11: El temor de perder

1233 Words
La música continuaba en el salón, pero para Harper, la noche ya no se medía en canciones, sino en respiraciones contenidas. Cuando volvió a sentarse tras el baile con Liam, su piel aún ardía por el contacto. No por deseo, exactamente. Por contradicción. Porque su cuerpo parecía recordar cosas que su mente estaba empeñada en olvidar. Liam, por su parte, no dijo una palabra más. Solo bebió una copa de vino y miró al frente, fingiendo interés por una conversación que no escuchaba. Minutos después, se inclinó hacia ella. —Voy al balcón a tomar aire —dijo con voz baja. —Hazlo —respondió Harper, sin mirarlo. Él se alejó. Pero no había dado ni dos pasos cuando escuchó la silla de ella moverse. La vio seguirlo. Y no dijo nada. En el balcón, el aire frío le golpeó el rostro. New York, desde las alturas, siempre parecía más silenciosa. Como si desde allí los problemas pudieran disolverse. Harper se apoyó en la baranda a su lado. No lo miró. Él tampoco a ella. Pasaron unos segundos largos, densos, cómodamente incómodos. —No quiero esto —dijo ella, finalmente. Liam la miró de reojo. —¿Esto qué? —Este muro entre nosotros. Este juego de fingir que no sentimos nada —dijo—. No me casé contigo para convertirme en una mujer que duda de cada palabra, de cada gesto. Quería ayudarte. Quería salvar a mi madre. Pero no sabía que al hacerlo iba a tener que romperme todos los días. Liam respiró hondo. —Y yo no sabía que casarme contigo, me iba a hacer temer perder a alguien por primera vez desde… Becky. Ella lo miró. —La diferencia, Liam, es que yo no me he ido. Él cerró los ojos un segundo. Cuando los abrió, había una vulnerabilidad en su mirada. Auténtica. Desnuda. —No sé cómo hacerlo bien, Harper. No sé cómo… darte lo que mereces sin arriesgarme a quedarme sin nada si tú decides irte. —Entonces tienes que decidir si prefieres quedarte solo por orgullo… o aprender a querer aunque dé miedo. Liam no respondió. Solo bajó la mirada a su mano. La que sostenía la baranda junto a la de ella. Sus dedos se rozaron. Apenas. Y ninguno de los dos se apartó. Dentro del salón, la noche avanzaba. Nicholas aprovechó el momento en que Harper regresó sola —Liam se había quedado atrás hablando con un directivo— para acercarse. Le ofreció otra copa de vino. Ella la tomó con cortesía, pero sin entusiasmo. —Bailaron bien —dijo él—. Aunque parecía más una despedida que una reconciliación. —Tal vez fue un poco de ambas —respondió Harper. Nicholas se inclinó ligeramente hacia ella. —¿Puedo hacerte una pregunta incómoda? —Ya empezaste —dijo ella, mirándolo de frente. —¿Qué haces con él? —preguntó sin rodeos—. Eres inteligente, fuerte, hermosa… y estás atada a un hombre que claramente no sabe lo que tiene. ¿Qué esperas? Harper sostuvo su mirada. —No estoy esperando nada. Estoy decidiendo. —¿Decidiendo si quedarte… o si darle una oportunidad a alguien más? —Decidiendo si todavía tengo algo que sanar en él… o si debo comenzar a salvarme a mí misma —respondió, tranquila. Nicholas sonrió, pero su mirada tenía algo más oscuro esta vez. —Y si decides salvarte... ¿Aceptarías que alguien más lo intente contigo? Harper bajó la copa. Se acercó un paso más, y con una serenidad tan fina como el filo de una navaja, respondió. —No soy una causa perdida, Nicholas. Y no necesito que nadie me salve. Ni tú. Ni Liam. Ni nadie. Luego dio media vuelta, y lo dejó allí, con su copa en la mano y una sonrisa que ya no era tan segura. Al día siguiente. El sonido de la lluvia contra los ventanales fue lo primero que Harper escuchó al despertar. Se sentó en la cama de la habitación de huéspedes —la suya desde hacía semanas— y por un momento solo se permitió existir en silencio. Ya no había enojo ni tristeza. Solo una extraña sensación de claridad. Estaba cansada. No de Liam. Sino de esperar que él reaccionara por ella. Caminó hacia el baño, se duchó con calma y eligió su ropa con precisión. No quería parecer provocadora ni distante. Quería parecer... inalcanzable. Y lo logró. Falda lápiz negra, blusa blanca con cuello alto, cabello recogido en un moño impecable. Maquillaje sutil. Inquebrantable. Bajó las escaleras y se encontró con Liam en la cocina. Camisa azul arremangada, taza de café en mano. La miró de reojo, con ese aire de tensión apenas controlada que se le pegaba a la piel desde hacía días. —¿Dormiste bien? —preguntó él, casi en automático. —Dormí lo suficiente —respondió ella, sirviéndose su café. Silencio. —Me iré por mi cuenta a la oficina hoy —añadió Harper—. Quiero llegar antes. Tengo cosas que organizar. —¿Pasó algo? —No. Aún no. Pero tengo la sensación de que va a pasar. Lo miró un instante antes de salir. Liam no supo qué responder. Pero sintió que algo se estaba moviendo. Y que no tenía el control de ello. En la oficina, Harper entró a su escritorio con paso firme. Apenas se sentó, recibió una notificación: reunión extraordinaria con los socios. Incluida en la convocatoria. Algo inusual. Liam aún no había llegado. A las 9:00 en punto, los principales miembros del consejo ya estaban sentados. Nicholas tomó la palabra con su tono usual: relajado, afilado, estratégico. —Como sabrán, estamos evaluando la expansión del grupo Ashford hacia el mercado europeo del este —dijo—. Pero para ello, necesitamos revisar ciertas posiciones internas clave. Por eso, estoy proponiendo formalmente que Harper Ashford sea ascendida como directora de Relaciones Internacionales. Hubo un leve murmullo en la sala. Algunos se miraron entre sí. No porque dudaran de la capacidad de Harper… sino porque nadie esperaba eso. Harper parpadeó. Nicholas le sonrió con sutileza. —Tienes idiomas, manejo de crisis, formación en relaciones públicas y algo que la mayoría de los ejecutivos aquí no tienen: tacto humano —dijo él con calma—. Serías el rostro perfecto para representar a la empresa en mercados sensibles. —Con todo respeto, Nicholas —intervino uno de los otros socios—, eso implicaría que Harper dejaría el entorno directo del CEO. —Exacto —dijo él, sonriendo aún más—. Sería independiente. Sin conflictos de interés. Con un equipo propio. Y con la libertad para ejercer criterio sin pasar por su esposo. Harper lo miró. No dijo nada. Pero sus manos estaban heladas. Justo entonces, Liam entró en la sala. La tensión se volvió eléctrica. —¿Qué me perdí? —preguntó, lanzando una mirada gélida a Nicholas y luego a Harper. —Solo una propuesta de reestructuración —dijo Nicholas—. Nada personal. Solo negocios. Liam miró a Harper, directamente. Ella sostuvo la mirada esta vez. Firme. Decidida. —Acepto —dijo ella, con voz clara—. Acepto el ascenso. Liam apretó los labios, sin decir una palabra. Pero por dentro, sintió lo que Liam había estado esperando, el miedo real de perderla. —Harper, necesito hablar contigo —Liam la tomó del brazo —ahora, a mi oficina…
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