14: No te puedo perder

1361 Words
La mujer se levantó y tomó su bolso, antes de salir quedó de pie delante del matrimonio y sonrió con suficiencia. —Decidan pronto. No tienen demasiado tiempo. Cuando salió de la sala, Liam se pasó ambas manos por la cara y maldijo por lo bajo. —Ahora no es suficiente con casarnos —dijo Harper, con una calma que era más peligrosa que cualquier grito—. Tenemos que demostrar que nos amamos. —Entonces tendremos que hacerlo convincente —replicó Liam. Harper lo miró fijamente. —No se trata de convencer a ellos, Liam. Se trata de convencerme a mí, ¿O en serio piensas que es justo que vengas a querer enamorarme solo por el control de la empresa? Sé bien que ustedes, los hombres, son prácticos, pero nosotras somos un poco más sentimentales y hay una fina línea entre lo falso y la realidad. El silencio cayó otra vez, pero era distinto. Más profundo. Más inevitable. Semanas después. La excusa había sido simple, “unas vacaciones cortas”. En realidad, era una estrategia. Margaret lo había dicho con claridad. Necesitaban pruebas de convivencia, algo creíble. Y nada resultaba más convincente que unas fotos de la pareja Ashford disfrutando del mar. Liam no estaba convencido de que fuera necesario. Harper, en cambio, lo había aceptado sin resistencia. Tal vez porque la idea de alejarse de la oficina, de Nicholas y de los muros de la mansión, le parecía casi un respiro. El viaje hasta la costa fue en silencio. Liam conducía, ella miraba por la ventana. Ambos parecían dos extraños compartiendo un mismo aire. Pero al llegar, la vista del mar lo cambió todo. El océano se extendía infinito, con el sol reflejándose en su superficie y la brisa salada revolviendo el cabello de Harper. —Es… Hermoso —murmuró ella, apenas bajó del auto. —Sí —respondió Liam, pero no estaba mirando el mar. La casa de playa era amplia y luminosa, con ventanales enormes y acceso directo a la arena. Harper dejó su maleta en la habitación asignada y, sin esperar, salió a la terraza. Necesitaba sentir la libertad en la piel. Liam la siguió unos minutos después. La encontró descalza, caminando por la orilla, con el vestido ligero ondeando con el viento. Se detuvo a observarla, como si verla allí lo golpeara de una manera distinta. No como su asistente. No como su esposa por contrato. Sino como… Harper. Ella notó su presencia y giró hacia él. —¿Qué? —preguntó con una media sonrisa—. ¿Se supone que debo posar para la cámara invisible que imaginas que nos está vigilando? Liam negó despacio. Caminó hacia ella hasta quedar frente a frente, tan cerca que podía oler el salitre mezclado con su perfume. —No hay cámaras aquí. Harper lo miró con un brillo desafiante en los ojos. —Entonces, ¿qué haces siguiéndome? —Tal vez… Estoy cansado de huir de lo que siento cuando estoy contigo. Ella abrió la boca para responder, pero no llegó a hacerlo. Liam inclinó la cabeza, y la brisa marina le jugó a favor, levantando suavemente el cabello de Harper justo cuando sus labios rozaron los de ella. El beso no fue brusco ni desesperado. Fue lento, como si ambos se estuvieran probando, midiendo cuánto podían permitirse sin perderse del todo. Harper respondió con la misma calma, pero con un temblor en las manos que lo traicionaba todo. Cuando se separaron, apenas unos centímetros, él susurró contra su boca. —Harper… Ella lo miró, con la respiración agitada. —No uses mi nombre como si fuera una excusa, Liam. Él sonrió con un destello en los labios. —No es una excusa. Es una promesa. El mar rugió detrás de ellos, como si quisiera tragarse ese instante. Pero la realidad ya había cambiado. Por primera vez, no eran socios, ni prisioneros de un contrato. Por primera vez… eran simplemente ellos dos. El beso había cambiado algo invisible entre ellos. No hablaron de ello, pero estaba allí, latente, como electricidad en el aire. Esa tarde caminaron por la playa sin decir mucho. Liam le ofreció su chaqueta cuando el viento se volvió más frío, y Harper aceptó sin discutir. Se detuvieron a mirar la puesta de sol, el cielo tiñéndose de naranjas y violetas que parecían demasiado perfectos para ser reales. —Nunca pensé que volvería a sentirme en paz —dijo Harper, más para sí misma que para él. —¿Y lo estás? —preguntó Liam. Ella lo miró de reojo. —Por ahora. Liam asintió, como si esa respuesta le bastara. Más tarde, cenaron en la terraza. Un pescado fresco que habían preparado juntos, entre discusiones triviales sobre sal y especias. Harper rió de verdad por primera vez en semanas cuando Liam se cortó con la tapa de una botella de vino y maldijo con torpeza. La noche cayó sobre ellos con un aire distinto. Harper se retiró a su habitación, pero apenas unos minutos después escuchó un golpe suave en la puerta. —¿Puedo pasar? —preguntó Liam desde afuera. Ella abrió. Él llevaba dos copas y la botella de vino que habían dejado a medias. —No es un contrato —dijo, ofreciéndole una copa—. Solo una tregua. Harper tomó la copa. Se sentaron juntos, hablando de cosas pequeñas: música, libros, lugares a los que querían viajar. Ninguno mencionó a Nicholas, ni al testamento, ni al peso de la empresa. Solo… hablaron. Cuando se hizo tarde, Harper dejó la copa a un lado y lo miró. —No te confundas, Liam. Un beso y una conversación no borran lo que hay entre nosotros. —Lo sé. Pero tal vez… lo cambian. Ella no respondió. Se levantó y caminó hacia la ventana, dejando que el viento nocturno entrara. Liam la observó en silencio, con esa sensación de que cada día le costaba más ocultar lo que sentía. La calma duró poco. A la mañana siguiente, mientras desayunaban en la terraza, el teléfono de Harper vibró sin parar. Abrió las notificaciones y lo entendió todo en un segundo. Fotos. Ella y Liam caminando por la orilla. Ella envuelta en su chaqueta. Los dos cenando en la terraza, riendo. El beso no estaba, pero la cercanía era evidente. Los titulares eran feroces: “El frío CEO y su misteriosa esposa: escapada romántica a la costa” “¿Amor verdadero o estrategia corporativa?” Harper bajó el teléfono lentamente, con el estómago hecho un nudo. —¿Quién…? —murmuró. —Nicholas —dijo Liam con la voz cargada de certeza. Ella lo miró con los labios apretados. —¿Y ahora qué? Liam apretó los puños sobre la mesa. —Ahora jugamos en serio. Harper respiró hondo, tratando de ordenar sus pensamientos. El viento del mar le revolvía el cabello, y por un momento se preguntó si toda esa brisa no era otra cosa más que un presagio: la calma antes de una tormenta mucho más grande. Las fotos lo habían cambiado todo. El viaje que debía ser una tregua privada ya estaba en las portadas, diseccionado por columnistas y analizado por accionistas. Harper cerró el teléfono con un suspiro largo y se levantó de la mesa. El mar rugía detrás de ella, pero dentro había un silencio más ensordecedor. Liam la siguió con la mirada, hasta que finalmente se puso de pie. —No voy a dejar que esto te destroce —dijo él, acercándose. Ella giró bruscamente. —¿Y qué vas a hacer? ¿Controlar el océano? ¿Sobornar al viento para que deje de llevar mi nombre en titulares? Liam apretó la mandíbula. No estaba acostumbrado a la impotencia. —Voy a protegerte, Harper. —Ya me cansé de que digas eso como si yo no pudiera protegerme sola. Él dio un paso más hacia ella, tan cerca que la brisa nocturna parecía traerlos a un mismo punto. —No lo entiendes… —murmuró, con los ojos fijos en ella—. No es la prensa lo que me importa. Eres tú. Tú eres lo único que no puedo darme el lujo de perder…
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