Capítulo 4

3995 Words
Pasaron varias semanas y Chastity sentía cada vez más como los encargos se resistían a llamar a su puerta. Desde luego, lady Stafford había hecho un gran trabajo de divulgación por todo Londres, incluso habría sido capaz de mandar lacayos a difundir papeletas tachándola de desastrosa costurera hasta los barrios más inhóspitos de la ciudad. La señora Willgrow estaba siendo muy benevolente con ella, al menos dos o tres días a la semana les llevaba alguna sopa caliente y todas las veces que podía les subía un poco de pan para asegurarse de que al menos los chiquillos no se iban a dormir con el estómago vacío. Chastity sabía que si no se recuperaba iban a tener que trasladarse a alguna habitación más pequeña por los suburbios, pues era lo único que iba a poder permitirse. Había conseguido vender, aunque por un precio ínfimo pues estaba manchado, el vestido de lady Stafford, pero ese dinero junto a los pequeños ahorros que había podido ir acumulando se estaban haciendo más escasos en el cajón donde los guardaba. Debía encontrar una salida y debía hacerlo de inmediato, no iba a permitir que sus hermanos vivieran en la miseria. Unos toques en la puerta la sacaron de su ensimismamiento. La señora Willgrow asomó su cabellera gris por el marco de la puerta con las mejillas ligeramente sonrosadas y la voz nerviosa. —Un caballero pregunta por usted, querida. —se llevó una mano a la barbilla—. Disculpe, no recuerdo su nombre... ¿lord Dunish? ¿Dunnam? Chastity se incorporó, sorprendida. Ella tampoco recordaba el nombre exacto, pero sabía exactamente a quien se refería, sin embargo, sí recordaba su nombre de pila: Jordan. El hombre que la había confundido con una prostituta, el hombre que la había invitado a subirse a su carruaje y al que, sin pudor ninguno, le había estrechado la mano presa del pánico. —¿Está abajo? La señora Willgrow asintió, se la veía inquieta, como si no supiera como tratar a alguien en posesión de un título nobiliario. Chastity se preguntó mientras bajaba las escaleras qué le había traído a alguien como él volver hasta aquí. La señora Willgrow ya le había contado como ese hombre apareció con ella en brazos y la llevó hasta su cama. Esperaba no tener que compartir ese recuerdo con nadie nunca más. —Buenas tardes, señorita Aldrich. —dijo la voz grave del vizconde, de pie en el recibidor. Jordan parecía haber estado allí con el único propósito de esperarla a ella y eso provocó en Chastity una sensación entre la incomodidad y cierto placer que no sabría como explicar. Se negaba, de todas formas, a sentirse complacida por el simple hecho de que un dandi le ofreciera una mínima atención. Quizá él esperó a que ella le diera la mano para besarle el dorso, pero no se había puesto guantes y no le apetecía que su piel entrara en contacto con los labios de ese hombre, ya fue suficiente la "intimidad" vivida en su carruaje, así que los siguientes minutos fueron incómodos para ambos cuando ella se paró frente a él sin moverse, tan solo pronunciando su nombre de pila -consciente de lo inapropiado que era- porque no conseguía recordar su título de vizconde. Jordan la miró con una sonrisa divertida. —¿Qué hace aquí? —dijo ella, antes de dejarle hablar a él. La sonrisa de Jordan se ensanchó. —¿Me llama por mi nombre de pila y acto seguido me trata de usted? Es curiosa, Chastity. —hizo una pausa—. Quería compensarla por el incidente que vivió por mi culpa, sin duda fue muy desafortunado y siento que tuviera que presenciar algo tan espantoso. La señora Willgrow miraba curiosa desde lo alto de la escalera y contuvo al pequeño Freddie cuando este quiso bajar corriendo a reunirse con su hermana. —No tiene por qué compensarme y mucho menos quiero que sienta la necesidad de hacerlo. —contestó ella. Comenzaba a detestar su pelo enmarañado en ese recogido mal hecho que portaba, aunque debía reconocer que llevaba un vestido bastante impoluto para tener recursos limitados. Su aspecto nunca le preocupaba en demasía, pero el contraste con alguien de la alta sociedad era capaz de ponerla en cierto grado de evidencia. —No me lo va a poner nada fácil ¿verdad? Jordan vio brillar en lo alto de la escalera unos pequeños ojos que lo escrutaban con curiosidad. Chastity se giró al ver que el hombre miraba algún punto por encima de su cabeza y se encontró al pequeño Freddie conteniéndose para no deslizarse hasta su hermana. Ella pensó que el vizconde le estaría intimidando, pero la realidad era que la señora Willgrow le tenía cogido por el hombro para que no molestara. El niño, al sentir ambas miradas sobre él, se lo tomó como una invitación para hacer acto de presencia. Se zafó de las manos de la mujer y a los pocos segundos se encontraba entre la peculiar pareja con el estómago rugiéndole de hambre. —Vaya, vaya, alguien está hambriento. —soltó Jordan, revolviéndole el cabello al chiquillo. Freddie escondió el rostro en el vestido de su hermana, avergonzado. Ella suspiró con pesar. —Le propongo algo —dijo entonces el vizconde— Usted me dijo que vivía con sus tres hermanos ¿verdad? Puedo llevarlos al campo, les invito a un almuerzo y les traigo aquí, sanos y salvo, ¿qué le parece? Chastity miró al hombre que tenía frente a sí. ¿Iba a darles comida a los cuatro? ¿Debía aprovecharse de esa situación? Ella no había querido aceptar la invitación entonces, ¿no era obvio que ahora la estaba aceptando para dar a sus hermanos un almuerzo en condiciones? Solo cuando vio en los ojos de Freddie una chispa de ilusión por comer algo distinto que pan remojado en leche se decidió con un "de acuerdo" algo tosco. —Dígame, señorita Chastity, ¿es siempre tan hermética? —le preguntó Jordan nada más la ayudó a bajar de la calesa, una vez hubieron llegado a un claro idóneo para su almuerzo campestre. Durante prácticamente todo el camino, ella apenas había soltado palabra. El vizconde había estado bromeando y jugando con sus hermanos, quienes le acogieron en su entorno como alguien tremendamente familiar, para la sorpresa de ella. Debía admitir que a ese hombre se le daban bien los niños. Chastity sin embargo no podía evitar sentir una punzada de culpabilidad. —¿Lo dice porque no le respondo con una sonrisa ingenua a cada comentario que hace como sus amigas de la alta sociedad? Jordan levantó una ceja. —Es usted dura como el hierro. Chastity se daba cuenta de que estaba siendo muy hostil, a pesar de tener siempre una actitud parecida la mayor parte del tiempo. No podía dejar de sentir remordimientos y cierto bochorno por todo lo que había pasado aquella noche. —Gracias por esto que está haciendo por nosotros. —se oyó decir con un hilo de voz. Dunhaim, quien había estado caminando junto a ella hacia la sombra del árbol donde jugaban los tres hermanos, se paró, sorprendido. —Me resulta impredecible, Chastity, como una tormenta. Quizá por eso la confundí con una dama de la alta sociedad y apenas unos segundos más tarde creí que era una prostituta. Ella se paró en seco. —Es evidente que una bofetada no fue suficiente. —soltó, malhumorada. Para nada del mundo había deseado que ese tema volviera a ver la luz, y para colmo ese hombre lo comentaba como si se tratara de una banalidad cualquiera, como el cotilleo de moda en las revistas de sociedad. —¿Es usted propensa a la agresividad? Porque le aseguro que yo no, a menos que las circunstancias lo requieran, claro. ¿Podía ser más sinvergüenza ese hombre? Chastity apostó que no, pero no las tenía todas consigo. —¿Habla así también cuando está con mujeres de alta alcurnia o solo es así de insolente conmigo, milord? —Única y exclusivamente con usted, Chastity. Una mujer deambulando sola por Whitechapel con un vestido de lady Stafford no se merece que uno sea quisquilloso con ella. Ella se quedó de piedra. ¿Cómo sabía él a quién pertenecía el vestido? ¿Frecuentaría ella los mismos círculos que él? ¿Sabría entonces que apenas tenía trabajo? ¿Y si la había invitado a almorzar por caridad? —Si hay algunas intenciones ocultas en sus palabras, milord, le ruego que sea directo. Si es consciente de lo mal que lo estamos pasando mis hermanos y yo y solo hace esto porque le damos pena... Jordan la interrumpió. —¿Disculpe? —Ya me está oyendo, no necesitamos de su caridad. Jordan le sonrió con las cejas enarcadas. —Usted no me conoce, Chastity, pero si lo hiciera, sabría que no tengo tan buen corazón para hacer nada por caridad. Si estoy aquí con usted en estos momentos no es por otro motivo que, porque me place su compañía, así que le agradecería que dejara de enfurruñarse y disfrutara de este espléndido de día. Sus hermanos ya lo están haciendo. Charles, Freddie y Joseph se perseguían unos a otros alrededor del tronco de un árbol. Chastity los observó, daría lo que fuera para que siempre estuvieran así de felices. Caminó unos pasos por delante del vizconde para no tener que disculparse por sus suposiciones erróneas y se reunió con los pequeños que empezaron a correr a su alrededor en círculos. Jordan contempló la escena como sacada de un cuadro propio del renacimiento. Chastity parecía más bien la ninfa alrededor de la cual bailaban unos ángeles alados. Él no era ningún iluso, esa mujer era encantadora, lo había notado en el carruaje y lo estaba notando ahora, a pesar del mal humor que parecía acompañarla la mayor parte del tiempo. Si no fuera tan mordaz sería una estupenda candidata para ser su esposa, pero le parecía improbable que esa mujer se quedara callada mientras él llevaba la vida de soltero que le placía. Una mujer como ella no le permitiría que la mantuviera como un florero al que sacar a relucir en eventos especiales. Es por eso que no paraba de buscar un motivo que lo había movido a presentarse en esa casa y no encontraba otro que el deseo de volver a verla.                                                                         ******************* Habían cambiado de tema de forma tan precipitada que Jordan tuvo que volver a recular en su mente hasta el momento en que Chastity le había acusado de invitarla por hacerle un favor económico. Ya había intuido que una muchacha que se pasea por Whitechapel con un vestido estropeado no podía acumular una gran fortuna, pero entre eso y no tener un penique en el bolsillo había un abismo, y aunque no se le había pasado por la cabeza en ningún momento aquello por lo que Chastity lo había recriminado, sentía que esos niños hubieran tardado mucho en saborear un buen trozo de carne, al igual que ella. El sol del mediodía calentaba la hierba mientras el peculiar grupo disfrutaba su manjar en la sombra. Dunhaim se había apoyado con la espalda en el tronco y descansaba un brazo sobre una rodilla flexionada, mientras que Chastity y los tres chiquillos estaban frente a él. Se percató de que a la señorita Aldrich, que se mostraba tan esquiva, no mostraba el pudor que él había visto en su carruaje. La recordaba rígida contra el asiento, con las manos crispadas sobre la falda y los labios apretados. Ahora sus piernas estaban estiradas, cruzada una sobre otra, y se apoyaba con las dos manos en el suelo, echada hacia atrás. Probablemente si supiera que esa posición realzaba su figura, acentuándole el busto, ella se encorvaría o se agazaparía enseguida bajo su vestido. Freddie se había tumbado con la cabeza encima del regazo de su hermana y Charles y Joseph se habían quedado embobados mirando el aleteo de una enorme mariposa que se alejó enseguida que ellos pretendieron atraparla con sus manos diminutas. —¿Sabíais que atrapar una mariposa proporciona diez años de mala suerte? —les dijo Jordan. Los dos se quedaron mirándolo negando con la cabeza. Joseph se mostró visiblemente aliviado por no haber podido contenerla. —Así es —continuó Dunhaim—, pero si una vez atrapada, la liberas enseguida, la madre naturaleza te concede el perdón. —¿La madre naturaleza? —la voz del pequeño Charles se dirigió a Chastity, pero fue Jordan quien de nuevo intervino. —Todo lo que ves aquí le pertenece, cada hierbajo, cada trozo de corteza del árbol, cada puñado de tierra. —¿Las mariposas también? —Las mariposas son sus favoritas. —¿Cómo cuando nuestra hermana dice que somos sus personas favoritas en el mundo? —anunció Charles, quién creyó entender lo que el vizconde pretendía explicarle. —Así que sus personas favoritas ¿eh? Vaya, unos niños con suerte. Chastity, quien hasta entonces había prestado gran atención a la conversación, dio un respingo de sorpresa y miró a Jordan inquisitivamente. Él la miró con una sonrisita triunfante, mostrándole cuanto disfrutaba desconcertándola de esa forma. —¿Creéis que yo puedo llegar a ser una de sus personas favoritas? —preguntó a los muchachos destilando toda la inocencia que su voz grave y sus facciones prominentes podían alcanzar. La señorita Aldrich se removió nerviosa, cambiando de posición. Los niños se encogieron de hombros y la miraron, sabiendo que solo ella podía contestar a esa pregunta y mostrándose algo reacios a que alguien obtuviera ese puesto privilegiado también, bendita fuera su ingenuidad. —Cuéntenos algo sobre usted. —dijo entonces ella. —Le aseguro que tengo una vida propia de un anciano retirado de la vida social que dedica las tardes a encajonarse en un sillón contemplando el fuego de la chimenea. —soltó él, pasándoselo en grande. —Vaya, milord, y yo que creía que no tenía más de sesenta años. —soltó ella para molestarlo, pero cada vez estaba más convencida de que con comentarios jocosos y burlas varias no conseguiría irritarlo. Jordan se pasó las manos por el pelo azabache que, a diferencia de la noche en la que se conocieron, ahora estaba a la merced del tiempo cambiante de la campiña, revolviéndosele con el viento ligero que soplaba. —¿Qué desea saber, señorita Aldrich? Chastity vio en sus ojos un brillo que alertaban sobre lo poco inocente que en realidad era esa pregunta, aunque suponía que no sería capaz de soltar cualquier barbaridad delante de los niños. —¿Tiene hermanos o hermanas? —soltó entonces, sin más. A Dunhaim le pilló por sorpresa una pregunta tan trivial, y Chastity se sorprendió a su vez cuando descubrió que tenía interés en saberlo. —Fui la única bendición de mis padres, por llamarlo de alguna forma. —la última parte de la frase fue pronunciada con la voz tan baja que Chastity no estuvo segura sobre si lo había entendido bien. —No debió pelearse por el cuarto de baño. —soltó Charles. A Jordan se le alzaron las comisuras, esos chiquillos le agradaban. —Debió de ser una infancia solitaria. —dijo su hermana. —Se equivoca, he vivido la mejor infancia que un crío pueda desear, no he tenido que competir por la atención de nadie. Chastity arrugó el ceño, nunca había considerado la relación entre hermanos como una competición. Quizá las relaciones familiares entre la nobleza se daban de forma distinta, pero tampoco era algo en lo que pretendiera meterse. Ella intuía que Jordan no pensaba detenidamente las respuestas para sus preguntas, así que desistió de seguir preguntándole por esa línea. Freddie se había dormido sobre las piernas de la joven, quien comenzaba a notar un hormigueo a consecuencia del entumecimiento que estaban sufriendo por el peso del niño. Lo cogió en brazos para acunarlo sobre su regazo al tiempo que cambiaba de posición. El inicio de unas piernas blanquísimas sobresalió de las enaguas. —Dígame, Chastity, ¿pretende casarse? Ella lo miró estupefacta. Imaginaba que ese hombre era lo suficientemente perspicaz como para intuir, ya no solo porque carecía de una alianza en su anular, sino porque había aceptado su invitación, que no estaba casada, pero aun así le pareció fuera de lugar y, algo que la inquietó más aún, ¿qué interés tenía el vizconde en ello? —No sabría decirle. —la pura verdad, no pensaba en casarse, no pensaba en otra cosa que no fuera mantener a su familia. Quizá en algún momento se le había pasado por la cabeza un matrimonio de conveniencia para tener más ingresos en casa y evitar la necesidad de preocuparse por comer al día siguiente, pero aun pensándolo meticulosamente el precio a pagar por ello era demasiado alto, y tampoco le agradaba la idea de convivir con un hombre que aborreciera o, aún peor, sus hermanos aborrecieran. Cada vez se notaba más despreocupada sobre ese tema, y no temía en absoluto el hecho de ser una pobre solterona si eso suponía salvarse de un matrimonio nefasto. Además, un matrimonio conllevaba implícitamente la maternidad y ni estaba preparada ni le agradaba la idea de tener criaturas. —¿Sabe? Yo creo en el matrimonio como en un pacto secreto. Por supuesto que todos y cada uno de los habitantes de Inglaterra tenemos una idea en común de lo que debe ser un buen matrimonio, pero ¿lo que es, en realidad? Es un misterio, mi querida Chastity. —¿Siente usted deseos de casarse? —Por supuesto, cuanto antes mejor. Los que definen el matrimonio como una cárcel no saben de qué están hablando o sus cónyuges no son los suficientemente listos como para darse cuenta del asunto. La mujer que decida ser mi esposa tendrá total libertad para hacer lo que le plazca a cambio de este trato para mí también. No puedo prometer amar a nadie porque eso es algo que no afecta solo a mi voluntad, pero yo no pienso coartar ni limitar a nadie, eso se lo aseguro. —¿Para qué necesita una esposa si está claro que usted quiere estar solo? —El marco del matrimonio tiñe lo que hay dentro de una respetabilidad que yo busco. Estoy hastiado de los rumores y los cotilleos que circulan acerca de mí, a cada cual más escandaloso. Quiero que me dejen vivir en paz, eso es todo. ¿Tan sencillo era el motivo que movía a un hombre a desposarse? Chastity sospechaba que había algo más, pero la teoría de Jordan no le pareció descabellada, para quien pudiera permitírselo, claro. Por otro lado, sabía que la vida londinense en la que se codeaban las altas esferas se nutría de los rumores y las habladurías, por lo que quizá sí cobraban importancia en según qué ambientes. —No todos pueden concederse esta satisfacción, milord, le aseguro que más allá del West End hablar de libertades es un lujo que no todos pueden afrontar. —Usted se ve con libertad para elegir no casarse ¿no es cierto? —Puedo permitirme no depender de ningún marido por el momento, si es eso a lo que se refiere. Está claro que a pesar de sus visitas a Whitechapel no tiene ni idea de lo que ocurre allí. Chastity carraspeó, sentía que no debería haber hecho tal sentencia. Él levantó una ceja, curioso, interesado. —¿Y usted sí? —Habla del matrimonio como un juego cuyas reglas puede cambiar a su antojo porque así es como veis las cosas los aristócratas desde vuestros palacios de oro. Os creéis con el poder y la capacidad de moldear y manejar cuanto queráis y como queráis. Despertad, el mundo no os pertenece, aunque os comportéis como tal. Se había ofuscado, probablemente, más de la cuenta, pero la realidad que el vizconde le estaba describiendo estaba solo al alcance de gente como él. Si ella se casaba, lo más seguro es que debiera atender a sus deberes conyugales como cualquier otra mujer de su vecindario o del pueblo, o de lo contrario se las tendría que ver, ya no solo con el descontento de su marido sino con la presión social de toda la comunidad. No era nada fácil, aunque para alguien como el vizconde el mundo no era más que un lienzo donde él podía trazar lo que le placiera. —Tiene usted toda la razón, mi querida Chastity. —apostilló Jordan, sereno. A diferencia de ella, quien continuamente se estaba peinando con los dedos algún mechón revuelto o arrancaba yerbajos de la tierra, él permanecía bastante impasible y calmado, en la misma postura en la que se había sentado al llegar—. Pero ¿qué quiere que haga? ¿Que renuncie a aquello que quiero porque la mitad de la ciudad en la que vivo no puede conseguirlo? —Por supuesto que no, no quiero decir eso. —bufó—. Sencillamente no critique un estilo de vida porque no se adecue al que busca usted. Nada más. Exasperada, hizo despertar a Freddie para que se levantara, y entonces ella se incorporó, poniéndose de pie y limpiándose la falda del vestido. El alto sol del mediodía había empezado a descender y los tres pequeños se atrevieron a salir de debajo de la sombra del árbol para corretear bajo el astro rey. —Yo también necesito un poco de luz. —Puedo acompañarla a dar un paseo. Jordan hizo un ademán de levantarse. —No se moleste, prefiero andar sola. Bajaré hasta el lago y volveré, usted quédese aquí vigilando a mis hermanos. —¿Confía en que estén a salvo conmigo? —¿Confía en que en algún momento dejará de irritarme a propósito? Dejándole con una media sonrisa en la boca al vizconde, Chastity se encaminó colina abajo en busca de aire para aclararse los pensamientos. No podía decir del todo que Jordan fuera insufrible, pues conversar con él no era para nada ningún suplicio, aunque sí la sacaba de quicio o la desconcertaba con gran facilidad. Seguía preguntándose, sin embargo, el porqué de la atención recibida por su parte. Quizá fuera verdad y tan solo pretendiera compensarla, como él mismo había dicho, quizá no había nada más. A pesar de todo, le había dado un respiro, pues llevaba días sin conseguir relajarse una hora entera. Con apenas unos cuantos encargos se le caía la casa encima sin saber qué hacer, puede que tuviera que buscarse la vida en alguna fábrica, aunque eso supusiera dejar a los niños solos. Se arrodilló a la orilla del lago y hundió las manos en el agua helada para luego echársela en la cara. Sea como fuera iba a conseguir salir adelante, era una chica apañada, siempre lo había sido. Podía oír el rumor de las risas de sus hermanos a lo lejos, al parecer le había caído bien a los tres, aunque nunca habían sido reacios a los desconocidos. Cuando volvió se encontró con que Joseph se había subido a la espalda del vizconde quien, cargado con el chiquillo, intentaba huir de Charles y Freddie que lo perseguían alrededor del prado. Jordan se había quitado la chaqueta, tenía el cuello de la camisa arrugado y el pañuelo se había desprendido de su lazada. De esa forma y con el pelo alborotado, de pronto Jordan se había convertido en un muchacho cualquiera del pueblo con quien habría acostumbrado a pasar las tardes -aunque mucho mejor vestido, por supuesto-. La dura expresión que lo caracterizaba había desaparecido, las facciones marcadas no resultaban amenazadoras o intimidantes y sus ojos oscuros miraban a los chiquillos con un brillo genuino. Mentiría si dijera que ese lord, de gustos refinados e ideas particulares, no se lo estaba pasando en grande con sus tres hermanos. Y mentiría también si no reconociera que esa imagen le parecía de lo más tierna y dulce. 
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD