabajando. Yo vengo con un problema s****l, y no creo que vos tengas experiencia en ese asunto. Sos una mujer muy hermosa y llamativa, eso no lo discuto; pero, como te dije antes, parecés un robot. Como si todo en tu vida sea tratar con pacientes… de forma metódica. ―Traté muchas personas con problemas sexuales. ―No me estás entendiendo, Antonella ¿Ese es tu nombre, cierto? ―dijo Lia, con altanería―. Me refiero a que no tendrás experiencia en el sexo. Tenés pinta de ser frígida, habrás cogido muy poco en tu vida. ―La psicóloga permaneció en silencio, con su gélida sonrisa―. No me atrevería a decir que sos virgen, sólo por la edad que tenés… pero si no es así, pasa raspando. ―¿Y que yo no tenga experiencia en sexo, sería un problema para el tratamiento? ―Por supuesto. ¿Cómo me podés ayudar con un problema s****l, si no sabés lo que es coger? ―Podrías llegar a sorprenderte… soy buena psicóloga. ―Pero aunque seas la mejor del mundo. Yo tengo un problema concreto. Empecé terapia con vos, porque sos mujer. Pero creí que ibas a ser un poquito más humana… con más experiencia en el asunto. Pero parece que viviste tu vida dentro de este consultorio. ―No lo voy a negar, paso mucho tiempo en el consultorio. ¿Qué sería “tener mucha experiencia”, según tus parámetros? ¿Considerás que vos sí tenés mucha experiencia en el sexo? ―Yo no la tengo, desde ya te lo aseguro. Pero acá soy la paciente, no la terapeuta. No sé qué sería exactamente “mucha” experiencia. Qué se yo… haber tenido una pareja estable, durante un par de años. Algo así. ―Bueno, entonces sí sería mi caso. Tuve al menos una pareja, durante un par de años. ―Ah, bien… eso me sorprende. ¿Y eran sexualmente activos? ―Bastante. ―¡Já! Picarona… y yo que creía que eras una máquina. ―La sonrisa de Antonella se volvió aún más desafiante―. Entonces tal vez sí tengas esa experiencia necesaria. ¿Vos la pasabas bien? ―Sí, muy bien. No creo que el sexo esté sobrevalorado, como vos decís. Creo que te faltó algo para poder disfrutarlo. ―Básicamente me estás diciendo que el problema soy yo. ―Tal vez… pero parece que eso ya lo tenías asumido desde antes de entrar a mi consultorio. ―Auch… eso dolió. Sos muy cruel para ser tan linda. Ojo, digo “linda” en el sentido de que tenés cierto… encanto femenino. No me malinterpretes. ―No te malinterpreto, quedate tranquila. Y gracias por eso. ―¿Por decir que sos linda, o por decir que sos cruel? ―Por lo linda. Yo no intento ser cruel con vos. Sólo busco ser sincera, para poder ayudarte mejor. ―Entonces… sinceramente… ¿qué creés que me pasa? ―Imposible saberlo ahora mismo. El sexo es algo muy complejo, tanto como lo es la mente humana. Tengo que conocerte mejor antes de poder sacar una conclusión. Ésto podría llevar varias sesiones. Por eso necesito que me hables de vos. ―Espero obtener mejores resultados esta vez, porque esto de ir al psicólogo a contar mis problemas, y salir con las manos vacías… ya se está volviendo parte de mi rutina. Lia empezó a contarle a su terapeuta distintos aspectos de su vida. Detalles de su entorno familiar, su vida laboral, sus relaciones de amistad. Se pasó varios minutos quejándose que lo mal que podía pasarla durante las clases, porque los alumnos parecían odiar matemáticas; y a veces se frustraba al ver que tantos aplazaban la materia. Además, en ciertas ocasiones, algunos alumnos le habían hecho comentarios subidos de tono. ―Explicame mejor acerca de esos comentarios “subidos de tono”, ―pidió Antonella. ―No siempre me pasa, porque la mayoría de mis alumnos saben ubicarse. A ver… yo reconozco que soy una mujer con cierto atractivo físico. ¿Vas a pensar que soy una egocéntrica por decirlo? ―No, para nada. Es cierto, sos una mujer atractiva. Si pasás muchas horas frente a alumnos universitarios, es esperable que más de uno se fije en vos, como mujer. ―Bueno, gracias. Se que no soy una mujer despampanante, pero tengo lo mío ―Lia poseía un cuerpo estilizado, con sutiles curvas. Nada muy exagerado, o muy vulgar, pero todo en el lugar en el que tenía que estar, aún a sus treinta y nueve años. Se preocupaba por su apariencia, le gustaba cortarse el pelo al menos una vez al mes. Llevaba un corte carré, más largo del lado derecho que del izquierdo. El tener el pelo n***o, tan lacio y prolijo, la hacía parecer incluso más severa―. A mí me da la impresión de que parezco una mujer dura y fría, más cuando estoy enseñando matemáticas. Creo que por eso muchos hombres evitan acercarse a mí. Pero bueno, de vez en cuando hay algunos que lo intentan. Hubo alumnos que me han invitado a salir, algunos lo pidieron de forma tan amable que casi les digo que sí… pero nunca acepté. Otros no fueron tan sutiles. Me llegaron a decir cosas como: “Esta noche vení a mi casa y te doy la cogida de tu vida”. ―Eso es bastante fuerte, especialmente viniendo de uno de tus alumnos. ―Sí, yo me quedé helada. También recuerdo que hubo otro que directamente me tocó el culo y en el oído me dijo: “Cómo te rompería el orto, putita”. Por suerte no había nadie más en el salón, sino me hubiera muerto de la vergüenza. ―¿Te molestó que te dijera eso? ―¡Claro! ¿Cómo no va a molestarme? ―Está bien. Entonces me imagino que te alejaste de él. ―Sí, claro. Lo eché del salón y le dije que si volvía a ponerme una mano encima, lo iba a denunciar. Le conté esto a una compañera, sin darle el nombre del alumno. Yo sé que la gente habla de mí en la universidad, y algunos de esos rumores llegan a mis oídos. Se creó una especie de aura a mi alrededor, y los alumnos empezaron a tenerme más miedo. ―¿No volviste a recibir ese tipo de halagos? ―De ese estilo, no. Hubo halagos, pero fueron mucho más amables. Como si tuvieran miedo de decirme algo que me molestara. Tal vez piensen que en serio los voy a terminar denunciando. ―¿Y no es así? ―A ver… si se pasan demasiado, obvio que sí. Pero no voy a denunciar a un alumno porque me toque el culo. No soy tan arpía. Siguieron hablando de temas relacionados a la docencia, en los que Lia se entretuvo bastante.Unos minutos más tarde Antonella miró el reloj de pared y dijo: ―Tu sesión ya está terminando. ―Ya veo. Entonces, ¿algún consejo que me quieras dar? ―No soy consejera, soy psicóloga. Yo no te puedo decir qué hacer con tu vida. ―Sí, eso ya lo sé. Me lo repitieron mil veces mis psicólogos anteriores. Pero te lo digo como mujer, no como paciente. Si fueras mi amiga, ¿qué me aconsejarías? ―Mmm… no suelo tomarme estas libertades, pero voy a hacer una excepción. Todavía no sé mucho de tu vida, pero sí te podría aconsejar que cambies dos cositas. Eso podría ayudarte a reconducir un poco tu vida, o al menos a estar un poquito mejor. ―Te escucho. ―La primera: intentá romper un poco con la rutina. No te voy a decir cómo, eso depende de vos. Al menos tomalo como un ejercicio. Intentá generar algún cambio en vos, para que tu semana sea un poquito diferente. Después veremos qué tal funciona eso. ―Tomo nota. ¿Y qué sería lo segundo? ―Lo segundo es más difícil, pero confío en que vas a poder lograrlo, si te lo proponés. Entendí que tus alumnos te tienen cierto rechazo y miedo. ―Lia asintió con la cabeza―. Intentá llevarte un poco mejor con tus alumnos. Mostrate un poco más alegre y simpática con ellos. Sé que la rutina de dar siempre los mismos temas, año tras año, puede ser algo agotador. Pero por esta semana intentá hacer de cuenta que vas a dar clases por primera vez. Ponele ganas. ―¿Al menos por esta semana? ―Sí, en la sesión que viene vamos a hablar de esto. A ver qué tal te funcionó. Pero estaría bueno que hicieras el esfuerzo, al menos durante estos días. ―Está bien, te prometo que voy a hacer mi mejor esfuerzo. Antonella se despidió de su nueva paciente. Concretaron que la próxima sesión sería a la misma hora, y el próximo viernes.

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