Capítulo 3

3534 Words
Tras unas cuantas indicaciones por su parte, el carruaje se puso en marcha detrás de los caballos al trote. Por sus ropas y sus formas, ya debería haber supuesto que ese hombre pertenecía a la aristocracia, pero no pudo ocultar su sorpresa al escuchar el título de vizconde. —Chastity Aldrich. —contestó. Intentó descifrar la expresión de su interlocutor, pero nada le indicó que ese hombre se hubiera decepcionado al conocer que la joven que tenía en frente no frecuentaba sus mismos círculos sociales. De todas formas, no parecía ser la clase de hombre remilgado que se pasaba todo su tiempo libre en el club de caballeros, al fin y al cabo, se dirigía a un burdel en el barrio más miserable de la ciudad. Al principio no dijo nada, puede que intentara pensar de dónde podía proceder ese apellido, cosa que ni siquiera ella misma sabía. Había adoptado una postura cómoda, sin perder la clase. Se había reclinado sobre el asiento, con las piernas ligeramente separadas y el sombrero y la capa a un lado. Daba el efecto de creerse solo dentro del coche, si no fuera porque no apartaba la mirada de ella. Chastity intentó relajarse sin éxito, a cada casco de los caballos chocando contra el pavimento le venía a la cabeza un motivo distinto por el que no debería de haberse subido al carruaje, y se amonestaba a sí misma maldiciendo en voz baja mientras crispaba los dedos sobre la falda. Deseaba llegar a casa lo antes posible, ver a sus hermanos y olvidarse de aquél hombre, era lo único que anhelaba en aquel instante, mucho más que conseguir trabajo o darle de comer a los pequeños. —¿La incomodo? La voz grave del vizconde la sobresaltó. —¿Disculpe? —Parece nerviosa. Lo estaba, realmente lo estaba, pero no pensaba confesarle todas las preocupaciones que le estaban pasando por la mente. ¿En qué momento le había parecido una buena idea aceptar esa mano enguantada? Se sorprendió con lo intimidante que le resultaba aquél hombre. Ella nunca se comportaba así, Chastity siempre había sido una persona firme, a veces incluso algo fría cuando se trataba de desconocidos, y mucho más si le transmitían una desconfianza evidente, como era el caso. Atribuyó su debilidad a los últimos días agotadores que había pasado y al cansancio psíquico por todas las preocupaciones que cargaba a sus espaldas, pero decidió mostrarse segura ante el tal vizconde Dunhaim. Se puso recta, desafiándolo con la postura, reclamando el espacio que le tocaba en el carruaje y haciéndole saber que no le correspondía menos por ser mujer o de clase baja. Notó que esta vez él la miró con curiosidad. —¿Falta mucho para que lleguemos? Desde su casa andando había un largo camino, pero no sabía a cuanto equivalía el mismo viaje en coche. Probablemente debían coger otra ruta y quizás eso les hacía perder más tiempo. Sin embargo, el vizconde se inclinó un poco hacia delante y suavizó la mirada hacia su acompañante. —Dígame, señorita Aldrich —dijo, como si no hubiera escuchado su pregunta—. ¿Qué hacía a estas horas a las puertas de un burdel? Chastity se quedó muda en el asiento. Debería haberse esperado que iba a preguntarle sobre el asunto sin el menor tacto y enseguida que tuviera ocasión. Pero claro, una muchacha respetable no se paseaba por esos lares habiendo anochecido, y el dandi que tenía ante sí cumplía con las expectativas que ella se había creado en cuanto al comportamiento de la nobleza londinense. Siempre chismosos. —No es de su incumbencia. —espetó, alisándose la falda, evitando mirarlo. —Usted no es de aquí, ¿verdad? —inquirió. —Si se refiere a que no he nacido en Londres, milord, en efecto, no. Me crie en un pequeño pueblecito en las montañas. Jordan la escrutó un momento, frunciendo ligeramente el sueño. Después asintió para sí mismo. —No había estado en la ciudad antes, imagino. Chastity negó con la cabeza. —¿A qué dama estirada le ha robado el vestido? ¿Ese hombre no se cansaba de ser impertinente? —¿Usted quiere que le vuelva a escocer la mejilla? Chastity fue consciente de lo acobardada que había estado hasta ahora, pero eso se había terminado. Pocas veces se intimidaba ante un hombre, y aunque en un primer momento se había cohibido ante la presencia del vizconde, poco a poco empezó a sentirse segura consigo misma, aunque ese carruaje le produjera cierta sensación de claustrofobia que le aceleraba ligeramente la respiración. Haber soltado aquél comentario mordaz la empoderó, aunque no esperaba que el vizconde soltara una risita por lo bajo, como si evitara no soltar una estridente carcajada. —Dios me libre. —dijo, cruzando las piernas, sin dejar de mirarla—. No creo que sea una ladrona, imagino que no se arriesgará a que la encierren en un calabozo por un vestido estropeado. Así que se había dado cuenta. Con la capa, y sumida en la oscuridad de la calle, apenas se percibía la mancha de tinta, sin embargo, dentro del carruaje esta se había deslizado hacia los costados del vestido y este había quedado expuesto a la mirada de Dunhaim. Un leve rubor le ascendió a las mejillas y se apresuró a cubrirse la falda de nuevo. —No se preocupe, he visto cosas peores. —atajó, con una media sonrisa inquisitiva. —Estoy convencida de ello. —soltó ella por lo bajo, de forma irónica. Las comisuras del hombre plantado enfrente de ella se alzaron aún más. En momentos como ese le parecía imposible descifrar sus pensamientos. —¿A qué se dedica, señorita Aldrich? —preguntó Dunhaim tras unos minutos de silencio. —Soy costurera, milord. Chastity bostezó, y estaba tan cansada que ni siquiera se tapó la boca ni se esforzó para que el gesto no se viera soez. Solo tras él se dio cuenta de que, en efecto, estaba exhausta. Si al vizconde le había interesado su respuesta, no lo intuyó, pues la ignoró. —No tema en acomodarse para dormir, parece que lo necesita. —Oh, no, no se preocupe, puedo mantenerme despierta hasta llegar a casa, se lo aseguro. No iba a permitirse quedarse dormida ante un desconocido y mucho menos en su carruaje. Que de momento estuviera siendo gentil y educado no le garantizaba que lo fuera de verdad. No tenía queja alguna de como la estaba tratando, pero una mujer nunca podía bajar la guardia. Pero entonces bostezó de nuevo. Sí, realmente su cuerpo le pedía la cama. Sus tres hermanos ya debían estar dormidos –esperaba que la señora Willgrow se hubiera encargado de ello- así que al llegar a casa podría ir directa a descansar, no sin antes quitarse esa molestia de vestido. A cada respiración notaba como el corsé le oprimía las costillas y le dolía la espalda, y tenías los pies hinchados tras haber estado todo el día andando por las calles de la ciudad. Apoyó la cabeza en la pared del carruaje, pero el traqueteo de este le impedía estar cómoda. Mejor, así no caería en la tentación de dormirse. El coche comenzó a ralentizar la velocidad, los caballos pasaron del trote al paso, no se detenían, pero apenas avanzaban. Dunhaim golpeó el techo del carruaje. —¿Qué ocurre, Jenkins? Afuera se oían varias personas murmurando. —Lo desconozco, milord. Chastity maldijo fuera lo que fuese lo que estaba entorpeciendo el paso. Descorrió las cortinas de las ventanas y se asomó a estas pero solo consiguió ver un poco a lo lejos a una multitud agolpada y reunida en una esquina de la calle. —No veo nada. —No tema, se habrá caído algún carro o habrán asaltado una tienda. En unos minutos habrán despejado la zona y podremos pasar. Habló con tanta seguridad que Chastity confirmó lo que había estado pensando desde que lo había visto salir de su carruaje: el vizconde Dunhaim frecuentaba sitios como este, y se había visto antes situaciones así incontables veces. Otro bostezo le cerró un poco más los párpados, pero los abrió de pronto cuando de repente oyó silbatos de la policía. Miró de nuevo por la ventana, y vio como la gente iba abandonando el punto donde se habían concentrado todos e iban regresando a sus casas, como había dicho él. El coche comenzó a retomar de nuevo mayor velocidad y avanzó, abandonando la calle, no sin antes pasar por delante de la zona crítica, donde la autoridad no paraba de dar indicaciones a los civiles. Chastity no despegó el rostro de la ventana, y ese fue su mayor error. Contempló a escasos metros como el cuerpo inerte de una mujer yacía en la acera de la calle, empapada en sangre. ******* Dunhaim, impasible ante la situación hasta el momento, se sobresaltó al escuchar a su acompañante soltar un grito de terror y llevarse las manos a la boca, entonces se incorporó para observar la imagen. No era nada agradable, no cabía duda. El cuerpo femenino estaba tendido boca arriba, con el cuello amoratado y la boca abierta, en los ojos aún podía apreciarse un atisbo de terror y un gesto de sorpresa. Probablemente era una prostituta, por desgracia eran frecuentes los asesinatos de mujeres de vida alegre, sobre todo aquellas que trabajaban solas por las calles hasta la madrugada. —Por todos los Santos. Corrió las cortinas de nuevo y bufó antes de desviar la mirada hacia Chastity. Sus ojos la encontraron temblando, acurrucada en una esquina del asiento y con la mirada de un cervatillo desorientado y asustado. Al parecer habían dejado de importarle los formalismos y cualquier convención social. Se había sentado doblando las rodillas, con los pies sobre el asiento. Siempre había sabido cómo tratar a las mujeres, pero ahora no tenía ni idea de qué hacer. Pensó que se le había encogido el corazón ante aquella jovencita de apariencia tan frágil. No veía nada de la mujer que le había asestado una bofetada minutos antes. —¿Se encuentra bien? Segundos después de haber formulado la pregunta fue consciente de lo estúpida que había sido. Ella no contestó. Jordan bufó exasperadamente. Las relaciones que mantenía con las mujeres eran de lo más superficial, contadas veces se había tenido que enfrentar a esta clase de sentimentalismos, aunque pocas cosas podían compararse al vislumbramiento de un c*****r. Cuando levantó la vista y la fijó de nuevo en su rostro encontró los ojos de su acompañante húmedos, y solo se le ocurrió coger su capa y colocársela sobre los hombros, pero fue como si ese gesto le hubiera pasado desapercibido a la muchacha. Se había quedado incluso más menuda bajo la tela negra, y solo se la oía respirar. Con dos golpecitos en el techo exigió al cochero que se diera prisa, ahora solo deseaba llevar a esa mujer a su casa. Lord Dunhaim no invitaba a una jovencita atractiva a su carruaje por mera cortesía. No, él no era así. Sabía con certeza que con un poco de conversación y algo de acercamiento habría conseguido que la tal señorita Aldrich se rindiera a sus pies, pero ahora no podía pensar en nada de eso. Ahora solo contemplaba un animal herido, pero él desconocía el remedio para curarlo. Se sorprendió incluso de la aflicción que le producía mirarla. ¿Cómo podría sentir tanta pena por una desconocida? Quizá el implacable vizconde Dunhaim no era la clase de canalla del que todos hablaban, quizá la gente tachaba de caradura y despiadado a un hombre que en realidad sí tenía un corazón sensible. Pero desechó la idea nada más esta entró en su cabeza. Quién más lo conocía era él mismo, y sabía que no era un sentimental como sus amigos Norfolk y Wiltishire. No, él no era como William, que escondía un corazón debajo de su coraza de granito, y mucho menos era la clase de caballero atento que era Anthony. Jordan andaba a la búsqueda de su propio placer, sus propios intereses, y no iba a truncarse por nada. Y precisamente por eso había ideado su magnífico plan. El carruaje se encontró un pequeño bache y los dos se sobresaltaron. Dunhaim salió de su ensimismamiento al tiempo que la señorita Aldrich sufría una especie de espasmo debajo de la capa. No se había dado cuenta de que había estado temblando todo este tiempo. Jordan comenzaba a sentirse verdaderamente incómodo. No es que no supiera cómo un caballero debía tratar a una dama, pero es que él no era un caballero y siempre había establecido un pacto consigo mismo para no verse envuelto entre damiselas apuradas. ¿En qué momento le había parecido buena idea invitarla a subir? ¿Es que no podría haberla dejado como ella misma había pedido en la escalinata? Ahora él estaría disfrutando entre las piernas de alguna mujer exótica y no aquí, con una jovencita al borde del pánico. Suspiró varias veces, rumiando qué hacer. Quizás darle algo de conversación la calmaría del espanto. —¿Le apetece contarme cómo era su vida en el pueblo? No le interesaba lo más mínimo, pero si así podía tranquilizarla, estaba dispuesto a oír su historia. Ella se incorporó un poco. Hasta entonces había estado mirando un punto fijo del carruaje, sin ver en realidad en nada, y al oír la pregunta levantó los ojos hacia él. Al principio no contestó, y Jordan creía que había sido mala idea y que lo último que le apetecía era hablar, sin embargo, al fin habló, con un hilo de voz. —Vivía con mi familia. Padre, madre y mis tres hermanos pequeños. —¿Vive con todos ellos ahora? Chastity negó con la cabeza. —Con mis hermanos. —¿Cómo se llaman? —Freddie, Charles y Joseph. —un gesto de preocupación le apareció en el rostro—. Si se despiertan y no me encuentran van a asustarse muchísimo. —soltó, con los ojos llorosos. —Enseguida llegaremos, señorita Aldrich, usted no se preocupe. Siento que haya tenido que ser testigo de un espectáculo tan lamentable. Jordan supo que había cometido un gran error al recordarle el incidente, y mucho más cuando las lágrimas en los ojos de la mujer, que habían estado contenidas hasta entonces, empezaron a rodar mejilla abajo cuando se puso a sollozar. Podía apreciar como la muchacha intentaba esforzarse por no llorar delante de él, pero no lo conseguía. Su rostro enrojeció presa de la desazón. —Lo... lo siento. —balbuceó, sorbiendo por la nariz—. Es... bochornoso. Dunhaim, encontrándose como un ratón de laboratorio desorientado consiguió sacar un pañuelo de su chaqueta y tendérselo, aunque ella lo rechazó y giró la cara para esconderla en su antebrazo. —Cójalo. Ante la insistencia, y sin mirarlo, Chastity levantó la mano para posarla sobre la suya, pero en lugar de coger el pañuelo, se aferró a ella con mucha fuerza. Jordan ni se inmutó. Podía estar seguro de que la chica no era consciente de lo que estaba haciendo. Habían abandonado las formalidades una hora antes pero ahora le estaba cogiendo la mano —los dos sin guantes— de una manera que, estaba convencido la señorita no pretendía. En esos momentos no podía verla de otra forma que no fuera paternal, y eso lo impresionó. Comenzó a sentir hacia la chica incluso deseos de protegerla. —Esa mujer... —pronunció ella. Jordan la escuchó por primera vez con toda la atención del mundo—. Podría... podría haber sido yo. Y de nuevo volvieron los sollozos. Dunhaim vio de una forma más clara el porqué de su reacción. Era obvio que a cualquier persona le impresionaría ver semejante escena, pero el terror que se había apoderado de la joven no era otro que el de verse reflejada en aquél cuerpo sin vida. Ella también había estado deambulando sola por esas calles, así que quizá pensaba que había sido cuestión de suerte que la que hubiera terminado con un trágico final hubiera sido esa otra desventurada. Fijó la vista en sus dos manos cogidas, parecía increíble e impensable que pudiera encontrarse en una situación así. Quizá se lo tenía bien merecido por haber sido un irrespetuoso con ella. Pero ¿qué quería que pensara? Estaba sola ante la entrada de un burdel, no podía imaginarse otra cosa. Pasaron minutos en que la respiración de la chica se apaciguó, y la mano que antes había estrechado la suya con una fuerza tremenda se aflojó. La señorita Aldrich estaba cayendo en un sueño profundo. Sus ojos habían dejado de llorar, pero seguía con las mejillas humedecidas. Se había arremolinado bajo la capa, inclinada ligeramente hacia la pared del coche. Su boca y su nariz habían quedado ocultas, y solo podía verle los ojos cerrados, con unas finas pestañas coronando los párpados. Llevaba el pelo recogido que a primera hora de la mañana seguramente lucía un aspecto mucho más impecable que ahora. Algunos mechones se habían escapado de las horquillas y le ensombrecían el rostro. Tenía una belleza sencilla. Ahora que la miraba más de cerca podía apreciar que, más allá de ser una mujer exuberante, era una joven bonita, de esas que quizás no es tu primera opción en un baile, pero porque no se molesta uno en fijarse. Cuanto más la miraba más seguro estaba de que no volvería a verla, ni quería ni debía. El carruaje se paró. Ya habían llegado. Si lo hubiera pensado durante unos segundos más no lo habría hecho, pero sin siquiera rumiarlo la agarró en volandas y, con algo de dificultad y ayudado por Jenkins, la sacó del coche y se dirigió a su portal. El ama de llaves abrió nada más tocar a la puerta, que la abrió visiblemente preocupada. Se llevó las manos a la boca cuando vio a su inquilina inconsciente en los brazos de un hombre. Jordan no podría creerse, de nuevo, que estuviera viviendo una situación semejante. ¿Qué le explicaba ahora a esa pobre señora? En fin, se habría dado cuenta de que él pertenecía a la nobleza así que decidió entrar en la casa esperando que no lo echara a patadas. No tuvo problema alguno, pero no le dejó avanzar más. —¿Qué le pasa a la señorita? —inquirió. —Se ha desvanecido en medio de la calle, y la he socorrido, nada grave. —se inventó con rapidez. Le regaló su mejor sonrisa, y le pareció que ablandaba su corazón. Dunhaim podía llegar a ser un verdadero encanto si se lo proponía. —Habría que avisar al médico. —No se preocupe, solo necesita descansar. Mi intención es llevarla a su cama y dejarla ahí, luego me iré. Tengo un compromiso, no quisiera demorarme. La señora Willgrow arrugó las cejas. —Lo acompaño. Estaba claro que no se fiaba de él, y con razón. Comenzó a subir las escaleras que llevaban al hogar de la señorita Aldrich siguiendo a la ama de llaves. Echó un vistazo a la joven, dormía profundamente sobre sus brazos. Cuando entraron en la casa, la señora Willgrow guio a Jordan hasta la habitación de ella. Era una casa espaciosa pero muy rudimentaria, mobiliario básico. Estaba seguro de que el vestido que llevaba puesto no le pertenecía, pero no iba a ser él quien siguiera cuestionándola; él, precisamente, cuyos actos eran los más cuestionables. Entonces llegaron al cuarto. La cama estaba pegada a la pared, y pocos metros a la derecha había un escritorio con un sinfín de telas de colores sobre él. Bajo la atenta mirada de la mujer, depositó con cuidado a la muchacha sobre el colchón. Pensó que iba a despertarse, pero si no lo había hecho al cogerla en brazos antes, no lo haría ahora. La presencia de la señora lo incomodaba en cierta manera, aunque la veía totalmente comprensible. Si las mujeres no debían fiarse de los hombres en general, de Jun hombre como él mucho menos. Se alejó de la cama y encaminó hacia la puerta. —Gracias. —murmuró la señora Willgrow—. Temía que sus hermanos se despertaran y no la encontraran. Nunca han pasado una noche sin ella ¿sabe? Chastity es todo lo que tienen. No sabía qué había pasado para que de repente el ambiente se hubiera tornado tan cálido y acogedor. Quizás se había dado cuenta de que no pretendía nada malo. Así que la señorita Aldrich se llamaba Chastity. Sabía que no volvería a ver a esa muchacha, pero conocer su nombre de pila le pareció cuanto menos interesante. Se giró un momento para mirarla de nuevo. Así que esa doncella menuda se encargaba de cuidar a tres criaturas. No le extrañaba que estuviera agotada y pudiera dormirse en cualquier parte. Se despidió y salió de la casa después de haber rechazado cortésmente la comida que la señora le ofrecía. Entró de nuevo en el carruaje dispuesto a emprender la aventura que se había interrumpido a causa de todo el incidente, pero no pudo evitar quedarse con un sabor agridulce en la boca que no desaparecería ni con el mejor whisky del local.
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