Freddie estaba de rodillas mirando por el ventanuco del carruaje con una gran sonrisa. Charles y Joseph jugaban en el asiento, y Chastity, delante de ellos, sujetaba la invitación de Lord Dunhaim y la releía una y otra vez. Había más de una razón por la que haber aceptado era algo que no debería haber hecho. En su cabeza la voz de su madre la reprendía con firmeza, le estaba diciendo que no confiara tanto en un desconocido. Porque sí, eso era al fin y al cabo, un desconocido al que se le daba bien congeniar. En el pueblo nunca habría hecho nada así, pero la ciudad parecía cambiar las cosas, una podía pasar desapercibida entre las gentes, aunque estaba segura de que el vizconde había llamado la atención al visitar un barrio obrero como el suyo. Fuera como fuese, cuando salía a la calle no tenía ningunos ojos acusadores clavados en ella, como cuando en el pueblo rechazaba a algún pretendiente que con toda la buena intención iba a ofrecerle su afecto.
-¡Mira! ¡Estamos llegando! -exclamó Freddie.
Una pequeña casa de ladrillo, aparentemente abandonada, daba la bienvenida a Green Hall, una enorme mansión bordeada por extensos jardines cuyos elementos parecían estar dispuestos con toda la dedicación. Al llegar a la entrada y salir del coche, Lord Dunhaim la estaba esperando junto con la ama de llaves y un mayordomo.
-Bienvenida, señorita Aldrich.
Por razones que desconocía y, la campiña le sentaba verdaderamente bien a Jordan. Quizá se le veía más imponente con la enorme casas que se sostenía detrás de él. Chastity se esforzó para que él no notara cuan impresionada estaba, no había necesidad de hacer más evidente la bochornosa diferencia entre ambos.
Sus tres hermanos bajaron del carruaje apenas sin mirar a las tres personas delante de ellos y echaron a correr. Chastity no dijo nada, tampoco tenía por qué. Eran niños, y como tal se comportaban. Por un momento deseó ser una niña y poder huir de allí y esconderse en algún matorral, llenarse los pies de fango y lanzarse a nada a ese lago que parecía un espejo.
El mayordomo le tendió una mano para ayudarla a bajar y cogió el equipaje de los cuatro, que cabía en una única maleta. Chastity notó en Jordan en una pequeña sonrisa que no le sentó nada bien. No se estaría mofando de ella, ¿verdad? Antes de que pudiera amonestarlo con algún comentario mordaz, le presentó a sus dos empleados y acto seguido le ofreció el brazo para pasar dentro.
Se sentía totalmente fuera de lugar, pero no en un sentido necesariamente malo. En efecto, ella nunca pensó que se encontraría en un sitio así, dándole la mano a una persona con un título nobiliario, pero en casa, antes de abandonar su escueta habitación, había notado una punzada, cierta tristeza porque probablemente nunca podría dar nada mejor que aquello a sus hermanos. Y aquí estaba, en la casa de un hombre que probablemente nunca había pisado todas esas habitaciones ni había abierto todas las puertas. Qué injusto era el mundo, desde luego.
-Cuénteme, ¿qué tal el viaje? -preguntó él.
-Me lo imaginé más breve, está usted más bien lejos de Londres, pero nada comparado con el pueblecito donde vívía.
Jordan sonrió.
-Pensé que rechazaría mi invitación.
En efecto, ella pensó en rechazarla. Si hubiese sido una señorita bien educada, debería haberlo hecho. Pero ella no era una señorita y educarla nunca fue nada fácil para sus pobres padres, aunque aún así seguía sin explicarle por qué aceptó.
-Lo hice por mis hermanos. Les iba a venir bien salir de ese cuarto donde vivimos.
-Entiendo -contestó, dejando cierta interrogación en el aire.- Quiero que conozca a mis amigos, le van a gustar, y mucho más sus esposas. Deben estar en el jardín de atrás.
Chastity recapituló un momento. En la carta que le había enviado, mencionaba a un grupo de amigos, lo que no sabía es que Jordan era el único que no estaba casado, al igual que ella. Por supuesto, en ningún momento se le había pasado por la cabeza que ese hombre se propusiera pedirle matrimonio, pero era cuanto menos sospechoso, y estaba convencida de que los presentes se darían cuenta de ello.
Se puso a pensar en cómo habían cambiado las cosas en un período tan corto de tiempo. Ella le había abofeteado por confundirla con una prostituta y en ese momento habría dado lo que fuera para no tener que volver a verlo jamás. Pero aquí estaba ahora, colgada de su brazo, sonriendo a su sonrisa, contestando a sus preguntas como si nada de todo aquello hubiera pasado. ¿Estaría él recordando ese incidente también? Suponía que ni para uno ni otro fue un plato de buen gusto, y Jordan parecía mucho más amable y apacible que entonces.
Él se paró entonces delante de un cuadro al que ella le pareció desgarrador. Una mujer le estaba cortando el cuello a un hombre en su propia cama.
-Judith y Holofernes. ¿Conoce la historia?
Chastity negó con la cabeza.
-Judith era una joven viuda judía y Holofernes era un general que iba a destruir su ciudad, así que ella lo sedujo y lo decapitó, llevándose la cabeza como trofeo. Me recuerda usted a esta mujer.
-¿Cree que soy capaz de decapitar a un hombre?
-Creo que tiene las agallas para hacerlo si no le quedara más remedio.
-¿Es el mejor cumplido que se le ha ocurrido?
-Es un gran cumplido, a mi parecer, sin duda alguna.
Se quedaron en silencio, contemplando el cuadro. La tal Judith miraba a los ojos de Holofernes con tal desprecio que pensó que era una de las peores miradas que había visto jamás. Cuánto odio podía caber en esos ojos, unos ojos de mujer herida hasta las entrañas.
Sin decirse nada, el hecho de que ella tenía mano sobre su brazo era más evidente. Sus ojos estaban fijos en el cuadro pero todo su cuerpo notaba la cercanía de Jordan, no sabía si para bien o para mal. La figura de Lord Dunhaim desprendía una calidez inusual, nada que ver con el espectro glacial que parecía la noche en que lo conoció, con el pelo hacia atrás, su traje n***o y su sombrero de copa. Ahora, con las botas de montar, la levita sobre la camisa blanca, más bien informal, y el pelo algo alborotado por el viento de la campiña, resultaba afable.
Pasaron tanto tiempo ahí de pie, estáticos, que pareció realmente que estaban disfrutando la compañía del otro, sin más. El cuadro había perdido importancia, el comentario sobre su semejanza con Judith, a quien Chastity seguro podría haber admirado, dejó de ser relevante. El ambiente se tornó más íntimo y tenso con cada segundo que estaban ahí, inmóviles.
-Si seguimos así van a tomarnos por una de las esculturas. -susurró Jordan.
Nunca sabría si Lord Dunhaim sintió la necesidad de romper ese silencio que los envolvía, pero esa sensación le dio a ella. ¿También había sentido lo mismo? Suponía que se quedaría con la duda. Aunque pretendía ser un comentario jocoso, no pudo reírse, tan solo hizo que saliera como de una especie de trance.
Cuando llegaron al jardín, se encontró con que sus tres hermanos habían rodeado la casa entera y estaban jugando en una zona arbolada, no muy lejos de la mesa alrededor de la cual había dos parejas sentadas. Con ellos, serían tres parejas, pensó.
Un matrimonio estaba formado por William y Margaret, condes de Norfolk, y el otro por Celia y Anthony, duques de Wiltishire. Mientras que estos últimos se mostraron entusiasmados, el primer dúo se mostró más reservado, aunque sin perder la amabilidad. Chastity se fijó en que los cuatro tenían unas maneras muy elegantes.
Se dispuso a sentarse junto a ellos pero Jordan no se lo permitió, alegando que tenía una sorpresa para la nueva invitada. Todos parecían estar al tanto, pues ninguno se sorprendió. Celia y Margaret intercambiaron una risita y miradas de complicidad. A Chastity el corazón empezó a latirle a una velocidad desmedida. Echó un vistazo a Freddie, Joseph y Charles, jugaban ajenas al mundo adulto en el que ella se sentía perdida.
Sin soltarle el brazo, Jordan la condujo a su habitación. Cuando abrió la puerta, un precioso vestido de seda descansaba sobre la cama.